Mariano Del Mazo es periodista y es autor “Fuego eterno”, la imprescindible biografía de Sandro. Me di el gusto de entrevistarlo y me doy el permiso también de desobedecer los protocolos de esa escuela periodística que reniega de la primera persona, la que invita a la escritura fría y formal. Al fin y al cabo, si el tipo que grabó esos 52 discos que hicieron historia cantaba “Rompan todo”, habría que hacerlo de vez en cuando. Vamos entonces, que el Gitano invita.
Yo me crié en un hogar de clase media, en el que casi no se escuchaba música en castellano, apenas Serrat. En el departamento de mi abuela en Buenos Aires, a comienzos de los ’80, había una señora que ayudaba con la limpieza, que escuchaba Sandro. Y el primer recuerdo que tengo de su voz es el estribillo “Rosa, Rosa, tan maravillosa. Como blanca diosa, como flor hermosa”. Cuenta Del Mazo: “En los ’80 lo trataron como el ‘artista de las mucamas’, una mirada muy elitista que hoy no resistiría ni el INADI”. Y añade: “Sandro masticó todo eso en silencio y cuando empezó a actuar en el teatro más importante de la calle Corrientes, nunca se olvidaba de las muchachas del conurbano que estaban ahí arriba en la Pullman y que juntaban peso por peso para pagar su entrada. Eso explica el fenómeno y la vigencia que tuvo hasta que murió”.
Mis recuerdos saltan a los ’90, los almuerzos con Mirtha, muchos sábados seguidos en el Gran Rex en vivo por Telefe y las invitaciones al living de Susana, también tapas de revista Gente. Cultura rockera mediante, recién lo dejé de mirar de reojo cuando grabó con Charly y Pedro Aznar. Y terminé por aceptarlo cuando bandas como Divididos o la Bersuit le hicieron un disco homenaje.
Sandro muró en 2010. Ahora, diez años más tarde, en la semana en la que hubiera cumplido 75, salió “No te vayas todavía”, un tema inédito suyo que lo ayudó a recuperar con su nombre y su voz, espacios en los medios. Y una mañana de sábado de 2020, me encuentro entrevistando a Mariano Del Mazo, colega y autor de la biografía del “Elvis argentino”, ese tipo que se crió en Valentín Alsina, que tocó en Nueva York, vendió millones de discos, filmó un montón de películas y se convirtió en mito. Y que terminó su vida en Banfield, a pocas cuadras del lugar en que nació. Y con la candidez de un nene que pide el autógrafo a la salida de un teatro, hago la nota pensando que al final, como cantaba el gran Roberto, “la vida sigue igual”. Aquí entonces la entrevista a Del Mazo en Vale Doble (Radio UNR, sábados 9 a 11 hs).
—¿Cuáles eran las características del “Mundo Sandro”?
—Uf!! Lo primero que podría decirte es que es un mundo psicodélico. La primera vez que lo vi fue en el ’93 en un teatrito del conurbano bonaerense, en invierno, un día entre semana. En esos días, la selección argentina jugaba la Copa América que terminaría ganando. Y me encontré con un hechicero que hacía sus pases de magia frente a un montón de mujeres muy humildes y muy encendidas. Mujeres que en ese momento las veía como mayores y que ahora para mí ya son pibas, que se transformaban. Vi un teatro colapsado, sin haber hecho publicidad. Y su manager me dejó pasar al camarín. Cuando entré, Sandro me dijo ‘Bienvenido al Madison Square Garden’. Y lo que había era un espejo roto, un desorden, todo mal.
—Recordemos para los que se inician en la aventura de conocer a Sandro, que no era esa una referencia más. Roberto Sánchez tocó en el mismísimo Madison Square Garden…
—Sí, claro. En el año ’70 hizo un show memorable. Y cuando me recibe a mí, usa esa figura. Nos quedamos hablando hasta las cuatro de la mañana. Él estaba con su clásica bata roja. Esa noche se empezó a escribir el libro. Yo quedé encandilado por su magnetismo, tanto en el escenario, como en el camarín.
—¿Y cómo lo definirías a él?
—Como un personaje que no era sencillo de explicar, un artista, para definirlo en una palabra. Se crió en Valentín Alsina, recorrió muchos países, fue ídolo, podría haber vivido en Miami. Y se quedó en su barrio. ¿Por qué?_-Bueno, tenía una relación muy estrecha con su madre. Su mamá, para que me entiendan en Rosario, padecía una enfermedad degenerativa parecida a la del Negro Fontanarrosa. Y ya cuando él era chiquito, ella quedó postrada. Asimismo, ella fue quien lo educó, quien le dio sus primeros conocimientos de aritmética, de lenguaje, le derivó también la pasión por la radio. Y al haber sido hijo único, además su padre había muerto, no quiso dejarla sola. Y esto que voy a decir es contrafáctico. Pero un Sandro radicado en ese momento en Miami, cuando la industria discográfica era muy vigorosa, podría haber tenido una carrera como la de Julio Iglesias, que llegó a grabar discos en japonés, que tocó en Asia y en otros continentes. Lo de Sandro, por propia decisión, terminó siendo de cabotate, o mejor dicho de un recorrido americano, o de la América andina, subiendo por la cordillera hasta Los Angeles. Pero tenía capacidad para ser un artista de dimensiones globales, sin dudas.
Nombraste a Julio Iglesias. ¿Dónde encasillar a Sandro? Porque en sus distintas etapas, uno lo imagina al lado de Elvis, o de los cantantes latinos, o de los íconos del rock nacional como Charly.
—Es que es más complejo Sandro. Se dijo que era como un Elvis criollo o el rockanrolero. Pero él tomó elementos de la chanson francesa, de la balada italiana de San remo, del rock más puro de los comienzos, también tomó movimientos de Tomy Jones. Pero además tenía una capacidad de performer muy impresionante. Que se yo, uno pone el video de “Trigal” y es increíble. Vos lo ves a Julio Iglesias o Charly y no tienen nada que ver ahí. Era realmente un diferente. Eso no quiere decir que no haya sido amigos, además han tocado y grabado juntos. Pero en términos artísticos era muy difícil compararlo con ningún otro.
—Y en el rock argentino ese disco que se hizo de homenaje, ¿no fue una devolución que llegó casi como un tributo “tardío”?
—Sí, por supuesto. Fue como un “Perdón Sandro” tardío, tanto del rock como de la clase media argentina, que es la clase a la que el rock en general pertenece. Lo han tratado de mersa y de muchas otras cosas parecidas. Uno lee la revista Humor y es increíble. De manera muy despectiva, lo trataban como el “artista de las mucamas”, una mirada muy elitista que hoy no resistiría ni el INADI. Sandro masticó todo eso en silencio y cuando empezó a actuar en el teatro más importante de la calle Corrientes, que lo iban a ver Adrián Suar, Tinelli, Mirtha Legrand, él nunca se olvidaba de las muchachas del conurbano que estaban ahí arriba en la Pullman y que juntaban peso por peso para pagar su entrada. Eso explica el fenómeno y la vigencia que tuvo hasta que murió.
Soy del ’76, así que me crié con ese Sandro tildado de “grasa”, después me tocó ver al Sandro que pasaban por canal Volver los fines de semana y unas actuaciones del final, casi sin moverse, lejos de aquel que derretía los escenarios como Elvis. Es una carrera muy loca la que tuvo. Ahí ya hacía lo que podía con su físico. Aún así seguía siendo alguien con mucho magnetismo y se permitía al final del recital un rockanroll. Y metía un espectáculo tipo varieté, porque ya no podía sostener una hora y media cantando.
—Tuvo una relación muy particular con Susana Giménez. Cada vez que iba a su programa, se sentaban a charlar en el living casi como si no estuviera la cámara, en intimidad.
—Sí, fueron compañeros de películas. Sandro era además alguien que intervenía de manera muy activa en los medios de comunicación y muy intempestiva. Era capaz de llamar a las dos de la mañana a un programa de radio. Y tenía un muy buen vínculo con Susana. Y sabía que aparecer ahí era una promoción increíble. Porque además él tenía una gran disciplina. Desde muy joven supo que una carrera se hacía con profesionalismo, en ese sentido era “cero rockanroll”. Y hasta manejaba los tiempos. Aparecía cuando había que aparecer. El misterio se quebraba cuando tenía que hacer un ciclo de conciertos y ahí sabía bien lo que tenía que hacer para llegar a la mayor cantidad de gente. De hecho, lo logró desde muy joven.
—¿Y alguna otra anécdota que quieras contar en especial con él?
—Bueno, la del puntapié inicial, cuando lo conocí, sin dudas fue fuerte. Salir del camarín a las cuatro de la mañana de su camarín, después de horas de tomar él un montón de gin e ir sirviéndome a mí otro tanto de champán, terminar esa noche como dos amigos a los abrazos, fue impactante.
—¿El gin era su bebida preferida?
—Tomaba gin, pero también whisky. Ese día, volví a casa pensando que tenía un amigo nuevo. Y después me di cuenta que no era tan fácil llegar a él. Pero era un tipo que cuando estaba con vos, se entregaba a esa charla. Después tengo recuerdo de anécdotas, de otro tipo, de cuando me habló del cigarrillo y de cómo había arruinado su cuerpo fumando tanto. Te tuteaba. Y me acuerdo que me decía: “Nadie, Marianito, castigó tanto su cuerpo como yo”. Yo fui fumador muchos años y en ese momento cuando me acerqué a él lo había podido dejar. Y lo entendía. Ese fue su gran karma. Y esa tristeza fue su gran mea culpa. Cuando tuvo el traplante fue su decisión, que le costó la vida. Era vivir bien, con el riesgo de morir, o vivir un par de años más con mínima capacidad pulmonar. Esas decisiones para mí son muy humanas y aún hoy me conmueve. Porque con el trasplante fue casi al matadero.
El recuerdo de Patricia Dibert
Apenas terminada la nota con Del Mazo, entra Patricia Dibert al estudio de Radio UNR. Es una de las periodistas que más sabe -si no la que más- de espectáculos y música en Rosario. Ahora, entre otras cosas que está haciendo, conduce “Happening” los sábados a las 11, cuando termina “Vale Doble”. Y en el pase que solemos hacer entre un programa y otro, ahora hablamos sobre Sandro. Su recuerdo, claro, es mucho más vívido que el mío. “Lo vi dos veces en vivo -me cuenta-. Una vez en El Círculo y la otra en el Fundación Astengo. Y no podía creer lo que estaba viendo. No tanto arriba del escenario, sino abajo. Lo que pasaba ahí abajo, chicas adolescentes, totalmente lookeadas, con una pasión increíble, llorando. A él le hice una vez una entrevista y me pareció super agradable. A mí la época que más me gustó, fue la de Los del Fuego”.
“Quiero llenarme de ti”, el camino para iniciarse en la filmografía del Gitano
Lo afirma Gustavo Escalante, integrante del Centro Audiovisual Rosario y coleccionista de la obra de Sandro.
Con ayuda del colega Juan Cruz Revello, otro que se pudo sumar al informe sobre Sandro en “Vale Doble” fue Gustavo Escalante, Integrante del Centro Audiovisual Rosario y uno de los programadores del Festival Latinoamericano de Video. Además, es admirador del “Gitano”. Consultado por el camino iniciático en la filmografía del mito, contestó: “Si tuviese que elegir una película para aquel que no vio ninguna y que no conoce mucho más que la canción ‘Rosa, Rosa’, yo recomendaría ‘Quiero llenarme de ti’, que lo tiene como protagonista y es de 1969. Fue un boom. Llevó más de 2 millones de espectadores, con funciones que se daban a sala llena y en continuado. Ahí se masificó su figura, porque hasta ese momento para verlo, había que verlo en persona”.
Escalante continúa la explicación: “Él ya había tenido dos participaciones, una primera ni siquiera registrada en los títulos, de 1965, que se llamaba ‘Convención de vagabundos’ y un pequeño papel en ‘Tacuara y Chamorro’, en la que hacía de gaucho. Todavía no era, claro, la figura que sería después. Y el ’69 se considera el año que lo convierte en una estrella. De ahí al año ’80 fue el camino que lo convirtió en ‘Sandro de América’. “Quiero llenarme de ti”, fue dirigida por Emilio Vieira, al que no le importaba mucho la calidad cinematográfica, aunque ahora es considerado director de culto. Ahí Sandro interpreta sus más rutilantes éxitos, como ‘Tengo’ y ‘Rosa, Rosa’. Además, tiene un comienzo del oscuro con él en contraluz y un plano de luz cenital, cantando ‘Porque yo te amo’, que es una interpretación fantástica”.
El integrante del CAR suma un dato de color: “Los créditos son un desastre. Son diapositivas con unos angelitos, que anuncian ya el mundo kitsch y pop de las demás películas de Sandro. En esta película, actúan unas jóvenes Soledad Sylveira y Marcela López Rey, junto a Walter Vidarte, que siempre lo acompaña. Siempre está presente en lo que él filma la cuestión de clase, los orígenes, el verse deslumbrado por el lujo, en desmedro de la felicidad y la amistad, de valores a los que él le prestaba mucha atención. En el argumento, Sandro se dedicaba a animar fiestas y su novia es Sylveira, con la que tiene desencuentros cuando aparecen una chica de clase alta y una amiga celosa, más un “langa”, que es el inefable Rolo Puente. La historia trata de mostrar cómo son los afectos y los vínculos del barrio. En la película, se llama Roberto. Él siempre se llamaba así en los personajes que componía”.