Quien relata la historia corre con una gran ventaja frente a sus eventuales contendientes toda vez que no sólo impone a designio unos temas en la agenda comunicativa y puede excluir, por obvia decantación, otros que no son útiles a la fábula, sino que consigue, cuando el establishment cultural no opone reparos al respecto, crear una suerte de pseudo-historia. Es lo que ocurre con la actuación de los piratas, que aparecen en el actual imaginario colectivo de los pueblos iberoamericanos como personajes pintorescos cuando no directamente héroes. La realidad documentada de la que pueden dar testimonios todos los puertos americanos indica, por el contrario, que eran por definición codiciosos delincuentes, que en la mayoría de los casos actuaban en forma desalmada y cruel con sus víctimas.
Quizás porque Hollywood y la BBC han monopolizado los guiones al respecto, aceptados acríticamente por aquello que Jauretche llamaba “intelligenzia”, es decir, la intelectualidad desarraigada que repite estereotipos culturales foráneos, nos sea totalmente desconocida la heroica defensa de Cartagena de Indias ante el asalto británico y menos familiar aún nos resulte el nombre de Blas de Lezo, héroe de aquellas jornadas. Resulta indignante que al mismo tiempo que se simpatice con Drake, Morgan y Raleigh y se ignore a De Lezo. Y si bien el ataque a Cartagena de Indias no sería protagonizado por piratas sino por la armada británica, su olvido es demostrativo de lo anterior.
La Armada más grande
En 1739 comenzó una guerra entre Inglaterra y España que se prolongaría hasta 1750 y que tuvo, en lo que aquí interesa destacar, el mar Caribe y su control naval por escenario. La ciudad de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, era el puerto amurallado en donde se concentraban los galeones españoles que, escoltados por buques de guerra, hacían la travesía del Atlántico rumbo a la península ibérica. Sin embargo, el historiador Vicente Sierra sugiere que había más que oro y tesoros en la mira de los ingleses, que buscaban una excusa que les permitiera declarar las hostilidades. Desde ya que la posibilidad de apropiarse de las colonias españolas en América era parte del plan, pero incluso había razones curiosas: hacía muy poco que en Inglaterra reinaba la Casa de Hannover con el rey Jorge II a la cabeza, pero cuyos miembros no eran del todo bien vistos por su origen alemán, destacándose que ni el propio monarca hablaba fluidamente el idioma de Shakespeare.
Una guerra rápida y eficaz que consiguiera un tesoro para pasear por las calles de Londres y agregara colonias a la metrópoli era, sin dudas, la mejor forma de ganar el corazón de los súbditos por parte de una casa real que aún hablaba alemán.
Para tomar conciencia de lo que estaba en juego, y como dice Julio de Guernica, “los ingleses prepararon una impresionante Task Force (fuerza de tareas) que contaba con 186 navíos con 2.000 cañones y 27.000 hombres, incluyendo un regimiento de esclavos jamaiquinos que obviamente iba a la vanguardia en cualquier misión, y 4.000 virginianos de las colonias norteamericanas al mando de Lawrence Washington (medio hermano de George). Nunca se vio una flota semejante y sólo fue superada en la historia mundial por la que invadió Normandia en 1944”.
El bravo Blas
España, que era para entonces un imperio en decadencia, no contaba ni por asomo con una fuerza militar con qué responder el ataque. Por eso señala Carmelo López Arias que como Cartagena de Indias estaba defendida por seis navíos y tres mil hombres (por si no queda claro: ¡6 frente a 200 y 3 mil frente a 30 mil!), los ingleses, antes de darse la batalla, acuñaron una moneda conmemorativa de la “victoria” –se conservan ejemplares en varios museos–, con la leyenda “El orgullo de España humillado por el almirante Vernon”, y representando a Blas de Lezo arrodillado ante el susodicho.
Sin embargo, Blas de Lezo, que era de Guipuzcoa, a quien llamaban “medio hombre” por su baja estatura, siendo además tuerto, manco y sin una pierna, daría una paliza sin igual a los británicos, no sin antes vencer la resistencia interna del virrey español Sebastián de la Eslava, que lo despreciaba por no ser un militar de carrera, reproduciendo casi lo que ocurriría sesenta años después en Buenos Aires, cuando sería Santiago de Liniers y no el virrey Sobremonte quien daría muestras de valor y arrojo.
El vasco De Lezo fortificó aún más las murallas y dispuso de manera inteligente los efectivos españoles y criollos, y tras varios meses de sitio, el 20 de mayo de 1741, logró la victoria sobre los invasores, provocando 8.000 bajas y numerosos prisioneros, victoria que garantizaría a España el control sobre el Caribe hasta fines del siglo XVIII. Pero lo que no pudo la fuerza de las armas, lo pudo la peste. En efecto, esos miles de cadáveres pudriéndose al calor del trópico ocasionaron una epidemia de enfermedades en los meses sucesivos que se cobró la vida de numerosos habitantes de toda la comarca, entre ellos, el héroe de la resistencia, a quien todos llamaban “medio hombre”.