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El insuperable Roger Corman, maestro del terror y la ciencia ficción, cumplió 98

Considerado como un precursor por colegas e incluso por jóvenes realizadores, el rey del cine clase B tuvo un dominio absoluto del medio con más de 200 títulos rodados, donde se consolidaron carreras fílmicas de directores y actores. Su eficaz método de trabajo continúa siendo un hito hasta hoy

No mucho hacía presagiar a qué se dedicaría Roger Corman luego de probar suerte en la ingeniería aeronáutica y, al mismo tiempo, en la literatura inglesa contemporánea, luego de que sin completar esos estudios y prácticas se volcara a la lectura de guiones y al ejercicio de montaje de films en su Detroit natal, con una agudeza e imaginación que pronto llamó la atención de productoras locales que le sirvieron de puente para desembarcar en el sistema de estudios de Hollywood. Corrían los años 50 y la vertiginosa máquina de hacer películas vio en Corman una calidad superlativa en sus diseños de montaje y rápidamente le propuso filmar su propia película en el sistema que se conocería como cine clase B, es decir, producciones de bajo presupuesto, con actores no tan conocidos o de bajos cachets, que eran exhibidas como complemento de algún estreno rimbombante, y que en el caso de este realizador, no pocas veces, resultaron más efectivas que el mismo estreno.

Eso lo puso en el ojo de muchas pequeñas productoras que pivoteaban en el engranaje de producción independiente, que apreciaron su creatividad y calidad, pero sobre todo de una, la American Internacional Pictures, dirigida por James H. Nicholson y Samuel Z. Arkoff, con quienes trabajaría hasta bien entrado los años  70 y con la que filmo varios de sus clásicos de ciencia ficción y terror.

 

El método de producción consistía en planteos fílmicos condensados en no más de una semana y de escaso presupuesto, por lo que de esa época son títulos ya clásicos como La caída de la casa Usher (1960), con guion del escritor Richard Matheson sobre el cuento homónimo de Edgar Allan Poe publicado en 1839 y que tuvo a Vincent Price a la cabeza del elenco; la genial La tiendita del horror (1960), cuyo rodaje fue famoso por llevarse a cabo en dos días y una noche –con tres cámaras en simultáneo– y tuvo a Jack Nicholson como uno de sus protagonistas en una de sus primeras apariciones cinematográficas; El pozo y el péndulo (1961), otra vuelta a Poe en la adaptación de su cuento también homónimo firmada también por Matheson y con un elenco que incluía a Vincent Price, Barbara Steele y John Kerr; Cuentos de terror (1962), donde adapta tres relatos célebres del escritor de Baltimore como Morella, El gato negro y El barril del amontillado, unidos entre sí por la voz en off de Vincent Price, quien además protagoniza los tres segmentos. Price, ya un número puesto estas obras de Corman, está acompañado de los virtuosos actores Peter Lorre y Basil Rathbone; El cuervo (1963), basado en el poema de Poe –nuevamente con guion de Matheson– y con un inestimable elenco que encabezaron Vincent Price, Boris Karloff y Peter Lorre; La máscara de la muerte roja (1964), sellando a esta altura una provechosa alianza con los textos de Poe, esta vez con guion del reputado escritor de ciencia ficción y terror Charles Beaumont –autor de numerosos guiones de la icónica serie televisiva La dimensión desconocida– y fotografía de Nicolas Roeg, quien sería luego un afamado director con títulos como Venecia rojo shocking y El hombre que cayó a la tierra. Corman diría más tarde que La máscara de la muerte roja y La caída de la casa Usher habían sido las películas donde mejor pudo acercarse al espíritu que animaba a los relatos originales.

La crítica creyó ver en La máscara…uno de sus títulos más artísticos en el conjunto de su factura y hoy integra la siempre polémica pero efectiva lista de films de culto. De 1967 es una de sus últimas películas en la productora American…, la alucinógena The Trip (El viaje), más conocida en varios países de habla hispana por su título original, con un joven Peter Fonda componiendo a un director de cine que toma LSD buscando relajarse, pero de a poco va perdiendo el control de su vida hasta límites inconcebibles. El guion pertenece a Jack Nicholson, quien mucho después dijo que era producto de algunas de sus experiencias con la famosa droga sintética, emblema de una generación en los años 60.

En 1971, Corman crea su propia empresa, la New World Pictures, con la que filmará algunas películas más entre las que se encuentra El barón rojo (1971), basada en la vida del piloto apodado de ese modo y famoso por considerárselo un as de la Primera Guerra por “cazar” más de 80 aeroplanos enemigos. Como se ve, Corman cuenta con méritos suficientes para considerárselo el mejor clásico del cine B y a la vez su influencia ha sido vasta en realizadores que dieron con él sus primeros pasos en el universo cinematográfico como lo manifestaron en diversas oportunidades Martin Scorsese, Francis F. Coppola, James Cameron, Jack Nicholson, Jonathan Demme, Joe Dante, entre otros. Su método de trabajo constante y eficiente generó una escuela particular en su idea de la realización, lo que continúa siendo un hito aun hasta hoy.

Fuerzas desconocidas y mentes atormentadas

Es evidente que Corman vio al terror y la ciencia ficción como géneros donde podían construirse obras intensas con resoluciones técnicas –incluidos sets y decorados– de expeditiva factura y, con el tiempo, muy rentables en relación a inversión y dividendos. Pero su sagacidad no tenía solo ese objetivo puesto que buena parte de sus títulos también exploran facetas del ser humano más ligadas a los miedos interiores; a los fantasmas que conviven en mentes atormentadas y no tanto; a los secretos, portadores de fuerzas desconocidas que van mellando cualquier integridad; a lo caótico de las relaciones humanas, teñidas de miserias y mezquindades de todo tipo; al misterio de la mismas existencias, muchas veces de consecuencias impredecibles.

En el principio de sus films, los eventos aparecen con cierta lógica y coherencia, utiliza planos bien cercanos con detalles de gestos, ojos y rictus de los personajes como una aproximación –como si entrara en confianza con ellos podría decirse– a aquello que poco después va a modificarse radicalmente, a destruirse tal vez, por una serie de acontecimientos la más de las veces fantásticos pero a la vez surgidos de consideraciones que esos mismos personajes no se dispensan y todo lo embarran a medida que algo “maligno” se apodera de ellos, algo que suele comenzar con un evento insignificante pero sumamente desafortunado. A menudo, en los films de Corman las mujeres pueden ser referencias para anclarse y no ser destruido por las fuerzas todopoderosas de lo desconocido, pero a veces, esas mujeres son también quienes desatan esas fuerzas peligrosas y enloquecedoras que arrastran a todos los que orbitan a su alrededor.

Corman fue un experto en dosificar los estados de catástrofe y de alivio, generando diversas sensaciones en el espectador sucediéndose sin prisa y sin pausa. De igual modo, el sonido juega un rol determinante para potenciar o disminuir la tensión desplegada y es utilizado con una precisión notable, se trate de efectos de la naturaleza como rayos y truenos, de materialidades como puertas o rejas, de ambientación onírica donde se acentúa lo dramático o lo tenebroso de sus componentes. De todo esto se sirvió Corman para las adaptaciones de los oscuros relatos de Poe, magnificando las instancias clave con una luminosidad restallante e inédita para los terribles acontecimientos que habrán de suceder, siempre más allá de las posibilidades de los protagonistas para preverlos. Los elementos narrativos en juego hacen base en fuerzas mágicas, del subconsciente, del pasado, provenientes de disturbios espirituales o morales que horadan las conductas de los personajes y provocan sus acciones desesperadas y fatales.

 

Un fuera de serie tenaz y resolutivo

En 2009, a los 83 años, Roger Corman recibiría su primer Oscar y sería uno honorífico que premiaba toda su carrera como un verdadero artesano del cine. A continuación, algunos realizadores de renombre cuentan algunas experiencias con el llamado maestro del cine clase B y realizador de culto para sus fans de todas las latitudes. El 5 de abril pasado Corman cumplió 98 años y su representante señaló que algunas noches elige alguno de sus más de 200 títulos, cierra herméticamente su biblioteca y lo mira íntegro. Muchos realizadores jóvenes recostados en el cine de terror o ciencia ficción siguen viendo en él un precursor al que debe visitarse para encontrar tips todavía hoy infalibles.

“Roger me pidió que trabajara en una de las cintas de ciencia-ficción que había comprado a los soviéticos, Planeta Burg (Klushantsev, 1966). Tiene unos efectos espectaculares –me explicó–, y la estamos doblando (lo que para Corman significaba darle una línea argumental en inglés que se circunscribiera al movimiento de los labios). El problema es que no tiene mujeres. Así que me dijo que vaya a la playa de Leo Carrillo (en California) que será un buen contrapunto con el mar negro –aunque debe parecer que es Venus– y ruede con algunas féminas. Fui para allá y contraté a un puñado de chicas drogadictas que paseaban por la playa. Las disfrazamos de sirenas con conchas marinas tapándoles los pechos. Eran los trajes más chabacanos que había visto jamás. Las “venusinas” tenían que orar a un pterodáctilo, o algo parecido y comunicarse telepáticamente con Mamie Van Doren. ¡Que disparate! Cambiamos el título por Voyage to the Planet of the Prehistoric Women”, contó el guionista y realizador Peter Bogdanovich (La última película, Luna de papel) de su experiencia como ayudante de dirección de Corman.

 

Por su parte, el director Joe Dante ((Viaje Insólito, Gremlins, Piraña) destaca cómo Corman, en su carácter de productor, se empecinaba en salvar un film destinado al fracaso. “Roger había tenido un sonoro fracaso (uno de los pocos) con Cockfighter (Monte Hellman, 1974), un film artístico protagonizado por Warren Oates, (cuyo personaje) que hace un voto de silencio para ganar un galardón al Gallo de pelea del año o algo semejante. Excentricidad no le faltaba. Roger me pidió que tratara de salvarla (y me dijo): consigue una copia de Night Call Nurses (Jonathan Kaplan, 1974) y saca la persecución del camión de explosivos, luego toma la escena de alcoba de Private Duty Nurses (George Armitage, 1972), y júntalas ambas en un fragmento de un minuto. Acto seguido toma algunas frases de Warren cuando se dirige a la chica (cuando habla) y le sobrepones una música fantasmagórica. Coloca todas las escenas después de la parte que Warren se duerme. La secuencia será un sueño. Contesté afirmativamente. Ahora –añadió Roger– rebautizaremos el film como Born to Kill, haremos una nueva sinopsis e insertaremos todas esas escenas para aparentar que se trata de una cinta de camiones, mujeres, pezones, armas y demás ingredientes que no salen en la producción real. Hay que salvarla como sea. Ocupamos todo tipo de ardides en los avances incluida la proverbial toma del helicóptero envuelto en llamas de una producción filipina cuya vistosidad era excitante y que tampoco aparecía en la película. Éticamente no era una conducta modelo, pero nos divertía hacerlo. Era una ingenua farsa. Lo prodigioso de Roger era que se negaba a abandonar una obra fallida. Los tipos de los grandes estudios desisten, incluso con sus films más costosos, al cabo de un par de días. Roger, jamás”, contó Dante.

El actor Dick Miller (La tiendita del horror, La masacre de San Valentín) narra un hilarante episodio y demuestra la versatilidad de Corman para llegar al puerto deseado. “Mi amigo Jonathan Haze me contó que había hecho su primer film –las andanzas de un monstruo submarino– con un sujeto apellidado Corman. Un día me acompañó a la oficina que tenía Roger encima del restaurante Cock’n Bull. La conversación fue un poco así:

– ¿A qué te dedicas?, me preguntó Corman.

-–Soy guionista, ¿Necesitas un guión?

–Tengo guiones de sobra. Lo que me falta son actores, me dijo

–¡Qué bien! También soy actor.

–De acuerdo –dijo Corman sin asomo de duda– serás un indio en Apache Woman.

Ni siquiera usé los tacos nasales que ensanchaban las fosas de la nariz y que en aquellos años eran el más medio más socorrido para darte similitud con los indios. Sólo me untaron maquillaje oscuro. Transcurrida una semana, Roger me preguntó:

–¿Quieres hacer de vaquero?

–Claro, ¿vas a hacer otro film?

–No, es el mismo.

Fue así como interpreté a un cowboy y un apache en una sola cinta, y al final estuve a punto de matarme a mí mismo, ya que formaba parte de la cuadrilla que enviaron a liquidar a mi indio. En las producciones de Roger todo el mundo se desdoblaba”.

El gran Martin Scorsese también refirió su experiencia con Corman: “Tenía entonces 28 años y acababa de realizar Alguien golpea a mi puerta (1968) que no era un film de masas ni tampoco underground. Se hizo bajo los auspicios de la Universidad de Nueva York, donde no se enseñaba cinematografía, sólo aprendías a admirar Fresas Salvajes (Ingmar Bergman, 1957). En la Universidad cada mañana había que encender velitas a Bergman. Tenían capillitas en su honor en los cuatro rincones. Personalmente admiro los films de Bergman, pero eran las cintas de Corman las que analizábamos en aquellas tabernuchas bohemias que pueblan Nueva York. Conocí a Roger por mi representante. Me dijo que había visto mi película y le había encantado, y me pidió que hiciera una especie de segunda parte de Mamá sangrienta (exitoso film que él había dirigido en 1969). Contesté que sí sin pensarlo. Estaba ansioso por dar el salto a la fama con mi primer film comercial. Yo pensaba que Corman era una persona huraña y grosera, pero genial adivinando qué quería la gente y cómo vendérselo. En cambio me encontré con un sujeto muy amable y refinado, y a la vez un jefe decidido, severo y capaz de explicar las insultantes tácticas de la explotación educadamente, en términos fríos y ponderados. Martin lo que tienes que conseguir es un primer rollo bueno de verdad –me explicó Roger– porque la gente quiere enterarse de lo que pasa. Luego habrás de urdir el último para que la gente vea cómo termina la historia. Lo demás no importa demasiado. Es probablemente, el razonamiento más sabio que he escuchado jamás en el mundo del cine. Corman es, a pesar de sí mismo, un artista como hay pocos, porque aunque él no se tome demasiado en serio, ha sabido alimentar e inspirar a otros talentos de un modo que nunca fue envidioso o difícil, sino siempre lleno de generosidad. Cuando dirigí La última tentación de Cristo (1988) –después de dirigir varios films trabajando bastante– decidí laborar día y noche y aprovechando el tiempo tal y como lo había aprendido al lado de Roger Corman”.

Por último, el director Jonathan Demme (El silencio de los inocentes, Filadelfia) mencionó las inmensas virtudes de Corman y su contribución al cine. Lo dijo de esta manera: “En la primera comida que tuve con Roger antes de dirigir mi primera película La cárcel caliente (1976), una cinta sobre un penal femenino, lo que más me impresionó fue su bombardeo de reglas sobre la buena dirección. Busca siempre excusas para mover la cámara –empezó Corman– excusas que sean fundadas y legítimas, pero encuéntralas. Dijo también que la pupila es el órgano más utilizado por el espectador: Si no entretiene uno la pupila, no habrá manera de estimular el cerebro. Procura que tus ángulos sean originales. En los primeros planos no repitas la composición, no recuerdes al ojo de ninguna forma que ya ha visto lo mismo antes. Haz al malvado tan seductor como al héroe. Un malo unidimensional no inspirará tanto miedo como otro que sea más enrevesado e interesante. Increíble. Admitámoslo: Roger es el mayor cineasta independiente que ha tenido la industria cinematográfica del séptimo arte y que probablemente nunca volverá a tener. Cuando quiso serlo, se reveló como un director anormalmente dotado, un maestro único con un dominio absoluto del medio. Hay cientos de personas cuyas carreras fílmicas se han consolidado porque él les dio su primera oportunidad. Es un coloso en todas las vertientes. Su contribución al cine es absolutamente inconmensurable”.

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