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El escrutinio sobre Fabiola Yáñez, la pareja de Alberto Fernández

En la previa de las elecciones los medios se encargaron de analizar la vida de la novia del candidato del Frente de Todos para trazar un perfil de primera dama

Dónde trabajó, cómo se viste, si el vestido es entallado, de qué color se pinta los labios, qué publica en Instragam, donde vivió, si fue buena en su trabajo, si es peronista pero no militante, si es exitosa, si hace caridad porque está en campaña, si está a favor o en contra del aborto, si no estar casada le permite ser primera dama, si Presidencia de la Nación tiene un protocolo sobre ese rol y si ella está preparada para cumplirlo.

Las elecciones generales  llegaron con el escrutinio de los medios de comunicación sobre la figura de Fabiola Yáñez, la pareja del presidente electo del Frente de Todos, Alberto Fernández. La actriz y periodista de 38 años fue el blanco de una decena de notas que analizaron su vida, sus posiciones políticas, sus creencias religiosas, sus trabajos y cómo llegó a ser pareja de Fernández.

Tal como pasó a lo largo de la historia electoral argentina, las mujeres que están en una relación, casadas o no, con candidatos presidenciales son estudiadas minuciosamente bajo una lupa que las observa siempre como “mujeres de”. Además, se teje un juicio sobre si podrán ser una buena o mala primera dama, un rol vetusto sobre el que hay un imaginario social de mujer que debe acompañar como decorado. No pasa lo mismo cuando de esposos de presidentas se trata.

El mejor ejemplo de este modelo fue Juliana Awada, casada con el presidente saliente Mauricio Macri. En los cuatro años de gobierno de Cambiemos cientos de notas publicadas se dedicaron a resaltar sus cualidades de ama de casa de Olivos, su ropa, las acciones de caridad o su rol de madre.

Con Fabiola Yáñez pasó algo similar. En los días previos a las elecciones, Clarín empezó una nota con el siguiente párrafo: “Labios carmesí, vestido entallado, jopo rubio artificial. Seductora en su justa medida, como quien pronosticó la mirada ajena, gesto que, no obstante, deja lugar al contraste, a cierta informalidad”. Primero lo físico y lo estético, después el resto. El artículo se completaba con la pregunta “¿Puede Fabiola Yáñez ser primera dama aunque no esté casada con Alberto Fernández?”. El matrimonio como forma de consagrar un rol en la patria. En otras notas, analizaron su carrera, sus posiciones políticas y hasta sus redes sociales para trazar una biografía. En todos los artículos quedó resonando la idea de buena o mala primera dama.

Cuando Cristina Fernández estuvo en ese lugar los medios hegemónicos se perfeccionaron en analizar su figura. Ponían el foco en la ropa que usaba, en cuánto costaba, en los viajes que hacía. Pero también sembraron otros imaginarios: si ella influía en las decisiones de Néstor Kirchner o, incluso, si era quien las tomaba.

Una vez votada como presidenta, el análisis no se invirtió poniendo el foco en qué look tenía el “primer damo”. Pero aparecieron nuevos fantasmas. Cristina pasó de ser la que le decía a Néstor Kirchner qué hacer, a ser la mujer insensata, la loca, la yegua que no podía tomar decisiones. Mientras Néstor vivió creció la teoría del doble comando. Sin él se sembró la idea de había perdido la cordura.

Aún en tiempos de Ni Una Menos y explosión de los feminismos en la Argentina, el rol de primera dama sigue cargado de prejuicios. Hay una idea de que quien esté en ese lugar debe acompañar pero no sobresalir. Y para recordárselo están los medios hegemónicos analizando cada paso que den con binoculares machistas.

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