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El film chileno «1976», una especie de contracara trasandina de la aclamada «Argentina, 1985»

La película de la realizadora chilena Manuela Martelli cuenta el invierno de una ama de casa que a pedido del sacerdote de la familia le brinda primeros auxilios a un guerrillero, situación que le genera un debate interno entre el deber y el miedo que la persigue

1976, film de la realizadora chilena Manuela Martelli disponible desde este jueves en los cines de Rosario, cuenta el invierno de una ama de casa que a pedido del sacerdote de la familia le brinda primeros auxilios a un guerrillero, situación que le genera un debate interno entre el deber y el miedo que la persigue y que, ante la impunidad de los dictadores del país trasandino, parece ser un espejo que refleja lo contrario de lo que muestra la aclamada Argentina, 1985.

«Me parecía interesante observar a los personajes con todas sus ambigüedades, contradicciones y paradojas, y salir un poco del relato blanco y negro. Creo que por bastante tiempo la narrativa de la dictadura tuvo ese carácter, y probablemente era necesario, porque era necesario denunciar y juzgar a los que el Estado no estaba juzgando. Creo que eso pasa cuando no hay justicia; la gente asume el rol que deberían tener los jueces. Y bueno, ahí tienes la otra cara con Argentina, 1985, es una historia con un buen final», dijo la directora a la agencia de noticias Télam.

Carmen (Aline Küppenheim) es una ama de casa de una familia acomodada que no sólo debió abandonar la idea de estudiar medicina, sino que, casada con un médico, constantemente padece que le enrostren la superioridad de estudios entre uno y otra. Sola en la casa de veraneo (aunque es invierno), se le acerca el sacerdote de la familia para que auxilie a un herido que, luego se sabrá, es guerrillero.

«Creo que Carmen es un personaje con una moral bastante clara. Cierto que está la culpa católica también, pero por sobre eso creo que hay una línea ética en el personaje. Es una mujer católica que practica esos valores, cosa que no se da por descontado, digamos. No lo hace sólo por redención o por caridad, lo hace porque para ella es lo correcto», señaló Martelli.

«Que ella no sepa qué hacer con su vida es otra cosa –agregó la cineasta–, tiene más que ver con lo que descubre cruzando la frontera de su vida privilegiada. Cuando cruzas a la otra vereda, también te ves a ti mismo, y eso que ves no siempre es algo tan lindo, aún así, creo que es mejor tener esa lucidez que no tenerla».

Si bien es ficción, el germen de la historia parte de la abuela de la directora, una ama de casa que de grande decidió estudiar arte. Sin embargo, la carrera quedó trunca por la irrupción de la dictadura de Augusto Pinochet y, en 1976, falleció luego de tres años en estado de depresión.

«Siempre sentí mucha atracción por el espacio doméstico. Me parece que hay tanto que observar ahí: cómo se gestan las dinámicas que después se reproducen afuera, cómo se definen los roles de género, cómo se practican y perpetúan las estructuras sociales y de clase, entre más. El espacio doméstico es de alguna manera una incubadora de la sociedad, y no es raro entonces que haya sido por tantos años un sitio reservado a las mujeres, las empleadas y los niños. Pensando en eso es que me puse a revisar la historia de mi abuela materna», dijo Martelli.

«Cuando empecé a conversar con las personas de mi familia –recordó–, me llamó la atención que esa depresión se entendiera como algo constitutivo de ella y no como un fenómeno social. Los tres últimos años de la vida de mi abuela fueron los más cruentos de la dictadura. Me pareció que había algo sobre la relación entre el contexto político y el espacio íntimo al que había que poner atención».

La directora habló también acerca de si se puede o no juzgar a una persona como al sacerdote o a la protagonista por actuar con miedo a sabiendas de que no están haciendo lo correcto: «En Chile no tuvimos eso, no juzgamos a los responsables de los crímenes, partiendo por Pinochet. Ahora, me parece que en Chile hubo mucha gente durante la dictadura que pensó que sus privilegios valían más que la vida del vecino. Sí eso me parece juzgable. Y creo que es algo bastante contingente, volvemos al tema de la brecha social; la gente que pasa hambre en nuestros países no es poca y lamentablemente es cada vez más».

En el mismo sentido, también habló acerca de cómo Chile vive hoy mirando a ese pasado de terror: «Creo que la dictadura fue tremendamente eficaz en cimentar sus objetivos. Nos heredó un sistema de libre mercado brutal, con poquísima regulación del Estado y una Constitución que consagra un Estado subsidiario, es decir; la salud, la educación y la seguridad social, quedan en manos privadas. Eso significó que la educación se transformó en un bien de consumo, y que sólo una parte reducida de la población ha tenido acceso a una educación de calidad. Nos convertimos en uno de los países con la brecha más alta entre ricos y pobres. Cosa que resuena bastante con la realidad actual de la Argentina, de hecho estamos en el mismo top 10 de los países más desiguales del mundo. En el 2019, en Chile, todas estas desigualdades llevaron a una movilización social que impulsó la escritura de una nueva Constitución. Paradójicamente, ese texto, redactado por una comisión elegida democráticamente, fue rechazado en un referéndum. El fenómeno por supuesto es muy complejo, pero si piensas que el 50 por ciento de la población tiene una comprensión lectora por bajo el promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, no es un misterio que la fuerte campaña de desinformación por parte de los que no querían que esta realidad cambiara, haya sido tan efectiva. Creo que eso te da un panorama de cómo el pasado ha tenido sus efectos en el presente».

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Argentina compitió en los Oscar con una película que también hace referencia a la dictadura. En ese sentido, la realizadora planteó finalmente qué tiene de atractivo filmar algo que todavía sigue vivo para muchas personas, pero que los realizadores no lo han vivido en carne propia: «Creo que es una manera más de entender la historia y también de reescribirla. Es el mismo ejercicio que hacemos cada uno con su propia memoria, la reinventamos todo el tiempo, la volvemos a leer desde el presente, una y otra vez. Me parece que es una práctica bastante vital. Para mí, la línea entre haber vivido algo y haberlo heredado es muy difusa. Creo que, como generación, cargamos con esos pasados tan brutales de nuestros países, y lo que es muy peligroso, es que cuando naciste bajo una dictadura que ya llevaba años, naces en un mundo que, de alguna u otra manera, naturaliza esa brutalidad. El ejercicio de reescribir el pasado ayuda a remecer esa historia a la que nos hemos vuelto inmunes».

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