El artista francés Pierre-Adrien Sollier cobró popularidad con sus magnéticas obras en las que reproduce algunas de las pinturas clásicas de la historia como La última cena de Da Vinci o Las meninas de Velázquez con muñecos Playmobil que representan, en palabras de su creador, una suerte de “avatar universal de la especie humana”, de allí la “fuerte identificación” que provoca en los espectadores.
Luego de haber estudiado diseño gráfico en París, este artista que –según admite– nunca fue un apasionado de los Playmobil comenzó a utilizar los famosos muñequitos de origen alemán –para previsualizar escenas– mientras estudiaba animación en Londres, hasta que en 2007 inició la primera pintura de esta serie: La Balsa de la Medusa, de Gericault. Desde entonces ha realizado decenas de obras como La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; Baile en el Moulin de la Galette, de Renoir; La lechera, de Vermeer; La Gioconda, de Da Vinci –que, claro, no está cruzada de brazos–, y tantas más, pero también comenzó a moldear las caras de figuras como Frida Kahlo, Andy Warhol, Yayoi Kusama o Vincent Van Gogh. Se pueden ver todas en www.solliergallery.com.
Un “Don nadie”
“Cada Playmobil es un «Don nadie». Su fuerte poder de identificación proviene de su mínima expresión: esos dos puntos para los ojos y esa legendaria sonrisa dejan un gran espacio para la imaginación y lo convierten en un avatar contemporáneo y universal de la especie humana”, dice Pierre-Adrien Sollier desde Londres, donde quedó “atascado” durante dos meses por la cuarentena mientras se prepara para regresar a París.
“Cuanto más simple y mínimo es el diseño de un rostro, más fuerte es la identificación. Algo similar a lo que ocurre con los emojis que todos entendemos porque son símbolos visuales.
Es un lenguaje universal, como el esperanto”, detalla el artista, quien por estos días se dedica a la tarea de convertir el tríptico El jardín de las delicias de El Bosco, en un mar de playmobiles. “Siempre estoy con cuatro o cinco cuadros al mismo tiempo, para no aburrirme y para mantener un ojo fresco si estoy luchando con una parte de un lienzo”, cuenta Sollier, quien ocupa un taller en París de 70 metros cuadrados que antiguamente tenía paredes doradas, con una agradable luz que llega desde el techo vidriado, un fregadero de 1900 que le da un toque peculiar y un gran bastidor de madera para sus materiales.
“Es muy tranquilo; es el lugar perfecto para crear”, asegura.
Viaje en el tiempo por la historia del arte
Acerca de cuál fue su vínculo con los Playmobil, el artista francés explica: “Para ser honesto, hasta donde recuerdo no jugué mucho con los Playmobil cuando era niño.
Tenía algunos pero no puedo decir que fuera una pasión. Empecé a reutilizarlos mientras estudiaba animación en Londres, para hacer mis «animatics» (que son cuadros previos de historias animadas).
Era una forma de ahorrar mucho tiempo antes de empezar a dibujar. También era una manera de tener una idea, a pequeña escala, de las luces y proporciones de mis personajes. Luego, fue fácil personalizar este personaje tan geométrico para obtener otro diseño singular”.
La selección de obras que va recreando es muy variada pero tienen un fuerte anclaje en expresiones reconocidas mundialmente.
“Cuando comencé en 2007 esta versión risueña de La balsa de la Medusa, de Géricault, mi objetivo era crear una imagen contemporánea. Y cuando vi esta pintura tan dramática con todos los personajes convertidos en Playmobiles, la encontré no sólo divertida sino también cínica y metafórica”, dice Sollier.
Y continúa: “El poder de identificación con el Playmobil era total: él no es nadie y somos todos al mismo tiempo. Aquella reversión fue en cierto modo una parodia de nuestro tiempo, un personaje plástico casi indestructible que sigue sonriendo a pesar de que su balsa está a la deriva. Una especie de alegoría de la Tierra. No me imaginé en ese momento todas las obras que vendrían después.
El proyecto comenzó realmente en 2011, cuando una galería me dio la oportunidad de hacer mi primera exposición individual. Desde entonces, intento seguir un camino cronológico revisando no sólo pintores famosos sino también estilos, y así proponer una especie de viaje en el tiempo por la historia del arte”.
Imaginario popular y cultura pop
El artista francés no desdeña entonces meterse a recrear obras complejas y fascinantes a la vez, por ejemplo El jardín de las delicias, de El Bosco con Playmobil. “Estoy trabajando en este cuadro ahora mismo.
Aún no he terminado la composición del tercer panel: El Infierno. Es una de mis pinturas favoritas y quizás la primera obra maestra surrealista. En general, me encanta el estilo del renacimiento flamenco, muy descriptivo y narrativo.
Mientras estudiaba el panel para mi reinterpretación del tríptico, descubrí que hay una pequeña partitura musical escrita en las nalgas desnudas de un maldito personaje situado justo debajo del gran violín amarillo.
Esa partitura ha sido reescrita de forma moderna recientemente por un ex alumno de la Universidad Cristiana de Oklahoma, lo que demuestra en qué medida esta enigmática pintura sigue fascinando 500 años después”.
También Sollier comenzó a retratar figuras icónicas del imaginario popular y la cultura pop como La mujer maravilla, Andy Warhol, Frida Kahlo.
“De Frida Kahlo y Jackson Pollock me atraen sus obras y su historias personales. Y no podría imaginarme contar una historia de arte con un juguete de plástico sin rendir homenaje a Warhol, que es el padre de la cultura pop, ya que la sociedad de consumo es una inspiración para tantos artistas.
La mujer maravilla y Superman, como héroes de cómics, son también parte de esa cultura. Generan mucho magnetismo para la gente de mi generación que creció con Playmobiles.
Son como las magdalenas (las tortitas) del libro En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. El autor describe el aroma de una magdalena –que su tía le daba los domingos cuando él la visitaba– para hablar de su pasado y de la memoria involuntaria.
Desde entonces, se ha convertido en una expresión muy común para hablar de pequeños detalles que remontan a la infancia. Decimos «Madeleine» para hablar de un recuerdo muy personal, como los Playmobil”, concluye Sollier.