Albert Einstein fue sin duda uno de los hombres que marcaron un hito fundamental en el siglo XX. Tenía una personalidad multifacética. No sólo dedicó su esfuerzo a los estudios físico-matemáticos sino que también reflexionó acerca de cuestiones como el nacionalismo y la guerra. Era aficionado al violín. Su austeridad y antisolemnidad eran proverbiales.
A lo largo de la historia moderna algunas teorías como la evolución de las especies –elaborada por el biólogo Charles Darwin– o la de la plusvalía, esbozada por Pierre Joseph Proudhon pero sistematizada por Karl Marx, han tenido un impacto de tal magnitud que aun transcurridos los años siguen generando arduas y ásperas polémicas. En el siglo XX la exposición por parte de Sigmund Freud de su teoría psicoanalítica, el hallazgo del inconciente y la interpretación de los sueños abrieron nuevas perspectivas y espacios para la reflexión. La teoría de la Relatividad de Einstein tiene esa potencia revulsiva que marca un antes y un después. Ya nada puede ser visto del mismo modo, soslayando estos enunciados.
Freud decía que la especie humana había sufrido tres heridas narcisistas: la primera cuando se descubrió que la Tierra no era el centro del universo. La segunda cuando Darwin demostró que somos descendientes de alguna variedad de primate. Y la tercera que es preciso tomar debida nota que los seres humanos no controlamos todos nuestros actos, sino que el inconciente opera de manera tal que se nos escabulle.
Cuando Einstein enunció su primera Teoría de la Relatividad no sólo el ámbito de la física se vio conmovido sino que los efectos se expandieron a otras ramas del saber.
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, y murió en Princeton, Estados Unidos, el 18 de abril de 1955. Provenía de una familia de origen judío pero se declaraba muy heterodoxo en materia religiosa. Las siguientes reflexiones son prueba de ello. Einstein creía en un Dios que se revela en la armonía de todo lo que existe, no en un Dios que se interesa en el destino y las acciones del hombre. El alemán deseaba conocer cómo Dios había creado el mundo. Alguna vez sintetizó sus creencias religiosas de la siguiente manera: “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más pequeños detalles que podemos percibir con nuestra frágil y débil mente. La más bella y profunda emoción que nos es dada es la sensación de lo místico. Ella es la que genera toda verdadera ciencia. El hombre que desconoce esa emoción, que es incapaz de maravillarse y sentir el encanto y el asombro, está prácticamente muerto”. En ese sentido, Einstein sostuvo: “Saber que aquello que para nosotros es impenetrable realmente existe. Se manifiesta como la más alta sabiduría y la más radiante belleza sobre la cual nuestras embotadas facultades sólo pueden comprender en sus formas más primitivas. Ese conocimiento, esa sensación, es la verdadera religión.”
En 1905, siendo un joven físico ignoto que trabajaba como empleado en la Oficina de Patentes de Berna (Suiza), publicó su teoría de la relatividad especial. En ella incorporó, en un marco teórico simple fundamentado en postulados físicos sencillos, conceptos y fenómenos estudiados antes por Henri Poincaré y por Hendrik Lorentz. Desde allí dedujo la ecuación de la física más conocida a nivel mundial: E=mc², que significa la equivalencia de masa-energía. Como explica George Gamow en su célebre libro “Treinta años que conmovieron la física”, Einstein también publicó otros ensayos que establecerían la bases para la física estadística y la mecánica cuántica.
En 1915 presentó la teoría de la Relatividad General, en la que reformuló por completo el concepto de gravedad. Una de las consecuencias de esta teoría fue el surgimiento del estudio del origen y la evolución del Universo por la rama de la física denominada cosmología. En 1919, cuando las observaciones realizadas en Gran Bretaña de un eclipse solar confirmaron sus predicciones acerca de la curvatura de la luz, fue reconocido y elogiado por la prensa. Einstein se convirtió entonces en un ícono popular de la ciencia mundialmente famoso, un logro que muy pocos científicos alcanzan.
Tras el ascenso del nazismo en Alemania, Einstein se vio forzado a partir al exilio en diciembre de 1932 hacia Estados Unidos. En este país ejerció como profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton. En 1940 adoptó la nacionalidad estadounidense. Durante sus últimos años trabajó por integrar en una misma teoría la fuerza gravitatoria y la electromagnética.
Hay quienes lo consideran como el “padre intelectual de la bomba atómica”, por sus hallazgos científicos que fueron utilizados con ese nefasto fin. Pero cabe señalar que en sus escritos Einstein se manifiesta por el libre pensamiento, el pacifismo y el socialismo con respeto de la libertad individual.
Einstein era claramente antibelicista y en la Primera Guerra Mundial se negó rotundamente a firmar el manifiesto de apoyo al Kaiser alemán. Impulsó una proclama contra la guerra y afirmó sin titubear: “Es increíble lo que Europa ha desatado con esta locura. En estos momentos uno se da cuenta de lo absurda que es la especie animal a la que pertenece”.
Albert Einstein afirmaba que la moralidad no era dictada por Dios alguno, sino por la humanidad. Esta contundente definición debería ser tomada en cuenta en el presente por quienes ejercen el poder en las latitudes más diversas del planeta. Estas personas que se empeñan en la fabricación de armas de destrucción, bombas nucleares, aviones no tripulados –también conocidos como drones–, entre otros.