Beppo Levi fue un científico destacado en Europa en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Era de origen judío. Perseguido, recaló en Rosario desde donde ayudó a capacitarse a mucha gente. Cuando terminó el conflicto bélico le ofrecieron volver a Italia. “Me quedo en Rosario porque fue una ciudad generosa conmigo”, se le escuchó decir.
Pedro Roberto Marangunic es licenciado en Matemática por la Universidad Nacional del Nordeste, y se desempeña como profesor titular en la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura de la UNR. Se interesa tanto por las diversas aplicaciones de la Matemática como en temas de educación matemática y de historia de la matemática en la Argentina.
Marangunic ha tomado la tarea, desde hace muchos años, de divulgar la figura de Beppo Levi. Si bien no lo conoció, se ocupa de exhumar su vida y su trabajo académico en Rosario. Y evoca una imagen que ya es patrimonio del imaginario de rosarinos de la época: “Un hombre mayor, muy bajo, que arrastraba un portafolios inmenso para su estatura. Vivía en calle San Lorenzo, cerca de bulevar Oroño, y tomaba el tranvía N° 6 en calle Balcarce para ir a la Facultad de Ingeniería. Se cuenta que los tranvías venían muy cargados, con gente en los estribos, prácticamente en el aire. A él, que era un hombre mayor y reconocido, más de una vez le tocaba viajar en el estribo, llevando ese portafolio descomunal; en más de una ocasión, tuvieron que ayudarlo a subir. Era un hombre sencillo”.
“Comencé a trabajar en el departamento de Matemática de la Facultad de Ingeniería y Agrimensura, en donde trabajó Beppo Levi, y en el Instituto de Matemática que lleva su nombre”, recuerda Marangunic. Y agrega: “Nuestra facultad tuvo un decano muy visionario, Cortés Plá, quien se percató de que la docencia requiere alimentarse con la investigación, para lo cual había que crear institutos de las diferentes disciplinas dentro de la facultad. Uno de los institutos que crearon fue el de matemática para lo cual debieron salir a buscar un investigador formado y trajeron a Beppo Levi”.
—¿Quién fue Beppo Levi?
—Fue el cuarto de diez hijos. Había nacido en Turín, en 1875. De chico tuvo problemas de salud que repercutieron en su contextura física. A los 21 años se doctoró en la Universidad de Turín. En 15 años publicó un sinnúmero de trabajos que le valieron reconocimiento internacional. En todo lo que estaba en el candelero, Levi produjo trabajos que se destacaron. Algunos de ellos tuvieron un alto impacto en el mundo 60 años después de escritos. Mientras tanto fue creciendo en su carrera académica hasta llegar a la Universidad de Bolonia, que era una de las universidades más prestigiosas del mundo. Fue uno de los editores del Bolletino della Unione Matemática Italiana, una de las revistas científicas relevantes en la materia en ese tiempo. Si pudiéramos hacer una distinción entre erudito y sabio, tomando al erudito como el que ha leído muchas bibliotecas; y al sabio, como el que toma las decisiones más adecuada, Beppo Levi fue las dos cosas: erudito y sabio. Y una persona de prestigio internacional. Italia se dio el lujo de dejarlo cesante en 1938 por la aplicación de las leyes raciales. Tenía 63 años. Siguió trabajando desde su casa e iba a la biblioteca de la universidad hasta que un día un portero le impidió entrar allí; él y su familia comprendieron la gravedad de los días y el peligro que corrían. Decidieron exiliarse. En Rosario se estaban creando los institutos y al enterarse de la persecución, Cortés Plá lo invitó a venir. Llegó en noviembre de 1939. Tenía 64 años. Vivió hasta los 86 y trabajó en la facultad hasta 20 días antes de fallecer. Renunció el 8 de agosto y falleció el 28 de agosto de 1961.
Cuando Levi llegó a Rosario estaba todo por hacerse. La investigación era casi inexistente. Él tuvo que empezar de cero. “Más, tuvo que enseñar el oficio de investigador”, recuerda Marangunic. Y sigue: “Y crear publicaciones que no existían, para lo cual viajaba a Santa Fe, donde funcionaba la imprenta de la Universidad Nacional del Litoral; la de Rosario no había sido creada para esa época. Hasta tuvo que enseñarles a los tipógrafos cómo hacer la simbología matemática. Le sobraban energías para ocuparse de todos los detalles. Algunas de aquellas publicaciones existen en la actualidad”.
Ser matemático no es sólo enseñar matemática sino generar conocimientos nuevos. Su llegada a Rosario estuvo acompañada por la del matemático español Luis Santoló, “un matemático catalán muy joven que también vino perseguido por combatir por los republicanos, en la Guerra Civil española”. Ambos formaron parte de una generación de rosarinos que aportaron grandes conocimientos a esta ciencia. Allí inició una verdadera escuela matemática, y tuvo como alumnos a quienes serían importantes matemáticos argentinos más tarde, como Pedro Zadunaisky. A esa generación la integraban, también, Simón Rubinstein, Juan Olguín, Enrique Ferrari, Fernando y Enrique Gaspar y Mario Castagnino.
Mario Castagnino, es ingeniero, doctor en matemática y en física con reconocimiento internacional, y con El Ciudadano habla sobre la figura de Beppo Levi.
—¿Quién fue Levi?
—Se llamaba Beppino Teodato Levi. Era judío. Llegó aquí por la persecución a la que eran sometidos los judíos en Italia. Había sido rector de la Universidad de Bologna. Cuando irrumpe el fascismo le quitan los dos cargos que tenía, el de rector y profesor. Sin embargo, él iba todos los días a la biblioteca para seguir estudiando y trabajando, hasta que un día el portero de la biblioteca le dice que no lo puede dejar entrar más. Esto representó algo muy impactante para él, que era una persona de mucho orgullo. Tomó la decisión de venir a la Argentina y nunca más quiso regresar a Italia pese a que lo mandaron a llamar. Era uno de los cinco matemáticos más importante de Italia en un momento en que ese país ostentaba el más alto nivel en la especialidad. Él fue el primer doctor en matemática en Rosario. Invitó a acompañarlo a Luis Antonio Santaló Sors, un catalán más conocido por Luis Santaló, matemático español de fama internacional que contaba con 28 años de edad y con 12 trabajos científicos publicados. Comenzaba la Segunda Guerra Mundial y era uno de los integrantes del derrotado bando republicano en España. Beppo Levi nos incentivó a un grupo de jóvenes en el estudio y la investigación de las matemáticas. Me había recibido de ingeniero y empecé a ser ayudante de matemática. Primero, de Juan Olguín. Hasta que en 1955 quedan vacantes algunos cargos y le dan la cátedra de Mecánica Racional, en Ingeniería, a Beppo Levi; y a mí me asignaron como jefe de trabajos prácticos.
—¿Y a usted por qué se le dio por la matemática?
—Porque cuando terminé ingeniería me di cuenta de que me gustaba más la matemática. Y al terminar mi carrera fui a verlo a don Beppo y le pregunté qué hacer, y él me dijo en su tono italiano: “Váyase a estudiar matemática a Italia”. Me dio una carta para Ferraccini, en Turín. Lo fui a ver. Me derivó a Roma para que lo viera a Beniamino Segre, una personalidad científica, quien solía decir que “la matemática e nata en Italia”. Su hipótesis era que la escuela pitagórica asentada en Sicilia había sido el germen italiano de la matemática moderna. Estuve en Roma con Segre y Gaetano Siquera, y allí hice el doctorado en matemática”.