Perteneció a un reducido núcleo de dirigentes sindicales cuyo nombre y apellido tienen peso e historia. Fue el paradigma del dirigente negociador, pactista, dialoguista. Siempre supo que “a la gente la vamos a tener contenta con respuestas, no con peleas”. Fue uno de los protagonistas de mi libro “CGT: el poder que no fue”. Me dio detalles de aquella reunión en lo de Marcelo Alegre un 24 de agosto de 1983, que hasta ese momento se había mantenido secreta, entre el sindicalismo dialoguista y el entonces candidato a presidente Raúl Alfonsín. Según Lescano, quien estuvo acompañado por Armando Cavallieri, Luis Guerrero de la UOM (Lorenzo Miguel no pudo asistir) y Carlos West Ocampo, “Alfonsín me pidió que me sentara a su lado, yo no le creía cuando decía que iba a ganar, pero la preocupación era sentarse al lado del poder o de quien lo pueda tener porque siempre es una alternativa”. Allí Alfonsín les definió 3 ó 4 acciones de su futuro gobierno: les dijo que la palabra privatizaciones no figuraría en su haber presidencial. En segundo lugar les manifestó que el problema más importante de los argentinos no era el económico sino la falta de libertad. Sobre el cierre de aquel encuentro a puertas cerradas, matizado con un buffet froid, les aseguró que las conducciones de los gremios serían democráticamente ganadas por el radicalismo.
Oscar Lescano fue amigo personal de Raúl Alfonsín. Fue quien le acercó a Carlos Alderete para que sea su ministro de Trabajo. Opinaba que el ex presidente “se peleó con todos a la vez: iglesia, militares, sindicalistas, políticos. No hizo alianzas con nadie. Ahí vinieron sus debilidades y nuestra confrontación salvaje. Yo siempre lo quise a Alfonsín porque fue el primer hombre que presentó un recurso de amparo por la desaparición de Smith, fue el primero que salió reivindicando la aparición con vida de Oscar”.
Me contó que varias veces Alfonsín cenó en su casa y que ya fuera del gobierno el ex presidente le confesó un día: “Mire Oscar, si pudiese volver a ser administrador de este país haría casi todas las cosas al revés de lo que he hecho”. Me dijo: “Seguí para adelante como un caballo con anteojeras pensando que iba a salir… me confié demasiado”.
Lescano me contó que fue su padre quien lo acercó a la reivindicación gremial. Me recordó que el sindicalismo en 1958 era vengativo. “Perón y Evita se aliaron con el movimiento obrero para establecer una nueva relación entre el capital y el trabajo. Aprendimos que la justicia social es un derecho del pueblo. Cuando cae Juan Domingo Perón tomamos venganza contra el capital”.
Recuerdo que en esa entrevista a fondo para mi libro que se extendió por más de cuatro horas en su despacho de calle Defensa al 400, mirándome de frente me dijo: “Siempre me reuní con los militares, había que negociar las leyes que nos darían la vida”. Se hundió en un largo silencio para luego conectarse otra vez con mi mirada y definir: “Fuimos engañados por los representantes del capital y por los militares, nos entretuvieron, nos engañaron. Esto nos hizo arrepentir del diálogo. Cuando lo secuestraron a Smith, recibí mensajes de todos lados, la Side, los servicios, quienes me decían que me quedara tranquilo, que él estaba bien… pero también me decían que nos dejásemos de joder”.
La reunificación sindical de marzo de 1992 lo tuvo como su primer secretario general. A sólo nueve meses debió pilotear el primer paro general al gobierno. En aquella charla de calle Defensa, me dijo: “Perón nos dio un poder excesivo. Nos abusamos cuando pretendimos cubrir puestos encumbrados dentro del gabinete. No tuvimos sentido de la ubicación. Sí, tuvimos un poder ilimitado y así nos fue. Hoy lo pagamos incluso ante la sociedad”.
Oscar Adrián Lescano fue parte ineludible de la historia de ese movimiento obrero, que al igual que Saúl Ubaldini (de quien decía “tuvo entre las piernas lo que todo hombre debe tener, un auténtico cruzado”) representaron ese 33 por ciento real del peronismo.