Guillermo Moreno está frente a un serio dilema: si quiere que Papelera Quilmes (ex Massuh) pueda seguir funcionando en el mediano plazo y resultar una empresa viable, deberá comprar pulpa celulosa fuera del país. Más concretamente, al principal proveedor de este producto en la región: la finlandesa Botnia. Si el secretario de Comercio Interior, y entusiasta interventor estatal de la ex Massuh, no tomara esta decisión, la planta del sur de la provincia de Buenos Aires no sería rentable, y el Estado deberá decidir si implementa un plan de subsidios directo (algo que fue negado desde siempre por el Poder Ejecutivo) o aplica un severo plan de ajuste. Hay una tercera opción: producir la propia pulpa y elevar los niveles de contaminación ambiental de la planta a límites históricos para Sudamérica. Aun si eligiera esta opción, no volvería rentable la planta, e igualmente deberá exigir un auxilio financiero urgente a la Casa de Gobierno. Sólo con un acuerdo para la importación de pasta celulosa proveniente de Botnia los costos internos de planta de la ex Massuh bajarían lo suficiente para convertir en negocio su apuesta papelera. Ante sus íntimos, el funcionario aseguró que no tiene problemas en tomar la decisión. Sin embargo, por ahora, el resto del gobierno considera (entre sonrisas) que sería una medida “poco prudente”.
Moreno tomó conciencia de la situación en las últimas horas, luego de una de sus periódicas reuniones de directorio en la Papelera Quilmes. Estos encuentros distan mucho de los clásicos de conducción empresarial que se mencionan en los libros de marketing y de dirección de empresa desde hace más de un siglo, cuando este tipo de actividades comenzaron a ser motivo de teoría. En el caso morenista, el funcionario llega muy temprano, dicta órdenes y luego se retira. Recién en el automóvil de regreso a su despacho, lee los papeles que le tienen preparados, y donde se mencionan los ingresos y egresos de la fábrica.
Este particular mecanismo de conducción empresarial es ejercido por el secretario desde mayo de 2009, cuando el gobierno decidió tomar el control de la ex Massuh y entregarla al manejo de Moreno. El funcionario prometió en esos días al plantel de la papelera que desde ese momento “sólo estaba el Gobierno y los laburantes”, en referencia a que no existían más los dueños originales. Éstos estaban comandados por Héctor Massuh, ex presidente de la UIA en los años de gloria de relación entre la entidad y el kirchnerismo, y el piloto del manejo del concurso preventivo de la pastera por casi 13 años. En ese momento, la empresa sostenía una deuda de $ 249 millones, la mitad de los cuales correspondía a préstamos impagos a los bancos Nación y Provincia de Buenos Aires. Contaba, además, con unos 600 operarios y necesitaba entre 5 y 8 millones de pesos para poder operar.
Moreno no llegó solo a la empresa. Tuvo el aporte de efectivo proveniente de un fideicomiso del Banco Nación y fondos de la Ansés que hicieron que arrancara la producción de la planta. Para poder generar lo más importante para una compañía privada, los clientes, Moreno aplicó sus propias teorías de marketing moderno: llamó personalmente a sus amigos supermercadistas (con los que negocia las históricas listas de precios máximos) para que le compren parte de la producción de la papelera y que además la coloquen en un lugar privilegiado en las góndolas. Como era de suponer, la mayoría de las cadenas obedeció (especialmente Jumbo, Carrrefour y Coto).
Moreno tuvo, sin embargo, menos suerte con el otro cliente que tenía en mente: el Estado nacional. Colaboraron con la cruzada del secretario el Ministerio de Economía de Amado Boudou, el Banco Nación de Mercedes Marcó del Pont y hasta el Banco Central de Martín Redrado. Sin embargo, tuvo menos suerte con el resto de la administración pública. Uno de los que más fuerte le dijeron no fue el propio jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Éste incluso le había advertido públicamente al secretario que el Estado “no era empresario”, cuando Moreno llegó a la ex Massuh. Para Fernández, la gestión morenista sólo debía apuntar a la venta de la planta.
Actualmente, la fábrica estaría operando a menos de un 65 por ciento de su capacidad y tendría un rojo mensual de no menos de 3 millones de pesos. El principal problema sería triple: la falta de inversión para mantenimiento de las máquinas, el elevado costo de los insumos y los indicadores insostenibles de contaminación. Para el primer caso se requerirían unos 4 millones de pesos, imposibles de obtener voluntariamente en el mercado financiero. Sólo sería posible una salida a través de un nuevo crédito público. En el segundo caso, el principal insumo es la pulpa, y sólo comprándole a Botnia podría ser factible el negocio. Finalmente, queda la posibilidad de fabricar la propia pulpa. Para que esto sea posible, la planta necesitaría de una inversión de casi un millón de dólares en maquinaria moderna. Nuevamente, aparece como única salida el préstamo público.