Enrique Genovar
Volvió una noche y demostró que toda la ilusión que la gente depositó en él tiene fundamento. Luciano Figueroa tuvo su reestreno con la casaca canalla, pero más allá de su buen rendimiento y de su presencia intimidante en el área rival, no pudo cambiar el rumbo de este Central que sigue sin ganar el Clausura.
La expectativa que generó fue enorme y se notó apenas comenzó a poblarse el Gigante. El hincha llegó con otra expectativa, con la ilusión de que Lucho pudiera por sí solo revertir un inicio preocupante. Y más allá de que la placa final fue más de lo mismo, Figueroa demostró que puede ayudar a cambiar.
La primera gran ovación llegó unos minutos antes del inicio cuando en la pantalla gigante apareció su nombre entre los titulares. Un rato más tarde asomó su figura en el túnel de la mano de su hija y provocó el delirio de los hinchas. “Luchoooo… Luchooo…”, se escuchó en el Gigante.
En el primer tiempo se lo vio preciso. Corrió mucho y en su cabeza tuvo la gran chance de reencontrarse con la red cuando a los ocho minutos zafó la marca de Lisandro López y conectó un cabezazo potente que reventó el travesaño del arco defendido por Cejas. Fue su único disparo al arco, pero su presencia siempre preocupó a los defensores rivales, a punto tal que en el gol de Zelaya, arrastró las marcas para que el tucumano apareciera solo.
En el segundo tiempo la pelota le llegó poco, pero se dio maña para habilitar primero a Chitzoff, que remató desviado, y un rato más tarde a Caraglio, para provocar una gran atajada de Cejas. Como era lógico el cansancio lo fue dejando sin resto, aunque sorprendió que jugara 82 minutos, cuando la idea del cuerpo técnico era tenerlo no más de una hora. A los 37 minutos del complemento dejó la cancha por Rivero y recibió la última ovación de la noche. Y casi como un designio del destino, su salida coincidió con el empate de Chacarita.
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