Soy gorila y admiro a Eva Perón. A 60 años de su muerte no creo que nadie, en serio, pueda no reconocerla como la mujer más importante de la historia argentina. No hay quien puede comparársele. Nadie.
La rareza de esa mujer es que, a casi una centuria desde su nacimiento, sigue vigente. No en la disparatada invocación de tantos que se creen sus herederos o, peor, sus intérpretes. Sino en el prisma inextinguible que es su historia para ver la realidad de nuestros días. Quizá valga la pena examinar tres aspectos que acompañaron el recorrido de la esposa del general Perón y que hoy pretenden repetirse en el relato de los que firman con el mismo escudo partidario. La arbitrariedad, la movilidad social y el legado político.
El despotismo con rodete
Evita era autoritaria y por eso algunos entienden que pueden levantar y ejercer hoy esa bandera. La arbitrariedad con la que usó su poder este emblema histórico debe ser analizada en contexto de la primera persona: nacida mujer, pobre y de familia irregular. ¿Quién de las que hoy la invocan para ser despiadados con sus opositores puede exhibir semejante hándicap de procedencia? Pertenecer al sexo débil de hace cien años era ser incapaz parcial para el Código Civil y total para los derechos políticos. Nacer en familia de excluidos implicaba algo más que lo que hoy se entiende por esa carencia. Era ser indocumentado, quizá, ausente por siempre en la educación y olvidado hasta por los propios. Por fin, ser hija de madre soltera era conseguir una condena avalada por Vélez Sarsfield sin haber generado otro acto propio que no fuese llorar al nacer: ser adulterina.
Con tal recorrido personal debe mirarse a la Eva que demonizaba a sus detractores. Allí deben verse los desplantes –y hasta destierros– infringidos a damas de sociedades “como Dios manda” o dirigentes nacidos en cunas “regulares”.
La Evita del puño cerrado y voz crispada tiene que ver con su humanidad sufriente. Por eso no alcanza con invocarla para sentirse legataria de esa historia y con derecho a despreciar al resto. La Duarte lo ganó con su cuerpo. Y lo vivió en su escasa vida.
La movilidad social
La mayor contradicción que genera esa mujer entre nosotros, los gorilas, es el haber representado, también en primera persona, la movilidad social. Argentina, hasta el peronismo, era una sociedad clasista y pétrea. El que nacía aventajado en lo económico tenía “el derecho” de conservar esa condición. Por supuesto que a costa de la gran mayoría de los postergados que aceptaban con resignación (casi todos) este deber ser aristotélico: “Hay quienes nacen para servir y otros para ordenar”, graficaba en griego tan citado entonces y ahora por las clases con poder económico.
Eva cacheteó ese destino. No sólo lo desafió sino que lo noqueó en pocos rounds. De hija adulterina devino en estrellita de la farándula.
Y, de allí, a primera dama con poder omnímodo sobre los de su misma clase y, ante todo, sobre los que postulaban un “orden natural” de las cosas. Las clases trabajadoras accediendo a beneficios de salud y educación que les eran desconocidas, los hijos de los torneros y operarios conociendo la universidad y los abuelos de todos ellos viendo progresar a su prole. En el mientras tanto, para los que no podrían elegir el camino del cambio, Evita instaló el derecho al placer inmediato. Su fundación era conceder desde una pelota a una dentadura para que, ya, sin más espera, el goce por jugar al fútbol o mirarse al espejo con aprobación funcionasen. Máquinas de coser, bicicletas, juegos, pan dulce, ropas, admiten la mirada crítica de la demagogia. Pero ese achaque cae inmediatamente cuando se revela como el modo de satisfacer un placer módico de quienes nunca habían estado ni cerca de él. La alegría efímera (y no tanto) de los regalos son el mayor tributo a la esperanza de una vida terrenal plena.
Este “efecto Eva”, porque ella lo encarnaba llegando al estamento dirigencial antes reservado a las elites aristocráticas, era inadmisible. Eso sí que era la movilidad social permitiendo el desplazamiento de alguien excluido hasta el sitio en donde eso se podía combatir. Por eso había que cuestionar el método para llegar hasta allí. Otra vez la agresión a la procedencia personal sería el modo y la pólvora para hacer estallar aquel rencor personal. Esposa ilegítima, manceba irregular, mujer poco digna.
En estos tiempos tan propicios para el ascenso social, a través de la frivolidad y el dinero de los que patean bien una pelota o de los que conjugan con cierta gracia veinte verbos en la tele, la figura de Eva interpela el modo actual de crecimiento social de los que pretenden escapar de compartimientos estancos que molestan.
Su legado
Políticamente, Eva representó la intransigencia. En un punto fue más radical que los boina blanca de la Unión Cívica que esperaban que sus verdades se rompieran antes que se doblasen. La Duarte no admitía en su manual que hubiese una alternativa torcida de sus objetivos. Hay que reconocer que, en ese caso, ella postulaba la eliminación del díscolo. Un traidor.
Por eso es apasionante mirar el derrotero de su partido en los cincuenta años que siguieron a su muerte. Si nos ceñimos a los últimos veinte, sería interesante pensar si Evita hubiera admitido el menemismo privatizador y sepulturero del pasado cruel de la patria. O si hubiera podido entender al duhaldismo, que corriéndose a la derecha sostuvo el modo clientelista de ayudas sociales sin más esperanzas que el cobro del mes siguiente. O si, por fin, hubiera entendido al kirchnerismo que pudo comenzar con Gustavo Beliz y continuar con el hijo de Abal Medina.
En todo caso, el oportunismo, en cualquiera de sus caras, merecería un reproche de esa mujer desaparecida hace sesenta años.
Hoy
Un gorila recorre los pasillos del hospital. Pregunta quién lo construyó y el médico le cuenta que fue en la época de ella. Los pasillos son amplios y fueron pensados, por primera vez en Latinoamérica, para el caso de catástrofe humanitaria. El equipamiento de entonces, las aberturas móviles que permiten el ingreso, por ejemplo, de un herido con su cama sin necesidad de traspaso en camilla, la ubicación estratégica para que la geografía sirva a los puntos nodales de la ciudad y la región son el testimonio de un modo de pensar la movilidad social, el criterio autoritario para construirlo y el legado inscripto hasta hoy en ladrillos.
Recorrer el Policlínico Eva Perón de Granadero Baigorria hace que un gorila de hoy se sienta, cuanto menos, a destiempo.