Romina Viola fue la primera mujer en controlar los cielos de Rosario. A principio de la década del 90 no manejaba ni por asomo los aviones que hoy salen, llegan o pasan por los 60 kilómetros de espacio aéreo del aeropuerto. Igual tenía que estar alerta. Sabía que tenía que estar tres pasos adelante de cualquier otro de sus compañeros hombres. Su voz causaba desconfianza en los pilotos a los que les daba indicaciones de cómo aterrizar o si tenían que cambiar su ruta para evitar un choque con otro avión. Un día lo comprobó: Le dio una indicación a un piloto, que le preguntó si ella estaba segura. Dejó el intercomunicador y minutos más tarde un compañero en la torre tomó el control y le dio la misma orden al piloto. Del otro lado, no hubo reproche.
Después de 28 años y haber dirigido la torre de Rosario, Viola es una de las cuatro mujeres a cargo de quienes manejan el tráfico aéreo en Argentina. Ella nació en Funes. Desde el patio de su casa veía todos los días el aterrizaje y despegue de los aviones. Quería volar, pero las vacaciones en su familia eran por tierra, si es que había. Ya en la facultad para volverse contadora la hermana de una amiga la tentó. Por la televisión la Fuerza Aérea convocaba a quienes quisieran ser controladores. Ella dijo que sí sólo porque significaba viajar por primera en avión. Dijo que sí, pero la milicia no cumplió: les pagaron el pasaje en tren hasta Ezeiza.
En la convocatoria había cupo para dos mujeres y tres hombres. A ella le fascinó la idea de estar cerca de los aviones, incluso si tenía que hacer la carrera militar durante seis meses a puro cuerpo a tierra y salto de rana. Era la única forma de entrar al mundo de aviación que aún hoy es para pocos. Quienes quieren pilotear tienen que hacer entre 200 y 500 horas de vuelo para aprender, antes de conseguir un trabajo. La hora cuesta 2 mil pesos en promedio y no hay institutos públicos.
Arriba!
El primer vuelo de Viola fue arriba de un Learjet 25 mientras se adaptaba a la vida en la torre de Rosario. La nave verificaba si la frecuencia andaba bien y otros parámetros para dar las indicaciones a los pilotos, algo que se hace cada seis meses. “Estuve tres horas haciendo los movimientos de despegue y aterrizaje sin salir más lejos que 15 millas de Rosario. Son los movimientos que más extrañan a la gente pero la sensación me encantó”, recuerda junto a El Ciudadano.
En 2009 y después de muchos años en los controles, Viola recibió bien la creación de la Administración Nacional de Aviación Civil (Anac), que le quitó de las manos el cielo a las Fuerzas Aéreas. “La Anac dio más espacio a quienes mostraban capacidad más allá del género. El lugar de las mujeres cambió porque hubo un cambio general en la sociedad. Ayudó haber tenido una mujer presidente. Queremos que quien quiera trabajar lo haga. Y pueda ser madre y padre si también lo desea”, explica.
En 2016 Viola dejó de hacer lo que más le gusta: enfrentar el micrófono en la torre y ayudar a los aviones a llegar a destino. Ascendió a coordinar cómo trabajan en la torre. Para ella, los controladores no son más importantes que los pilotos sino que tienen una visión global. En el caso de Viola son las siete rutas que cruzan el cielo de Rosario. Cuatro son de doble mano y las restantes de ingreso o salida. Entre ellas están Scon, porque desemboca en San Nicolás, y Gabot, por Puerto Gaboto.
Viola disfruta la adrenalina de coordinar la mayor cantidad de aviones posibles. “No existe la presión. Te mueven las ganas de ayudar. No sentís el número de personas que están en los aviones a cargo. Sino no lo podrías hacer”, cuenta. Cuando ella entró a la torre no había test psicológicos. Según ella, en 28 años sólo cuatro personas decidieron dejar de trabajar en la torre.
Al no tener radares los controladores de Rosario se comunican con cada avión y las demás terminales del país para ordenar el tráfico. En cada turno quien está a cargo deja escrito en una faja de progreso que pegan abajo del micrófono los aviones en viaje. Si bien hay más de un operario en la torre por turno sólo uno habla con los pilotos. Los demás lo ayudan a hacer otras tareas. Si hay una emergencia y tiene que salir del puesto la faja los ayuda a saber dónde está cada avión. Los entrenan para que si alguno resuelve una emergencia salga del control por el stress.
Al padre de Viola siempre le dio miedo que ella se subiera a los aviones, pero aún así alentó su carrera. Apenas volvió de Buenos Aires de la primera entrevista para volverse controladora, él la subió al auto y la llevó al aeropuerto porque un conocido de la familia trabajaba en la torre. “Mi viejo me esperó tres horas mientras me mostraban cada detalle. Bajé y sabía que quería hacer esto porque es un mundo tan distinto todos los días”, dice y agradece todavía poder hacerlo.
Del anhelo de volar a cuidar que los aviones no choquen en Rosario