Hacía casi seis meses y medio que estaba esperando ese momento. Mirando otra vez la correntada marrón del Paraná, acaso se acordó de su padre: no hacía mucho que se habían cumplido 39 años de su muerte, caído en combate en otra costa parda, cuando luchaba contra la segunda de las Invasiones Inglesas, en 1807. Pero es más probable que mientras aguardaba por el mismo enemigo recordara sus propias heridas, las de la última vez, cuando la salva de un buque de guerra lo había hecho volar por los aires y sus tropas lo dieron por muerto. Cuentan las crónicas que lo llevaron a su tienda de campaña, donde se despertó y salió a la carrera a seguir peleando. Militares y vecinos habían preparado todo, desde las baterías y las fortificaciones hasta las insólitas líneas de botes y pontones que sostenían las gruesas cadenas que de costa a costa “cerraban” el río. Habían resistido hasta agotar las municiones, y sobrevino la derrota. Pero ahora, 175 kilómetros al norte, se la iba a cobrar. Era la mañana del 4 de junio de 1846, hace 175 años, y antes de que cayera el sol, el general Lucio Norberto Mansilla iba a disolver el antecedente histórico de la hidrovía a cañonazos.
Rotas cadenas
Cada 20 de noviembre es el Día de la Soberanía Nacional. Es parte del calendario histórico desde 1974, cuando se instituyó como fecha recordatoria, y en 2010 fue promovida a feriado nacional. Se conmemora la gesta de la Vuelta de Obligado: en esa fecha de 1845, en un accidente natural del río Paraná en lo que hoy es el departamento de San Pedro, provincia de Buenos Aires, se libró una batalla heroica para impedir el paso de una flota anglo-francesa, casi un centenar de buques mercantes cargados de mercaderías, custodiados por naves de guerra, algunas con atroz poder de fuego y una tecnología nunca vista en aquellas aguas: propulsión a vapor. El gigantesco convoy invocó una prerrogativa europea no autorizada en tierras americanas, la “libre navegación de los ríos”, y a principios de noviembre se dispuso a ingresar desde el Río de la Plata en busca de lazos comerciales con todos los puertos aguas arriba, desconociendo la autoridad de la Confederación para las Relaciones Exteriores.
A poco de navegar a contracorriente por el Paraná iba a quedar claro que nada sería fácil con la joven Nación del sur. Y también que las notas e investigaciones del morenista Hipólito Vieytes eran acertadas: el recodo que dio nombre a Vuelta de Obligado, donde el río ensaya un giro y se angosta a menos de un kilómetro, era estratégico para instalar defensas. Vieytes, quien de conspirar en la fábrica de jabón que tenía en sociedad con Nicolás Rodríguez Peña había pasado a ser comisionado de la Primera Junta para el Ejército del Norte, tenia previsto hacer frente a una hipotética flota española; cuarenta y tantos años después, el brigadier Juan Manuel de Rosas empleaba la inteligencia geográfica de 1811 contra ingleses y franceses.
La resistencia fue tenaz, pero al final las baterías nacionales se quedaron sin municiones y el convoy cortó las cadenas y pasó aguas arriba, aunque con severos daños a cuestas –acusó 26 bajas y 86 heridos, aunque dejó dos centenares de muertos y 400 heridos– la derrota de la Confederación había sido un hecho. ¿O no?
La larga sombra de un pino
Meses después de haber forzado el paso hacia el norte, la flota regresaba aguas abajo. Las disputas internas en la joven Nación no han servido de mucho: las crónicas dicen que la expedición arrastra un rotundo fracaso económico. En parte lo causó el gobernador de Corrientes: el general Joaquín Madariaga, que en abril de 1843 había derrocado al rosista Pedro Cabral y alzado en armas a su territorio contra Rosas, tenía Aduana propia, y a la llegada del convoy llevó al doble los impuesos a la importación y exportación. Resistió la furia de los comerciantes locales, “con el objeto de hacer frente a los gastos que la guerra demanda”.
Y, costa afuera, la flota necesitaba provisiones: sólo en los primeros días de enero habían comprado en Esquina “101 gallinas, un frasco de caña para la tripulación, 100 cebollas y huevos de gallinas” en una lista, y “6 carneros capones, 500 cebollas y 44 gallinas” en otra.
Pero al coronel Mansilla no le interesaban las cuentas sino el desgaste militar, la fatiga de meses en aguas poco amigables. ¿El relajamiento? Los oficiales ingleses y franceses y representantes de las casas de comercio europeas habían sido despedidos con banquete y baile en Goya. Él los esperaba con otro tipo de recepción en la Angostura del Quebracho, una legua al norte de San Lorenzo, hoy cercanías de Puerto General San Martín.
“Los primeros barcos de guerra aparecieron a las 10.30 de la mañana: el HMS Firebrand, HMS Gorgon y el HMS Alecto, seguidos del San Martin, HMS Fanny y el Prócida, en la retaguardia la corbeta Coquette y los vapores Lizard y Harpy”, dice una crónica histórica. Y lista a las fuerzas confederadas: “Tres baterías con 17 cañones lideradas por el coronel Manuel Virto, en el centro estaba el teniente coronel de Marina Juan Bautista Thorne con dos baterías y dos compañías de Infantería y, en el otro lado, los Cuerpos de Santa Fe, comandados por el teniente coronel Martín Isidoro de Santa Coloma y Lezica”. Y le suma “750 hombres de la Confederación Argentina” que estaban “agazapados a 300 metros del canal”.
A las 10.45, según la crónica, se abrió fuego, cuando “el ayudante mayor de Marina Álvaro Alzogaray” atacó “al HMS Gorgon con cohetes Congreve”. Y esta vez no hubo posibilidad para los desafiantes: “Después de dos horas de combate la flota anglo-francesa debió retroceder para cubrir a los mercantes restantes. El HMS Harpy fue seriamente dañado, también fueron hundidos dos barcos mercantes y otros cuatro fueron incendiados para no ser capturados por las fuerzas de la Confederación. La flota anglo-francesa sufrió 60 bajas y las fuerzas de la Confederación tuvieron un solo hombre muerto y cuatro heridos, entre ellos a Juan Bautista Thorne”, quien también había estado en Vuelta de Obligado, al mando de una de las baterías.
Todo está guardado en la memoria
La Batalla de Punta Quebracho o de la Angostura del Quebracho tuvo grandes consecuencias geopolíticas, de las que algunas perduran hasta hoy, aunque otras se fueron deshaciendo por otras artes. La primera, e inmediata, fue el reconocimiento de la soberanía nacional de las vías fluviales, y el fin del bloqueo que las potencias europeas habían impuesto a la Confederación Argentina, en una operación más vasta, de la que la flota intrusiva –que había partido de Montevideo– era sólo una parte.
- “El 13 de julio de 1846, sir Samuel Thomas Hood, con plenos poderes de los gobiernos de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Juan Manuel de Rosas el pedido de: «El más honorable retiro posible de la intervención naval conjunta anglo francesa»”, relata la crónica histórica de irizar.org
- El 14 de julio de 1847 cesó el bloqueo británico al Río de la Plata. Francia lo depuso el 16 de junio de 1848.
- El el 26 de noviembre de 1847 el gobernador Joaquín Madariaga, repudiado por las relaciones comerciales establecidas con la flota anglo-francesa, fue derrotado en la batalla del Potrero de Vences, al sur de Curuzú Cuatiá, por tropas al mando de Justo José de Urquiza. Huyó a Paraguay, y Corrientes vuelve a formar parte de la Confederación.
- En noviembre de 1849, tras largas negociaciones, el comisionado británico Henry Southern firmó con el ministro del Exterior Felipe Arana el tratado de paz, la “Convención para restablecer las perfectas relaciones de amistad entre la Confederación Argentina y Su Majestad Británica”: reconocía la plena soberanía de la Confederación sobre sus ríos interiores, incluido el río Uruguay en común con la República Oriental; el derecho a solucionar diferendos con Montevideo por la vía que fuera, sin intervención extranjera; se devolvían todas las naves capturadas a la Confederación, y la isla Martín García, y se acoredó un desagravio de la Bandera argentina por parte de la flota británica.
- Y el 31 de agosto de 1850 se firmó la Convención para restablecer las perfectas relaciones de amistad entre la Francia y la Confederación Argentina, entre el ministro Felipe Arana y el contraalmirante Fortunato Le-Prédour, en el que “el gobierno de la República Francesa reconoce ser la navegación del río Paraná, una navegación interior de la Confederación Argentina, y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos; lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado Oriental”.
Las consecuencias de batalla del 4 de junio de 1846 habrían de ser más, en particular atravesadas por la “libre navegación de los ríos”. Así lo recordaría, 122 años después, el incisivo forjista Arturo Jauretche al rememorar su infancia en Lincoln, en un acto patrio en su escuela bonaerense: “¿De quién libertamos los ríos?”. “De nosotros mismos”, se pregunta y se contesta en una reflexión volcada en su “Manual de Zonceras Argentinas”. Hoy, en plena discusión por la cuenca que mal se llama hidrovía, el lugar de la batalla no tiene un gran monumento histórico, aunque se alza una cruz de quebracho. Pero hubo que desplazarla dos kilómetros: el punto exacto del combate quedó dentro de un predio que compró la multinacional de granos Cargill.