Candela Ramírez
Especial para El Ciudadano
Si la situación “no da para más”, ¿por qué no se produjo en Argentina un estallido social? Desde el campo político comunicacional, el sociólogo Saúl Feldman intenta dar una respuesta en su libro <La conquista del sentido común. Cómo planificó el macrismo el “cambio cultural”< que presentó la semana pasada en Rosario.
“Parte de que no se produjera un estallido tiene que ver con un trabajo que hizo el macrismo alrededor del sentido común. De hecho Nicolás Dujovne hace unos meses se ufanó de que habían hecho uno de los ajustes más importantes de toda la historia económica argentina, sin que se produzca un estallido. Estaba aludiendo a un trabajo que se hizo y no fue improvisado. El macrismo se viene organizando como fuerza política desde los años 2000 con todas las organizaciones, fundaciones, el Grupo Pensar, entre otras. La política cultural y comunicacional adquiere su madurez y organización entre 2004 y 2005 cuando Macri conoce a Jaime Durán Barba, conocido como el mentor político. Después se suma Alejandro Rozitchner, más como el estratega filosófico-ideológico de esta cosmovisión. Los dos fueron coordinados por Marcos Peña pero tuvieron llegada directa a Macri”, introduce Feldman.
El sociólogo cuestiona una expresión que se extendió entre muchas personas adultas: “Esto ya lo viví”, haciendo referencia a la década del noventa. Considera que es una frase infeliz porque confunde los hechos: “Es lógico que la gente recurra a esquemas del pasado para poder explicar el presente, pero en realidad esconde la especificidad de este proyecto neoliberal en la época que se vive: la cuarta revolución industrial, la revolución digital. Ahora el lugar de la cultura y la comunicación en un proyecto económico y social tiene un peso absolutamente diferente al que tenía antes”.
Feldman habla de un contexto mundial en el que el desarrollo digital que hace que las personas vivan hiperconectadas las 24 horas del día: “hay un desarrollo cultural del hiperindividualismo”, considera. Ya no existe un mundo privado disociado de lo público, ni el espacio del trabajo separado del ocio: “Ponemos nuestra alma a disposición de las influencias que circulan por las redes. Depende de nosotros cómo somos producidos subjetivamente por esta situación”, describe.
En este punto, señala, es donde más se diferencia el macrismo de los 90. También es diferente porque se propuso desde un primer momento un cambio cultural. Cita frases de los dirigentes oficialistas: “Para cambiar un sistema hay que cambiar el país”, “Cambiar el alma de los argentinos”, “Tenemos que llevar a cabo un cambio cultural”.
El autor plantea que el macrismo decidió que “el campo de lucha no es el proyecto socioeconómico que se propone, sino el sentido común”. Define a éste como “un campo de creencias que son comunes a una comunidad, que son simples y que tienen la facilidad de atravesar fronteras de edad, ideológicas, sociales e inclusive culturales. Y que tiene implícitos criterios morales e ideas que están enraizados en una emocionalidad muy fuerte, en sentimientos como el odio, la envidia o el amor. Esto lo hace tremendamente poderoso: que alguien pueda interpelarnos emocionalmente a partir de nuestras creencias invocando el odio, el apego a ciertas ideas”.
Feldman considera que el macrismo logró instalar “una serie de ideas y una serie de odios dentro de la sociedad que acaba de entrar en un crisis con el resultado de las Paso”. “El gobierno, a través de una cinicracia como forma de gestión, cruelmente desconoce al otro, lo hace culpable de lo que sucede y produce un sistema de desprecio que se patentizó el lunes siguiente, cuando Macri culpabilizó al contendiente en vez de felicitarlo, diciendo que tiene que hacer autocrítica”, desarrolla.
—¿En qué consiste la cinicracia?
Cinismo es mentir y tergiversar la realidad de modo tal que las reglas lógicas se transforman en su contrario: “autocriticate por los resultados malos que yo tuve”. La gente se siente inmersa en un clima de locura. A la cinicracia la defino como un sistema de gestión de gobierno y un sistema discursivo que lo acompaña. Es radicalmente distinto a la mentira porque mentir descaradamente es otra cosa: te miento para obtener una ventaja, escondo que estoy mintiendo. Como Carlos Menem cuando dijo: “Si hubiera dicho todo lo que iba a hacer, no me votaban”. Macri representa la mentira descarada. El cinismo hace una exhibición desvergonzada del poder de mentir. Se usa un lenguaje determinado y se rompen reglas de colaboración lingüística, como el contrato social de sinceridad: si te hablo se supone que te digo la verdad. En la cinicracia como sistema de gestión, se arman equipos que tienen tareas determinadas, algunos son formales y otros no. Como Durán Barba y Rozitchner o los trolls. Es un sistema de gestión muy dinámico, disciplinado y organizado, que tiene por fin gestionar la comunicación, el disciplinamiento, el contacto con los medios de comunicación y la Justicia para imponer una determinada serie de ideas. Tiene un modo discursivo en el que se rompe el pacto de sinceridad, se utilizan hipérboles y se invierte de forma vehemente la actitud, que cuando digo que vos estás haciendo lo que yo estoy haciendo. El problema del cinismo es que conlleva como resultado un acto cruel: destruye al otro, lo sume al otro en el desasosiego, el desamparo, la sensación de que el otro te está desconociendo como un ser al cual le tiene que decir la verdad, más si es el presidente. Esto produce una ruptura de los pactos sociales, de los vínculos y ya nadie tiene estatus ético ni moral.
—¿Cómo lee los resultados de las Paso?
—Ese domingo hizo eclosión, la sociedad dijo basta. No creo que sea solo una respuesta económica, sino también un basta a este sistema de rompimiento de un contrato social básico.
—Siguiendo la idea de por qué no estalla todo, una de sus respuestas es por esta propuesta de cambio cultural que intenta hacer el macrismo. ¿No hay también del otro lado una población y una dirigencia que tiene memoria de lo traumático sobre lo que pasa cuando hay un estallido?
—Sí, por eso en el conurbano hubo un intento de contener a través de programas sociales, entre otras medidas. También hubo propuestas de salir a cacerolear, pero la gente llama a la tranquilidad. Muchísimas personas opusieron una resistencia hablando con vecinos, amigos, familiares. Hoy la polarización tiene un polo que está activo y el otro está en crisis. El macrismo reconoce que recibió un golpe mortal. El tema es cómo van a ser estos meses de transición, no creo que produzcan algo diferente. En el libro hago un análisis sistemático y concienzudo del modo de construcción de esta cosmovisión y construcción cinicrática que se va a ir dando durante estas elecciones porque no tienen posibilidad de construir otro código. Sí quizás construir salidas diferentes pero con el mismo código, el mismo software, porque están muy convencidos de eso. Efectivamente decidieron dos líneas: antes de las Paso dijeron que era más grande el miedo que la decepción por la política económica; por otro lado, siguen con la idea de que están “haciendo lo que hay que hacer”. Desconozco qué van a hacer pero ellos mismos dicen que están irrecuperables. Al mismo tiempo, Patricia Bullrich dijo “ni vencidos vencidos”. O sea: “Estamos vencidos pero no vamos a aceptarlo”. Eso es peligroso, ¿a qué están llamando? Hay que estar muy atentos y alertas. Son producto de un sistema que ellos mismos crearon y del cual son obedientes. El establishment da la sensación que le quitó el apoyo
—¿Eso no es garantía para que sí se pueda hacer la transición?
—Sí, es un hecho que en esta polarización Alberto y Cristina son la alternativa. El establishment decidió entrar razonablemente en una negociación, porque Alberto Fernández está en una actitud de apertura. Cristina Fernández habló de un nuevo contrato social donde sean posibles los proyectos personales pero en el marco de un proyecto colectivo donde entre todo el mundo, que no quede afuera el 70%. El gobierno nacional desordenó la vida cotidiana de la gente.
—¿Cuán hondo le parece que caló en el sentido común las construcciones discursivas que hizo el macrismo? ¿Llegó a significar un cambio de época?
—Sí, hay una conquista del sentido común que va a ser dificil de remontar. La Revolución Digital está ligada a un desarrollo tecnológico determinado. El individualismo, la meritocracia, el emprendedurismo no son cosas nacionales, son parte de un proyecto cultural internacional. Forman parte de la cultura actual, es hegemónico y es en lo que se basó el macrismo. Por otro lado, hay contracorrientes culturales que impulsan sentidos colectivos de forma transversal, como el movimiento de mujeres, la ecología, los jóvenes. De hecho, el macrismo se dice moderno y sin embargo entre los jóvenes le va mal electoralmente. No es casualidad, tiene una raíz cultural. Aspectos relacionados a la autenticidad, honestidad y diversidad respecto al otro son valores muy importantes en los jóvenes. El macrismo es lo opuesto y ellos se dan cuenta.
Vivimos un momento de altísima gravedad pero con esperanza de poder armar un contrato social distinto, hay que redefinir un sentido común que abone en creencias y criterios morales que permitan el desarrollo de determinados valores que tengan que ver con el bienestar general.
—¿Le parece que la oposición y en particular la fórmula Fernández-Fernández viene construyendo en ese sentido?
—Sí, y más rápido de lo que uno podría pensar, porque hace dos meses el peronismo estaba absolutamente desunido y atomizado. En tiempo récord logró organizarse y unirse. También se organizó en el plano comunicacional para las elecciones. Hoy hay roles claramente definidos. Alberto Fernández logró establecer su liderazgo. CFK en segundo plano estableciendo estrategias, no interviniendo en las discusiones cotidianas. Axel Kicillof en su rol en la provincia de Buenos Aires, con una modalidad de recorrer la provincia. Sergio Massa con el rol de haberse unido. Cada uno dentro de esta complejidad de diferencias que existen en el peronismo. Hay una estrategia que se ve en las comunicaciones que poco a poco no sólo tira medidas económicas y fija agendas sino que también construye un sentido común. Alberto Fernández lo dijo en Rosario: “Yo no hablo de economía, hablo de valores”. Él habla de economía, pero lo quiso dejar establecido: no es solo un tema de economía, ¿hacia qué sociedad vamos? Es un puente a la construcción de sentido común, ¿cómo vamos a convivir políticamente? Es un nuevo contrato social que no se da solo arriba en las estructuras sindicalismo, empresarios y organizaciones sino que se da también en las organizaciones intermedias y sobre todo se tiene que dar entre la gente: hay que generar estructuras donde se pueda reunir y establecer un nuevo contrato social que tenga que ver con un nuevo tejido social que permita el proyecto de todos y cada uno en la vida cotidiana. Existe un clima de desconfianza hacia otro, esto tiene que cambiar. Estoy esperanzado porque da la sensación de que el proyecto del macrismo se está deshaciendo. Aunque siempre puede haber sorpresas ya que es gente con muchísimo poder: económico, en la Justicia y en los medios. La sociedad en su mayoría dijo basta, creo que en octubre va a pegar el grito más fuerte.