En su libro Verano Interminable, el escritor y periodista Claudio Zeiger plantea siete relatos escritos entre enero y octubre de 2018 en los que converge el “desprecio al conformismo” de sus personajes y el encantamiento que “el desencanto produce en los lectores”.
Editor del suplemento “Radar Libros” de Página 12, Zeiger publicó las novelas Nombre de guerra (1999), Tres deseos (2002), Adiós a la calle (2006), Redacciones perdidas (2010) y Los inmortales (2014), y el libro de ensayos El paraíso argentino (2011).
Desde las profundidades del inconsciente creativo
“Lo que terminó de convertir a estos cuentos en un libro es la condensación del desencanto, el deseo y la turbulencia en esa metáfora de un verano agónico e interminable”, apunta Zeiger. En relación a cómo pensó la unidad de los cuentos que componen este libro, el autor señaló: “Los escribí en el mismo orden en el que fueron publicados, así que algo de secuencial, de derrame de texto en texto, hay o debe haber. Por supuesto revisé y corregí, pero nunca cambié nada estructural o esencial. No digo que esto sea un mérito, sino que algún mensaje me trae desde las profundidades del inconsciente creativo. Hay algo que me quedó de esta escritura que es como la sensación de ligereza, de porosidad: no preocuparse por llenar todos los espacios narrativos o dejar todo muy ajustado como prescriben los decálogos de cuentos. Casi lo contrario. Dejarse llevar por una suerte de intuición narrativa que envuelve a un cuento, a un relato más largo e inclusive a una novela: lo podríamos llamar un aliento. Al personaje de Ricky Mansard lo tenía en la mira hace rato. A los crímenes de Recoleta –los reales e imaginarios–, también, y las ganas de hacer como una cartografía urbana de esa zona”.
El encantamiento del verano
Sobre cómo se relaciona la idea de verano con el desencanto que atraviesa todos los relatos, Zeiger explica:”La decisión de titular el libro con el nombre del cuento que me parece más representativo del encantamiento del verano, tiene que ver con orientar al lector hacia ese foco casi dialéctico de encantamiento y desencanto. El verano es una promesa que todos sabemos que avanza hacia su propia agonía, como una fruta que se va a pasar de madura delante de tu vista. Pero no podemos dejar de ilusionarnos. Y, obviamente, de desencantarnos. Es una experiencia ineludible, la de atravesar el sol y salir como de una zona de turbulencia, nuevos y viejos a la vez… quemados, expresión que se las trae. Y más allá del verano, creo que en estos cuentos me influyeron ciertas lecturas que venía haciendo en los dos o tres últimos años, una inmersión en Robert Musil, Ernst Junger, inclusive Herman Hesse y Thomas Mann. Pienso especialmente en Las tribulaciones del estudiante Törless de Musil y en Sobre los acantilados de mármol de Junger. De Hesse es casi paradigmático El último verano de Klingsor. Son escritores del desencanto sensualista, filosófico, sumamente atractivos y abismales. Lo paradójico del desencanto es su carácter obvio: todos sabemos y desde muy jóvenes, que nos espera. Pero lo importante es esa intensidad desesperada a la que ningún artista o escritor de ley renunciaría a cambio de ningún contrato o premio o lo que sea. Una atracción irresistible cuya única recompensa sería poder transmitir algo mínimo de esa experiencia, o sus residuos, en términos de escritura, de lenguaje”.
Un cierto tono “noir”
Hay en estos cuentos de Zeiger una matriz policial nada soslayable. Al respecto, el escritor dice; “Más que un guiño a la novela negra o el policial, géneros que por otra parte me encantan, me gustaba pensar en un tono “noir” que fuera tiñendo ciertos pasajes o momentos del libro. Un negro que va como contaminando la vida cotidiana, ciertos vínculos fijos o casuales. Y de la mano de ese “noir” cierto erotismo disperso, cierto sensualismo, pero también como una pátina, una membrana que a veces se rompe con la crudeza de una descripción sexual. Me pasa hace rato que no leo en la literatura argentina una narrativa del goce (con todas sus implicancias perturbadoras, riesgosas y conflictivas). Sospecho que a los escritores y los comunicadores nos va ganando cierto puritanismo políticamente correcto. Por supuesto que eso no se rompe haciéndose el falso transgresor, escribiendo escenas pedófilas y de abusos y provocando feministas. Pero en el marco de lo adulto y lo serio, ya es hora de escribir un poco de sexo y deseo en todas sus variantes, de sus éxtasis y sus maldiciones”.
Los aportes de Fogwill
Zeiger es un escritor con predicamento en el universo de las letras argentinas, sobre qué lugar cree que ocupa en el canon del cuento argentino, responde lo siguiente: “Cuando decidí que iba a ser un libro de cuentos tomé dos decisiones: releer Todos los fuegos el fuego, de Cortázar como para cubrirme la retaguardia; la otra fue la decisión de que Fogwill iba a ser mi referente –mejor dicho, eso que ya es un género en sí, “los cuentos de Fogwill”– de renovación del cuento argentino, el antes y después para escribir a partir de. Y lo digo en un aspecto específico: la manera de derrochar por momentos tramas y personajes, comprimiendo una novela en un cuento, que es para mí una de las grandes marcas y aportes de Fogwill.
Eso, por supuesto, hace que a veces el resultado sea polémico. Hay lectores más clásicos. Y hay que ser conscientes de que un libro de cuentos siempre divide al lector, lo va como fragmentando y abriéndole frentes a medida que lee. La verdad es que no me pienso, ni siquiera en este libro, en relación al canon del cuento argentino. Yo no leo los cuentos de El Jorobadito al margen de todo Roberto Arlt, por poner el ejemplo de alguien a quien no se visualiza como cuentista en primer término. La otra parte del debate es la relación del cuento con el mercado y los lectores. O lo toman como el nene debilucho al que hay que proteger en talleres literarios y cultivarlo día a día, o lo dejan de lado y de golpe lo resucitan en las editoriales. Lo mejor es no especular tanto y escribir cuentos abiertos, porosos, legibles y que no se basen tanto en el efecto de un final forzado, sino que sigan una lógica interna y a la vez atenta al impacto de lo real sobre lo imaginario. El resultado siempre será una “forma” acoplada a su materia, más armónica, menos rígida.