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El futuro es mujer

El director, dramaturgista y docente Gustavo Guirado se para en lo más alto de su vasta producción teatral de casi tres décadas con “Fausto o la pasión según Margarita”, con las extraordinarias actuaciones de Edgardo Molinelli, Paula García Jurado y Anahí González Gras

“Me espera un insomnio de la largura de los astros, y un bostezo inútil de la extensión del mundo”, escribió el poeta portugués Fernando Pessoa en “Insomnio”. Esas palabras, como un destello en medio de las sombras, parecieran instalar a Fausto, ese mismo que, volviendo a Pessoa reniega del “opio de ser otra persona cualquiera”, entre los recodos de la leyenda clásica alemana que dio origen al personaje y los de cualquier tragedia cotidiana del presente. Fausto reaparece para dejar en claro que, con su alquimia y desmesurado conocimiento no alcanza, y tampoco con intentar venderle su alma al diablo, más allá de que al final no firme el contrato.

El director, dramaturgista y docente Gustavo Guirado se para en lo más alto de su vasta producción teatral de casi tres décadas con Fausto o la pasión según Margarita, un singular triángulo de energías estalladas y recodos inesperados donde actúan (se encienden en escena) los extraordinarios Edgardo Molinelli, Paula García Jurado y Anahí González Gras.

Como suele hacer este talentoso creador que juega con destreza a dos puntas entre un teatro clásico y otro deliberadamente experimental, en su singular versión de Fausto, la fábula se vuelve una excusa para hablar de otros temas. De hecho, se pregunta con énfasis, más allá de la presencia del diablo que viene por el alma de Fausto a cambio de juventud y sangre en ebullición, hasta dónde está dispuesto a ir ese hombre viejo y en caída libre, atormentado por sus fantasmas, insatisfecho y en rotunda soledad. Pero también toma la fábula para hablar, casi en un tono borgiano, de la decrepitud, el inevitable paso del tiempo, la decadencia, el desgaste, la soledad, el abandono y la muerte.

Más allá de Goethe, en esta versión personalísima, con un humor irresistible y con desenlace inesperado que como suele hacer Guirado sirve para preguntarse una vez qué es actuar y qué es el teatro con unos momentos finales verdaderamente antológicos, arrecian otros autores y versiones como la de Christopher Marlowe, algunas impresiones del Fausto Criollo de Estanislao del Campo, e incluso las palabras incandescentes del propio Pessoa.

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Allí está Fausto, en escena, al que Edgardo Molinelli le aporta su profundidad, locura, disparate, melancolía e incertidumbre, hasta que la “magia” hace que aparezca el diablo, un Mefisto Queer, “macho y hembra”, al que la enorme Paula García Jurado construye desde los parlamentos pero particularmente desde un trabajo físico inconmensurable que no admite un sólo momento donde no produzca ficción. Es así como la lucha se desata hasta que en algún momento, el objeto de deseo, la joven Margarita, también irrumpe en escena para detonar en esta especie de triángulo con algo vinculado a lo iniciático, en otro trabajo memorable, esta vez de Anahí González Gras quien debuta bajo la dirección de Guirado, cuyo personaje coquetea todo el tiempo entre una candidez adolescente y la locura y el empoderamiento inevitables, y se para con holgura frente a los otros dos monstruos de la escena local.

Hay ante todo en el material una búsqueda a través del trabajo con el armado de los personajes que habitan en una gran instalación con ecos renacentistas, lograda a partir de la dirección de arte del creativo y talentoso artista plástico Mauro Guzmán, en la que abundan bellos objetos resignificados y brocatos a modo de tapizados y telones, instancia que se completa con el siempre elocuente vestuario de Ramiro Sorrequieta, que una vez más logra disparar sentido desde su conocida creatividad y vocación por los detalles.

De hecho, los personajes habitan allí como dentro de un cuadro de Botticelli en su más pura evocación renacentista y quizás como homenaje a Marlowe (también como un eco a Shakespeare), y se vuelven adictos a una sinergia en la que todo produce sentido, independientemente del texto y de las deslumbrantes actuaciones.

Del montaje también se destaca el trabajo minucioso que los actores producen a partir de las voces gracias al entrenamiento vocal con la cantante Angie Cámpora, donde las diferentes coloraturas se ven potenciadas a instancias de las tramas dramáticas por las que transitan, del mismo modo que acciona sobre ellos, y a lo largo de todo el montaje, un universo sonoro de gran delicadeza y precisión.

Entre muchas lecturas posibles que dispara el material, el director expone de antemano una feroz crítica a las contradicciones de la Iglesia, a partir de ese hijo desterrado que es el diablo que tan bien le ha venido a Dios y a sus seguidores para poner en él la idea del mal, y lo mismo hace con los otros personajes, utilizando la bipolaridad de ese diablo para endilgarle muchos de esos otros demonios que inquietan en la cotidianeidad burguesa de las sociedades contemporáneas, porque ese mismo diablo puede ser madre, padre, amante, objeto sexual y todo lo que se proponga. Es, precisamente, en esa contradicción y complejidad que transita el personaje, donde el director pone en evidencia una idea acerca del engaño y la falsedad que no serían posibles sin una “víctima” que en realidad es un “cómplice”, y donde, al mismo tiempo, estalla una crítica a lo que sucede en el campo político real y actual con el avance de la derecha, en otros de los mayores logros que propone el material.

Una vez más, como lo ha hecho a lo largo de toda su carrera, Guirado vuelve a confirmar que su teatro (el teatro en general) habla siempre, más o menos, de lo mismo: política, amor, deseo, sexo, muerte, religión; aunque esta vez cala aún más profundo en su búsqueda poética, sobre todo en su fervorosa elección por las pulsiones vitales frente a un supuesto canon de poder vinculado a la razón, dejando en claro que la inteligencia siempre termina perdiendo su batalla cuando se enfrenta al deseo, tomando partido, al mismo tiempo, por un poder vinculado a lo femenino que no casualmente atraviesa toda su producción artística y encuentra una gran caja de resonancia en el presente.
Ese poder de las palabras y el poder superlativo de los actores en escena vuelven a ser un campo fértil para este creador notable que hace mucho tiempo supo que el futuro (el presente) sería de las mujeres y lo festeja con su singularísima versión de Fausto.

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