“Señor, por favor, ¿cómo hacemos para tener su ayuda el jueves?”, le preguntaron al Brujo Manuel, un tucumano que arrastra la fe de miles de personas que lo visitan todos los días en su templo de Gorina, cerca de La Plata. El hombre que le hablaba le dijo que lo hacía de parte de Newell’s, mientras el “sanador” se retiraba del estadio de Quilmes tras estar en el borde del campo de juego “ayudando” a Estudiantes. Llega el Clásico con Central y los dirigentes se mueven convencidos de que todo vale para poder ganar.
Manuel Valdez tiene un largo currículum de manosanta: acompañó a Estudiantes cuando ganó la Copa Libertadores 2009, estuvo con la Selección en el partido contra Ecuador que le dio el pase al Mundial de Rusia, y también vio campeón de la Copa Sudamericana a Independiente frente a Flamengo en 2017.
El fútbol, se podría decir, es territorio de la superstición y lo cabulero. Y son muchas las historias que lo sostienen. Dicen que un entrenador de Newell’s de los años de Eduardo López pedía que un periodista de un medio local comentara los partidos del equipo, porque creía que le daba suerte. Funcionó durante seis fechas, hasta que Newell’s perdió y se terminó la historia con el periodista. O que otro entrenador de Newell’s decidió no poner en la cancha a un jugador porque era colorado, y sobre los colorados, se sabe, pesa el estigma de que traen mala suerte. El técnico que llegó después lo puso: el jugador fue figura y terminó vendido al fútbol europeo a millones de euros.
Cuando dirigía a Central en la B Nacional, Miguel Russo tenía las mismas prácticas. Después de cinco partidos sin ganar, Central cortó la racha con Defensa y Justicia, y desde ahí Russo usó la misma ropa que en ese partido. Central terminó ganando doce partidos consecutivos y ascendió. Tampoco los cuernitos de Mostaza Merlo cada vez que atacaban a Central eran su única cábala. Cuando llegó al club lo primero que hizo, en pleno trote de práctica, fue preguntarle a uno de los referentes del plantel para qué lado corrían con el entrenador anterior. Después de unos minutos de reflexión, los hizo correr para el lado contrario. Merlo convivía con estas cuestiones con naturalidad. Por eso no extrañó a nadie que un allegado hiciera sacar el número 17 –el número de la desgracia– de una de las habitaciones de la concentración de Arroyo Seco.
Con un nuevo Clásico a la vista, las historias resurgen. El 21 de septiembre a la mañana aparecieron en la vereda de la Ciudad Deportiva de Central tres objetos que se salieron de la imagen común del barrio: seis velas, una botella de vino espumante y un ramo de flores. Lo primero que pensaron era que un borracho había empezado temprano a festejar la llegada de la primavera. Eso explicaría la presencia de las flores y el champagne. Pero las velas ya era otra historia. Mitad roja, mitad negra, las seis estaban rodeando la botella. Rojas y negras enfrente de un predio de Central. ¿Otra brujería?
Eduardo Galeano decía que el fútbol es la única religión sin ateos. Y en las canchas las religiones se mezclan con las cábalas y las brujerías. Los estadios se convierten en grandes misas, donde se respetan los lugares de las butacas cuando el equipo ganó. Hasta el más ateo suele mirar hacia arriba buscando un apoyo, de vaya a saber quién, cuando su equipo está por patear un penal. Y así, se convencen de que respetar una serie de rituales será retribuido con un resultado favorable.
Lo que apareció frente a la sede que Central tiene en Baigorria podría tener un lado místico. Aunque en la búsqueda de internet para descubrir de qué se trata no aparece nada concreto. Las velas y la sidra (si no hay, se puede usar champange) son elementos que se utilizan para atraer amores imposibles, mantener la unión de la pareja o conseguir trabajo, más que para hacer que el rival pierda. Aunque las que son mitad rojas y mitad negras muchas veces se utilizan para destrabar y abrir los caminos. Las flores también aparecen, pero siempre son rosas rojas las protagonistas, no un ramo variado como el que apareció en Baigorria.
Las historias de brujerías y cábalas alcanzan niveles insospechados. Podrían ser cuentos de terror o escenas de absurdo. Como una vez que un brujo fue al Gigante de Arroyito para limpiar el aura del estadio. Era de noche y en la platea de Central que da a calle Cordiviola no había nadie. Las luces de las torres estaban apagadas. Y la noche se alumbraba entre con la luz de la luna y las luces de la avenida Avellaneda. En esa penumbra, apareció una mujer vestida con una sábana blanca. Del susto, el brujo suspendió su trabajo. Escapó del espanto que le dio la aparición. Desde hace cuatro años, Newell’s y Central no dejan que nadie tire cenizas de cadáveres sobre el césped de sus canchas. El rito se terminó. Creer o reventar.