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El futuro del euro, y el euro del futuro

El futuro euro podría estar respaldado por un Banco Central más flexible.

La política europea está entrando, después de muchas idas y vueltas, en la discusión final que determinará los próximos años del Viejo Continente. Lo que se está delineando no es el futuro del euro, sino el euro del futuro.

En su momento, los alemanes “donaron” una moneda y un Banco Central prestigioso a una Europa mediterránea con monedas inflacionarias y bancos centrales dominados por la política doméstica. De esta manera, los integrantes del Club Med accedieron a crédito barato e ilimitado, mientras Alemania se aseguraba un gran mercado de demanda para sus bienes y servicios de alto valor agregado.

Pero las graves fallas de diseño, regulatorias y de normas prudenciales hicieron que entrara por la ventana del endeudamiento, y de burbujas varias, lo que se quería evitar, al cerrar la puerta de la emisión y la devaluación sistemática. Se pensaba que el efecto disciplinador del mercado de capitales bastaba para obligar a los países mediterráneos al ajuste fiscal y a las reformas estructurales de sus inviables Estados del Bienestar.

Pero la capacidad disciplinadora del mercado de capitales depende de las normas prudenciales y las regulaciones vigentes. Normas y regulaciones impuestas por la propia política, en complicidad con muchos actores que hacían su negocio de corto plazo.

El resultado está a la vista. Fracasaron los incentivos para las reformas, de la mano de políticos narcotizados por bajas tasas de interés y crédito ilimitado, entes reguladores que no se animaron a frenar la fiesta a tiempo, y actores privados que maximizaron el corto plazo.

El dilema, ahora, después de meses de discusiones ha quedado claro: la Europa mediterránea se pone “a la altura” de una moneda fuerte y un Banco Central que sólo defiende la estabilidad financiera y de precios como buen heredero del Bundesbank, o los donantes aceptan que su criatura, la gran moneda, que aspiraba a ser competidora del dólar sea una moneda más débil respaldada por un Banco Central más flexible y menos pretencioso.

Es probable que la solución de compromiso a la que se llegue sea la de una moneda que “retrocede para tomar impulso”, para permitirle al BCE financiar, en el corto plazo, la deuda de España e Italia, mientras esos países hacen las reformas y el ajuste fiscal necesarios.

En otras palabras, los alemanes aceptando que el euro no sólo sea el implacable marco alemán, sino que también tenga algunos rasgos de la peseta, la lira o el franco francés, sujeto a estrictas condiciones fiscales y de reforma estructural supervisadas y controladas por ellos.

Los riesgos de esta operación son varios. Primero, no está claro si los alemanes aceptarán que circule por las venas del “nuevo” euro sangre griega. Segundo, tampoco está ya definida la magnitud de los condicionamientos que se impondrán a España e Italia, para que Alemania acepte, transitoriamente, este euro de menor calidad y un BCE con menos “reputación” de inflexible. Tercero, tampoco se conoce cuánto durará esa “transitoriedad”. Cuarto, cómo será la convivencia de un euro débil con un dólar débil, un yen débil, y un yuan inconvertible.

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