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El indigenismo racista que resulta útil a intereses ajenos

Por Pablo Yurman.- Lo realmente originario de América es el mestizaje, algo que no se dio en lugares colonizados por ingleses y holandeses.

colondentro

En 1993, en plena Plaza Murillo, ciudad de La Paz, Bolivia, cómodamente sentado en un banco contemplando la arquitectura del lugar fui protagonista del siguiente diálogo. Se acerca un señor mayor vestido de saco, sin corbata, con sombrero de los que suelen usar los lugareños y se dirige a mí, amistosamente, en lenguaje desconocido. Notando mi sorpresa, me pregunta en castellano si el banco estaba libre y ante mi afirmativa tomó asiento junto a mí. Tras un breve diálogo me espetó: “Yo soy aymara totalmente puro. Acá prácticamente no hubo mezcla cuando llegaron los españoles”. Me quedé pensativo con esas palabras del orgulloso anfitrión. Sensación ambivalente toda vez que por un lado tendía a valorar el orgullo por sus orígenes, pero por otra parte era inevitable preguntarse ¿qué diferencia tal afirmación que acaba de escuchar de la que podría haber ocurrido décadas antes, en una plaza de Berlín, con un prusiano nativo que se jactara de tener pureza racial germánica, sin mezclas de ningún tipo? ¿Por qué la progresía celebra, en el primer caso, una pretendida revalorización de los mal llamados pueblos “originarios” mientras que, en el segundo supuesto, se horroriza ante una afirmación indubitablemente racista?

Sucede que tras la enunciación de fines muy loables que pueden sintetizarse en brindar más oportunidades de desarrollo a quienes son descendientes directos de los pueblos aborígenes, pueden acaso ocultarse otras intenciones, más estratégicas e inconfesables a los oídos del común de los ciudadanos.

La expresión “pueblos originarios”, además de ser inexacta en términos históricos ya que, en todo caso, es el género humano de forma indistinta el que es originario del África Central y a partir de allí no hay pueblos estáticos en la historia de la humanidad, posee un tufillo a racismo pero a la inversa. Sugiere, tácitamente, que si hay pueblos “originarios” hay pueblos “invitados” o “agregados”. De ahí a sugerir implícitamente que los que descendemos de los últimos deberíamos volver a nuestros lugares de origen hay poco trecho. Por otra parte, esa distinción en base a la etnia choca flagrantemente contra el artículo 16 de la Constitución Nacional que prescribe que en nuestro país no hay “prerrogativas de sangre ni de nacimiento” vale decir, no puede haber privilegios basados en criterios raciales o de origen.

En todo caso, al decir del pensador Alberto Buela, y mal que les pese a los antes liberales exterminadores y hoy progresistas restauracionistas, lo auténticamente originario de nuestra América es el mestizaje, que se dio en Hispanoamérica y no, ciertamente en los lugares colonizados por ingleses y holandeses.

Pero si lo ya señalado no alcanzara para advertir sobre los riesgos y peligros que entraña este indigenismo racista de llamativo auge mediático en los últimos años, hay algo incluso más grave al respecto. Es posible que el fenómeno, lejos de proponerse como fin último la elevación de la calidad de vidas de los indígenas sudamericanos, venga fogoneado en cambio por las mismas usinas ideológicas que han medrado en los últimos siglos con la desunión de este inmenso espacio continental.

Tomemos el emblemático caso de la mal llamada “nación mapuche” que, curiosamente, tiene domicilio legal en el Nº 6 de Lodge Street, Bristol, Reino Unido y cuenta con financiación de organismos y ONG todas ellas internacionales con sede en el hemisferio norte. ¿Por qué tanto súbito interés filantrópico por quienes, incluso en sus respectivos procesos colonizadores no dejaron tribu por arrasar, en financiar a los pueblos indígenas sudamericanos?

Al respecto señala el pensador boliviano Andrés Solís Rada: “Los araucanos, hoy denominados mapuches, llegaron de Chile a territorio argentino a partir del siglo XVII. Este proceso, conocido como araucanización de la pampa, ocasionó el casi exterminio de puelches, tehuelches, ranqueles y pampas. Por esta razón, investigadores argentinos, como Estanislao Zeballos, Lucio Mansilla o Manuel Prado no mencionan en sus libros a los mapuches como pueblo originario de su país. Todo parece indicar que se quiere englobar a los pueblos aborígenes de la región para impulsar una nación mapuche en territorios argentinos y chilenos, dentro de los planes trazados en Bristol y apoyados por las embajadas británicas en Chile y Argentina ¿Cuál sería la reacción británica si el gobierno argentino propiciara en Buenos Aires el funcionamiento de la sede central de separatistas irlandeses del Reino Unido y proyectara sus actividades a territorio británico?”.

El indigenismo racista y funcional a intereses que no son los de la Patria Grande sudamericana es la última etapa de la denominada leyenda negra sobre la conquista por España del Nuevo Mundo. Quizás convenga remitir al pensamiento de alguien que tenía bastante en claro este tipo de cuestiones. Eva Perón dijo: “La epopeya del descubrimiento y la conquista es, fundamentalmente, una epopeya popular. No sólo por sus hombres, que cortaron horizontes y abrieron a los siglos las puertas gigantescas de un nuevo hemisferio –como Cortés, Mendoza, Pizarro y Balboa– sino por la cruz que venía a la par de la espada. Esta era la herramienta del héroe aislado en el mundo agreste; aquélla, el signo de paz, de igualdad y de amor entre los fieros defensores de la fe y los conquistadores para el reino de Jesús más que para el reino de Fernando e Isabel. La leyenda negra con la que la Reforma se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los siglos, como fueron el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el mercado de los tontos o de los interesados. A nadie engañó que no quisiera ser engañado. Y cuando cuatro siglos después del descubrimiento los hijos de los conquistadores reivindicaron su mayoría de edad y su derecho a vivir en libertad y al margen de tutelas, las naciones que florecieron del esfuerzo de sus héroes habían recibido de la madre patria lo que es privativo de la maternidad: la sangre de más de la mitad de su pueblo, que había quedado en América, fructificándola, abonándola y dándole razón de ser durante el período de la conquista y la colonización”. (Escribe Eva Perón, Buenos Aires, 1951, página 36).

Es un hecho que excede la mera opinión: todos los movimientos de raigambre popular que se han enfrentado a los imperialismos de turno y sus administradores internos, el federalismo, el radicalismo de Yrigoyen y el peronismo (el de Perón y Evita) han rescatado, con orgullo pero también como herramienta política, la idea de hispanidad en los términos antes transcriptos.