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El fantasma de la injusticia

Se ha concretado un deterioro preocupante de ciertos fundamentos que en definitiva afecta a todos los hombres.

Aquellos a quienes la vida les dio ocasión de comparar las estructuras sociales de este tiempo posmoderno con otras que, mirando hacia el pasado, están empequeñecidas y hasta parece que jamás existieron, están acaso en condiciones de trazar un juicio sobre la progresiva, pero incesante,  degradación de ciertos valores que se produjeron en el tejido social. Tal vez no en todos los ámbitos, pero sí en muchos que son determinantes para el ser humano común. Se ha concretado  (en opinión, claro, de quien esto escribe),  un deterioro preocupante de ciertos fundamentos que en definitiva afecta a todos los hombres. Bien podría decirse que la ausencia de orden es el lugar común en muchos ámbitos sociales de estos tiempos. Esto, naturalmente, ocurre en todo el mundo, pero parece ser que se siente más en las naciones en subdesarrollo como la nuestra (porque Argentina es una nación del subdesarrollo, aun cuando Menem quiso instalarla mediante una mera retórica en el llamado Primer Mundo).

El envilecimiento de ciertos principios, que se suponen elementales para la vida en armonía en una sociedad, forma parte ya de la cultura nacional y es cierto que es dable observarlos tanto en el llano como en la cúspide; es decir tanto se burla de la norma elemental quien maneja un automóvil o un colectivo de transporte urbano, como ese ministro que dibuja el índice de precios para acomodarlos a sus necesidades políticas, o ese político opositor que se acuerda de que las personas viven en el temor por la ola de inseguridad y lanza mentirosas propuestas recubiertas con promesas 30 días antes de las elecciones. El escenario no hace falta que se describa, por cuanto el lector lo conoce sobradamente.

Hace bastantes años, escribía yo para otro medio (perdón por la primera persona, pero me resulta necesaria esta vez) que aun cuando el sistema republicano parecía aflojarse en algunos puntos, disponía del Poder Judicial para poner las cosas en su lugar. Hoy, lamentablemente, habría que reflexionar muy bien antes de proferir semejantes convicciones. Expresar semejante cosa para que queden archivadas en las hemerotecas, puede suponer un papelón ante los revisionistas del futuro. No se trata, claro, de manifestar irresponsablemente que el Poder Judicial argentino (y por supuesto el santafesino, señores jueces y funcionarios) está en bancarrota, ni de negar la presencia de distinguidas personas, pero no es posible dejar de señalar que muchos jueces, en materia de justicia, se van a la quiebra o están en ella.

Una noticia paradigmática en ese sentido la dieron a conocer varios medios del país hace unas horas. Dice así: “Después de un extenso juicio penal, en septiembre de 2010, la Justicia condenó a un padre por la violación y abuso de sus hijos de 5 y 6 años a 14 años de prisión. Pero una Cámara de Apelaciones de La Plata acaba de concederle arresto domiciliario con posibilidad de salidas laborales”.  Cabe aclarar que peritos, psicólogos y abundante material probatorio  ratificaron la existencia de dolo, y se logró determinar la ignominiosa forma en que este hombre, de buen nivel social, sometía a sus propios hijitos. El fallo, por supuesto, despertó indignación en la comunidad y controversia en el ámbito judicial. El propio ex fiscal de la causa, Gabriel Sagastume, sin pelos en la lengua, dijo que “parece que existe una Justicia para ricos y blancos” porque el condenado es ingeniero electrónico y forma parte de un sector social de buen pasar económico de la zona de City Bell.

Claro que esto que expresa el fiscal no pinta de cuerpo entero la realidad, porque también hay delincuentes pertenecientes al llamado mundo marginal (marginado por los líderes públicos y privados que se sirven a sí mismos, pero no a los liderados) que se pavonean por las calles revólveres en mano, alardeando impunidad, mientras cientos de miles, millones, de ciudadanos honestos y trabajadores deben encerrarse entre rejas para vivir y a veces para sobrevivir. Ni qué decir, además, de los funcionarios delincuentes de guante blanco que no dejan rastros (y si los dejan sus pares de diversos signos políticos miran para otro lado) o aquellos que, por excesiva grosería de sus acciones, deben ir a juicio que terminan en nada ¿Conoce el lector algún caso? Seguro que sí. Al menos sabrá de algunos que necesitan ser legisladores para preservar sus “fueros”.

Varias situaciones han confluido para que se produzca semejante dislate judicial. Uno de ellos es cierta corriente de pensamiento que no ha sido capaz de ponerse límites. Enrique Pinti, con humor no exento de verdad, lo llamó esa izquierda argentina o progresismo criollo que va a contramano de lo que debe ser el verdadero progresismo. Tal incapacidad para poner freno a una inercia peligrosa, tal vez tenga su génesis en ese asco que ha dado a todos los hombres de buena voluntad la represión (siempre brutal por ser represión) que se ha vivido en el país. Pero tales náuseas producidas por la acción de un régimen nefasto,  jamás debiera permitir debilidades que van en contra de la seguridad de todo tipo que merece y necesita la sociedad. Por otra parte, es cierto que entre las causas del auge del delito está la exclusión  a la que es sometida cierta clase social por la mayordomía privada con la aquiescencia de la pública. Pero no es menos cierto que la ausencia de orden y justicia también  fomenta el delito. Es decir, si para quien delinque no hay justo castigo (y esto no va en desmedro de sus derechos) entonces aparece en la escena un retoño de impunidad que crece y devora los derechos de todas las personas de bien.

Claro, como también se sabe que hay ladrones “vip” en la clase política, no es justo dejar de señalar que la causa del desorden y la impunidad es, también, ese guiño, ese dejar pasar  que a veces hace el poder de turno al adversario político non santo (vienen a mi memoria algunas “ausencias”  en el Congreso de la Nación apuntadas por la Justicia, que vinieron de perillas a ciertos oficialismos) en el marco de ciertos acuerdos. Los ejemplos impulsan costumbres sociales y se produce, pues, el principio hermético universal: lo de arriba es igual a lo de abajo.

Para terminar, es menester aludir, también, cuando se trata de disparates judiciales,  a esos honestos injustamente tratados (y más que honestos altruistas) que han hecho de buena parte de su vida una sucesiva cadena de acciones en favor del prójimo. Es el caso de la rosarina Martha Chimento, mujer conocida por la obra de bien realizada en la ciudad, que hace poquitos días fue procesada por un juez correccional de nuestra ciudad, sólo porque fue víctima de una falsa información y estuvo por unas horas en un predio que reclamaba para su institución benefactora, con el propósito de instalar allí una estructura social que contuviera dignamente a los chicos de la calle ¿Se puede creer semejante resolución judicial? Sí, porque cuando el sentido común es una entelequia, la injusticia es un fantasma que preocupa.

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