La sola mención de Ibsen basta para generar debates y polémicas aún en el presente. Revolucionó con sus obras la escena teatral contemporánea y las temáticas abordadas y la radicalidad de sus planteos continúan interpelándonos.
En su obra la condición humana con sus contradicciones y la lucha contra prejuicios atávicos y absurdos que atacan la libertad individual e imponen usos y costumbres hipócritas saltan por los aires y entonces mujeres y hombres debe interrogarse sobre su finitud y cuestionar las imposturas de la moral burguesa, casi siempre una doble moral llena de coartadas ideológicas.
Esbozo biográfico
Henrik Ibsen nació en Skien, una ciudad costera de Noruega, en 1828. Allí su padre tenía una destilería de aguardiente, pero el emprendimiento fue a la bancarrota cuando Henrik era un niño de sólo 6 años de edad.
Poco tiempo después, siendo aún adolescente, Ibsen emigró a Grimstad para trabajar como ayudante de un farmacéutico.
Alejado geográficamente de su familia, tomó también distancia de las creencias religiosas de su madre y ya en el año 1848 se declaraba un libre pensador, cercano a las ideas anarquistas, entusiasmado e interesado en las insurrecciones obreras y populares que se desarrollaban en Europa en esa época.
De hecho, sus obras de teatro eran de representación frecuente en las veladas organizadas por los trabajadores ácratas no sólo en Europa sino también en los ateneos obreros, sociedades de resistencia y centros de estudios sociales del Río de La Plata en ciudades como Buenos Aires y Rosario.
En 1850 Ibsen partió para Cristiania, la actual ciudad de Oslo, capital del país, para dirigir un teatro, labor que llevó adelante con fervor pero que se frustró por razones económicas obligándolo a cerrar.
El dramaturgo debió entonces emprender otras acciones, siempre orientadas a la escena teatral, pero en las que el fracaso de la experiencia anterior dejaría huellas.
Las obras de Ibsen
Jorge Dubatti, coordinador del libro Henrik Ibsen y las estructuras del drama moderno, señala que “en una historia de las poéticas del teatro occidental le ha tocado a Ibsen un rol fundamental: el de llevar las estructuras del drama moderno a su perfección. Si Raymond Williams afirma que sin Charles Dickens no hay James Joyce, en materia teatral puede decirse que sin Henrik Ibsen no hay Samuel Beckett”.
En otras palabras, sin el aporte de Ibsen el teatro del siglo XX no sería el mismo.
A propósito de esta reflexión, Jorge Luis Borges plantea: “Henrik Ibsen es de mañana y de hoy. Sin su gran sombra el teatro que le sigue es inconcebible”.
Agrega Dubatti que “el joven Ibsen inicia su dramaturgia en 1849 con la obra Catilina como un epígono del romanticismo europeo, y luego durante quince años realiza una búsqueda personal que reflejará su propio estilo. Es posible encontrar estas huellas de originalidad y potencia textual en Brand, obra de 1866, y Peer Gynt, de 1867.
Estas obras muestran innovación escénica y semántica que sentará las bases de sus posteriores y más conocidos dramas: Casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un enemigo del pueblo (1882) y El pato salvaje (1884).
Bien señala también Dubatti que es dable prestar atención a los cambios y la afirmación estilística de Ibsen desde Las columnas de la sociedad, con el antecedente de La condición de los jóvenes y El pato salvaje.
El mensaje de Ibsen se va haciendo cada vez más realista y comprensible “gracias a la redundancia pedagógica del autor, que hace explícito su planteo acerca de la lucha de los individuos contra las imposturas y manipulaciones de los poderosos en las sociedades”.
Algunas de las obras posteriores de Ibsen mostrarán personajes que resultan al público más enigmáticos e introspectivos.
No hay dudas de que Nora, la heroína precursora del feminismo libertario en Casa de muñecas, no ahorra epítetos y adjetivos para denunciar el sometimiento que les impone a las mujeres el patriarcalismo, o mejor dicho la dominación masculina; no caben las sutilezas.
En otro caso, el antihéroe de Un enemigo del pueblo, irónico título elegido por Ibsen para mostrar cómo especulan políticos y empresarios exponiendo la salud y la vida de la población, no trepida en desenmascarar las triquiñuelas, aún a riego de ser repudiado públicamente.
Ibsen lo decía sin vueltas: “¿Cuál es el primer deber del hombre? La respuesta es muy breve: ser uno mismo”.
“No se graban tanto mil palabras como un solo hecho”. “Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano”, agregaba.
Henrik Ibsen murió en Oslo en 1908 y nos ha legado magníficas obras que mantienen la potencia de sus mensajes.
Muchas de ellas aún se montan en los escenarios de las latitudes más diversas del mundo y el autor todavía nos hace vibrar con sus cuestionamientos existenciales y sociales, con su claro mensaje que contiene reflexiones como ésta: “¡Qué cosa tan extraña es la felicidad! Nadie sabe por dónde ni cómo ni cuándo llega. Y llega por caminos invisibles, a veces cuando ya no se le aguarda”.
Y también nos deja, como un mandato, la afirmación de que “las verdaderas columnas de la sociedad deben ser la verdad y la libertad”.