El libro “El Gobierno de la Inseguridad” es producto de la investigación doctoral en Ciencia Política que su autora, Luciana Ginga, terminó en el 2020 tras 7 años de trabajo en la beca doctoral de Conicet. Ginga rastrea todo lo vinculado a la seguridad, inseguridad y la prevención del delito que se implementó en el gobierno local en Rosario desde el año 1995 hasta 2016. La autora toma la asunción del Socialismo al gobierno municipal hasta la marcha a gobernación de 2016, bajo el lema de Rosario Sangra, cuando el tema de la seguridad golpea fuerte a la sociedad rosarina. Ginga no aborda el tema del narcotráfico, aunque lo menciona. “Me enfoco mucho más es en tratar de ver cómo de alguna manera construir el problema de la seguridad y la inseguridad, o cómo cada sociedad construye lo que entiende por un ámbito seguro o inseguro, lo que puede derivar o puede incidir en el modo en que se construye una problemática pública”, sostiene.
“Cómo se construye sensibilidad frente a lo que pasa. Cuál es la especificidad que adquiere este modo en la racionalidad de gobierno neoliberal en nuestra región y cómo toleramos lo que nos pasa, lo que nos sucede frente a los índices de homicidios, los discursos de odio, las soluciones punitivas, el racismo explícito-implícito que circula. Cómo de alguna manera se construye esa legitimidad para odiar siempre a los mismos y a las mismas”.
—¿Por qué elegís el recorte de 1995 a 2016?
— Busqué dar cuenta de cómo este problema que hoy toma otros matices muchísimo más violentos. Me parece interesante poder difundirlo, sacarlo un poco del ámbito académico. Por un lado tomo el año 1995 porque a partir ese año el Socialismo asume la gestión del gobierno local. Y a partir de ese momento vemos la conformación de un campo de acción público y privado con una fuerte impronta de planificación con una idea fuerte de ciudad, que si bien después fue variando de acuerdo a la gestión, ya que durante esa etapa gobiernan Hermes Binner, Miguel Lifschitz y Mónica Fein que tuvieron sus particularidades y sus diferentes énfasis en cuanto a la prevención del delito y a la seguridad, me parecía que era interesante relevar toda esa dinámica. A mí me interesaba ver cómo se desplegaron estrategias en relación a la prevención del delito tomando a la seguridad como problema. Y esto es un punto muy importante para mi investigación, porque la construcción del problema de la seguridad es muy importante en la medida en que la seguridad está entendida.
Todas las estrategias de prevención, tanto la prevención situacional-ambiental como la prevención social del delito que lleva adelante el gobierno local, tenían que ver con la necesidad de disminuir los índices de comisión de hechos delictivos menores. La construcción del problema de la seguridad estaba anclada al delito urbano menor, lo que nos dice mucho del modo en que se interviene. A mí me parece interesante marcar la relevancia de este problema y las diferentes estrategias de intervención. Y a través de un relevamiento pongo en contexto un poco cómo Rosario se fue transformando durante toda la gestión socialista. Porque ese hay que decir qué es socialismo transformó la ciudad; después cada quien dirá si para bien o para mal. Y en el libro se desarrollan las diferentes estrategias de gobierno en relación a estos temas, una mirada completa, porque rastrillo todo lo que pude en relación a documentos, ordenanzas documentos oficiales, en programas, proyectos de ordenanza.
—¿Cómo evalúas esos proyectos?
—En 1995 asume la intendencia Hermes Binner y comienzan 24 años de gobierno socialista con las especificidades propias de cada gestión, pero con algunos puntos de continuidad, una estrategia de gobierno que buscaba de alguna manera modernizar Rosario, ubicarla en la vidriera nacional e internacional de ciudades de punta, susceptibles de recibir capitales nacionales e internacionales, eventos internacionales. Y aunque Rosario se posicionará en un lugar estratégico para la recepción de distintos capitales, para convertirse en un lugar por ejemplo de elección turística, el tema de la prevención del delito no existía. A mediados de la década los 90 no era un problema; sin embargo tenemos acá un primer acontecimiento que a mí me parece importante relevar. En el 98 hay proyecto de ordenanza sobre seguridad comunitaria que se presentó en el Concejo Municipal a través del edil Juan Giani, pero no se trató. No se aprobó porque la Municipalidad sostenía que no tenía recursos para abordar este tema. Se consideraba que el tema de la seguridad y la inseguridad en relación a los índices delictivos del delito urbano menor, que era un tema de la provincia y un tema de la Policía. No se trató a pesar de que pidió como más de 20 veces preferencia para tratarlo, pero siempre se dilató el tratamiento y nunca se aprobó. En el año 2000 se presenta también como otro proyecto de extensión universitaria, que se llamó comunidades justas y seguras, desde la Facultad de Derecho en convenio con la Universidad de Toronto. Pero eso no fue impulsado por el gobierno estatal local, ya era impulsado por una cátedra que coordinaba en aquel momento el profesor Enrique Font. El proyecto intentaba hacer pie en un barrio, trabajar la cuestión de la defensa de los Derechos Humanos.
—¿Cuándo te parece que la seguridad comienza a ser un problema?
—Recién en el gobierno (municipal) de Lifschitz la seguridad empieza a ser un problema. En el 2003 se da la primera decisión institucional y se promulga el programa municipal de seguridad urbana. Y de esta manera comienza el armado de una infraestructura estatal en relación a la prevención del delito que no dejó existir o que no dejó de crecer, digamos hasta hoy, con una cantidad luego de ordenanzas o proyectos de ordenanza que se fueron promulgando y que se fueron presentando en relación al tema. De alguna manera se apuntaba a constituir subjetividades, constituir modos de ser, constituir modos de ser ciudadana y ciudadano, una subjetividad que apuntaba a que no se encierren, que no permanezcan en soledad. Pero se constituye el enemigo, que son estos jóvenes varones de barrios humildes y de alguna manera construyen comunidad, construyen colectivos que ponen el enemigo afuera, que son estos jóvenes varones y pobres, y estigmatizan, desprecian a una autoridad frente a un nosotros cada vez más igual, más idéntico, más ensimismado, más parecido a sí mismo, más hermético.
Y de alguna manera los jóvenes varones y pobres son los depositarios del miedo, del dolor de la incertidumbre que en casos extremos llevó a los linchamientos, hasta matarlos. Entonces esa necesidad de tomar como propia la tarea de cuidarse, de prevenirse. O sea la vida propia y ajena toma por momentos como un deber moral, un imperativo. Y entonces mi compromiso como ciudadana es hacer todo lo posible para que estos jóvenes estén lejos de mi barrio: no me interesa su vida, no me interesa si estudia, no me interesa absolutamente nada. Sólo me interesa mi barrio, mi seguridad. La indiferencia frente al horror de los homicidios diarios tiene que ver con que los protagonistas son los jóvenes varones y pobres, y por lo tanto no interesa. Porque esos son los que generan la inseguridad y la inseguridad, lamentablemente, cierta justificación hacia la violencia hacia los jóvenes varones y pobres, que son, en definitiva los que ponen el cuerpo.