A un par de días de su muerte y cuando sus restos ya se encuentran en el Cementerio de la Chacarita, sigue siendo un buen momento para visitar el legado del realizador teatral Hugo Midón a través de sus propias palabras acerca del universo del teatro para niños, al que nutrió de nuevas y formidables herramientas expresivas e ideológicas.
En abril de 2001, a días de estrenar el notable Huesito Caracú (el Remolino de las Pampas), Midón expresó que “el chico está en una situación de indefensión frente a una maquinaria que insiste en masificarlo”.
“Los medios e incluso el teatro, le imponen al chico los límites de un proceso masificador, globalizador y mercantilista que le impide descubrir a la persona que hay en cada uno de ellos”, apuntó entonces desde una actualidad en plena y lamentable vigencia.
El creador, fallecido el viernes a los 67 años, añadió entonces que “a los chicos se les arroja un mandato autoritario a cumplir, que se motoriza esencialmente desde la televisión con su ilimitada capacidad de generar modelos y productos descartables”.
Por aquellos días, su obra constituyó un alegato a tono con la agitación social que, ocho meses más tarde, desembocaría en el estallido que puso fin al gobierno de Fernando de la Rúa.
“La pelea de Huesito Caracú es por la luz y es una batalla que lleva adelante de un manera real y concreta, y también de un modo simbólico que se abre mucho a lo social y que como tiene que ver con la rebelión campesina, se expresa a partir de una pelea que es hacia fuera”, la describió.
Más allá de los matices de cada pieza que ha generado a partir de títulos como Narices, Vivitos y coleando, Locos re-cuerdos, Cantando sobre la mesa, El imaginario, Popeye y Olivia, Stan y Oliver y Pajaritos en la cabeza, Midón dijo que su intención era que se aprecie el desarrollo de un determinado tipo de camino.
“Yo espero que se note una continuidad ideológica que, de todos modos, no carece de las contradicciones que esconden tanto el teatro como la vida misma”, reflexionó.
También puntualizó: “La idea es tratar de ser más virtuoso en el marco de una disputa compleja porque es obvio que somos imperfectos, contradictorios y mortales”.
En ocasión de otro reportaje sostuvo que “con mis creaciones intento renovar el panorama del teatro para chicos al desestimar las convenciones y apostar a la inteligencia y a la sensibilidad de los niños”.
Antes, en julio de 1998, observó que “existe una corriente teatral interesante que busca hacer obras con contenido y respetando al público, mientras que los espectáculos que vienen desde la TV son nefastos, tanto para los chicos como para el futuro del teatro”.
Acerca de su propio vínculo con la pantalla chica, comentó: “Yo no busco a la televisión y la televisión tampoco me busca mucho o, si me llama, es para ofrecerme lo de siempre: programas baratos de una hora diaria”.
Más cerca en el tiempo, a mediados de 2005 y en ocasión de presentar Derechos torcidos, una obra que escribió después de visitar varios hogares para niños y de ser convocado para participar de un proyecto teatral en casas comunitarias, fundamentó la necesidad de que los chicos puedan apreciar la realidad también en el teatro.
“Los chicos no son ajenos a la realidad y también ven a la gente que levanta cartones en la calle y se alimenta de la basura. Creo que el espectáculo puede ayudar un poco a no negar la situación”, postuló en una entrevista poco antes del fatídico desenlace.