En ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes superficiales?, el ensayista norteamericano Nicholas Carr alerta sobre la manera en que el uso abusivo de la red puede alterar algunas facultades del cerebro como la capacidad de concentración, a la vez que indaga sobre el efecto que ha tenido sobre la cultura.
La tesis central de la nueva obra del autor de títulos como El gran interruptor y Las tecnologías de la información ¿Son realmente una ventaja competitiva? es que los nuevos dispositivos tecnológicos están afectando la manera en que la gente piensa y hasta la composición física del cerebro humano.
“Cuando almacenamos nuevos recuerdos a largo plazo no limitamos nuestros poderes mentales. Los fortalecemos. Con cada expansión de nuestra memoria viene una ampliación de nuestra inteligencia. La web proporciona un suplemento conveniente para la memoria personal, pero cuando empezamos a usar internet como sustituto de la memoria personal, sin pasar por el proceso interno de consolidación, nos arriesgamos a vaciar nuestra mente”, sostiene.
El título de la obra, editada por el sello Taurus, surge de un artículo publicado por el investigador en la revista The Atlantic que instaló el debate acerca de las bondades y déficits de internet.
“Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando mi memoria. Mi mente no se está yendo —al menos que yo sepa— pero está cambiando”, describía el ensayista en ese texto.
Años después de escribir aquel artículo, Carr –uno de los pensadores más conocidos en el campo de las nuevas tecnologías– decidió dedicarle al tema un espacio más extenso, y a través de análisis que incluyen el aporte de especialistas en disciplinas como la neurología y la educación, sostiene que la diaria entrega a las multitareas digitales está incidiendo en la manera de conocer de toda una generación.
En su ensayo, el autor afirma que “neurológicamente acabamos siendo lo que pensamos”, una afirmación que no perfila de manera muy optimista el futuro del ser humano, dado que la red no permite razonar con la misma profundidad que un libro.
Carr advierte sobre la transformación de sus propios hábitos de lectura tras la irrupción decisiva de internet: “No pienso de la forma que solía pensar –se lamenta–. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando vastas extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos”, advierte. El autor postula que el cerebro, “como demuestran las evidencias científicas e históricas, cambia en respuesta a nuestras experiencias, y la tecnología que usamos para encontrar, almacenar y compartir información puede, literalmente, alterar nuestros procesos neuronales. Además, cada tecnología de la información conlleva una ética intelectual”. Así como el libro impreso servía para centrar nuestra atención, fomentando el pensamiento profundo y creativo, internet fomenta el “picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes”, según advierte Carr.