Por Lucas Paulinovich
Alberto ganó y, a falta de un Brasil, se fue a México. El viaje tenía más de ronda de negocios que de misión diplomática: ahí la reunión con “popes” empresariales –potentes y potenciales inversores– como Carlos Slim. A su regreso, lo esperaba la reunión del Grupo Puebla que, de pronto, tuvo una tarea geopolítica: ser una referencia útil para coordinar acciones con el objetivo de salvarle la vida a Evo Morales y darle volumen a lo que hasta ahí parecía una fuente de inspiración meramente ideológica. Con el golpe en Bolivia, los sectores proyanquis exhibieron su matriz antidemocrática y cobró dramatismo el nuevo mapa regional. La derecha ya no puede aparecer disfrazada de fuerza progresiva respecto de populismos avejentados que se aferran a la nostalgia. Demostraron su condición al gobernar y al derrocar. Llegan prometiendo eficiencia y modernización. Se van con golpes y dejando únicamente pobreza con una burocracia digitalizada.
“Orden y productividad”, repetía Marco Enríquez-Ominami, el político de izquierda chileno en las entrevistas que le hicieron en esos días. Términos de la derecha para darles contenidos de izquierda. “Crecimiento con dignidad”, conceptualiza Alberto. El desafío es lograr un siglo XXI con igualdad. Y el responsable de asentar las bases es un político emergente de la Argentina de la desigualdad postdictadura. El país con un piso de 30% de pobres. Una democracia con más prédica igualitarista que posibilidades prácticas de concretarla. El escenario es el del peor de los continentes posibles: una región desquiciada y una nueva doctrina de militarización que establece la intervención directa para “consolidar las instituciones” y afirmar una autoridad más sólida que la desprestigiada clase política tradicional incapaz de gobernar a la sociedad. Un “mani pulite” social que se expande por la región y signa la importancia geoestratégica del continente para los Estados Unidos. A fin de cuentas, los problemas de Trump también derivan de su decisión de centrarse en el Hemisferio Occidental, donde hay recursos y chinos en ascenso.
En Políticamente incorrecto. Razones y pasiones de Néstor Kirchner (2011), Alberto Fernández hace un balance de su participación en el gobierno que había abandonado unos años antes. Decía que con Néstor nunca creyeron en una “democracia consensual” al estilo estadounidense. Las elecciones sirven para determinar cuáles son los intereses predominantes. Por eso, en su primer discurso, señaló que el “gobierno volvió a estar en manos de la gente”. Es una forma de “administrar conflictos” que privilegia la conveniencia antes que el dogmatismo, disfruta del análisis y la intelectualización de la política, pero busca respuestas efectivas: un pragmatismo con convicciones. Son las bases para el Grupo Callao, integrado por jóvenes técnicos con andanza política: un Grupo Calafate reloaded. En el libro narra cuándo surgió la necesidad de dejar de ser el “ala progresista” del peronismo para pasar a construir una alternativa que ensanchara un justicialismo que bandeaba entre menemismo y duhaldismo. Un peronismo adaptado a la época, con un horizonte de reducción de daños y decidido a amasar la opinión pública para avanzar en medidas redistributivas. Son los mismos saberes que se confirman ahora con la reacción anticipada de la Sociedad Rural y los economistas del mercado financiero. Hay algo que todos interpretan. El voto de octubre dijo: “que la pongan los que más tienen”. Por eso, tras las Paso, con Marcos Galperín a la cabeza, algunos empresarios se apuraron a negociar. Y los que no quieren saber nada con ceder una parte, iniciaron la desestabilización al ritmo de las aventuras limítrofes.
Alberto cuenta con antecedentes propios: se fue tras la 125. “Una visión errónea” del entonces ministro de economía Martín Lousteau que leyó mal la crisis subprime y los riesgos de expansión global. Un dilema que Néstor resolvía en “no enfriar la economía”: antes de achicar gastos, mejorar ingresos. Alberto replicaba: «los motores se quiebran por el frío, pero también se funden cuando se recalientan». Y en ese punto parece hacer palanca un problema del presente. En ese momento se logró solidez en las cuentas públicas, pero se erosionó la base política. Y eso demostró falso otro axioma nestorista: «Con recursos y sin deuda no existe el gobierno fácil de abatir». El gobierno no fue abatido en lo inmediato. Pero se construyeron las condiciones necesarias para su aislamiento y posterior derrota. Con la 125 nació ese núcleo opositor organizado, militante, expresivo, que se prolonga hasta la República del Centro. Los comienzos de la “sojización” de la política: un grupo con poder e influencia territorial y vínculos transnacionales. Y una fecha: el 25 de mayo de 2008 en el Monumento a la Bandera. La cuna de los Guardianes de la República.
Y un día, el PJ Capital llegó al poder. Esa suerte de mesa intelectual sin electorado propio obligado a ser suscriptor de proyectos ajenos, pone a uno de los suyos en el principal cargo nacional. Justamente, al primer gran desarrollador de esa creación del Pacto de Olivos que fue la Jefatura de Gabinete. El gran intérprete de Néstor para un periodo que, con sus particularidades, es complejo: los cinco mandatos nestoristas superávit fiscal, superávit comercial, desendeudamiento, reservas altas y dólar gerenciado y competitivo, enfrentarán un contexto marcado por la violencia social. Alberto deberá combinar el reordenamiento del escenario económico con la pacificación de una sociedad despojada y con las estructuras de contención al límite de su capacidad. Y no faltan los que quieren hacer de la violencia social una forma de violencia política para imponer el orden a cualquier precio –“porque lo que hay se percibe invivible”-. El cuentapropismo de la salvación y los que hacen fuck you a todo, pero nunca la confiada “V” de la victoria -esa “excepción peronista” de la Argentina-. Por eso, los imperativos de equilibrio macroeconómico se traducen en necesidades geopolíticas. El gobierno entrante tendrá que releer el mundo -nueva bipolaridad y crisis del sistema liberal- que el macrismo intentó comprender con categorías caducas.
El “pacto social” tiene antes un momento de tregua política: lograr a nivel social “la unidad hasta que duela” como se consiguió entre dirigentes aquel noviembre de 2018 en el Consejo de la Magistratura y se termina de concretar en la reunificación de bloques en el Senado. Alberto arranca con un 49%, que puede extenderse por las expectativas ante todo gobierno que comienza. Ese respaldo irá oscilando en función de cómo logre compensar la falta del otro ingrediente que según Néstor compone la política: el cash. Para eso, deberá articular con sectores no kirchneristas y no peronistas que integran esa porción intermedia entre el núcleo peronista y el tercio de antiperonistas acérrimos, que serán opositores por oficio cultural. Alberto tendrá que imprimir su política como dirección general, absorbiendo las intenciones de cada una de las partes y conteniendo a los fragmentos con mayor vocación solipsista. Es decir: hacer un país sin apresurados ni retardatarios.