*Por Miriam Racca
Mi gran adicción en la adolescencia fue el calzado. Me encantaba tener varios pares de zapatos, botas, sandalias, zapatillas. Confieso que todavía tengo ese vicio.
Y tuve un perro, un ovejero alemán llamado Clay que también era adicto al calzado, pero para destrozarlo.
Un fin de semana Clay se quedó solo en la casa y descargó toda su furia mordiendo todo lo que oliera a cuero, mío y de varios miembros de mi familia.
Obviamente correspondía que solucionara los desastres que hizo mi perro. Pregunté a los vecinos por un taller de arreglo de calzado y todos coincidieron en la misma referencia: “Andá del Gringo”.
Fui un miércoles. Me recibió un señor delgado con frondosa cabellera blanca y bigote al tono. Vestía una camiseta “tipo mallita” blanca y un delantal oscuro que le llegaba a la rodilla.
Casi al borde las lágrimas le conté mi situación mientras sacaba de la bolsa, entre otras cosas que ya no recuerdo, una zapatilla con la lengüeta cortada a la mitad, un bolso sin manijas, unas sandalias tipo franciscanas con las tiras diezmadas, un cinturón masticado, unas chatitas con la punta devorada, unos zapatos tipo Guillermina sin la presilla que todavía no habían sido estrenados.
Sus manos nudosas tomaban cada obra de arte de mi perro sin decir una palabra, sólo abría sorprendido sus profundos ojos color café.
Yo hablaba a borbotones, le preguntaba si tenían arreglo, si podía salvar algo, que haría, cómo, para cuándo y cuánto iba a costarme…
El guardó todo lentamente en la bolsa y solo respondió en ítalo-argentino: Ma… veremo que puedo hacere, venite sabato…
Y en silencio me condujo hasta la puerta de calle. Allí insistí con mis preguntas. Perdón señor, Don…
-Pancho, me interrumpió. -Venite pasado mañana, mecor. A la tarde.
Y nuevamente se quedó en silencio.
Me fui con pocas esperanzas. ¿Qué podría hacer en dos días? Y si lograba hacer algo. ¡Cuánto me cobraría!
Y llegó el viernes… Fui resignada. Al verme me sonrió… y en silencio me llevó hasta el tallercito, atravesando el jardín.
Esta vez, fue él quien sacó sus obras de arte de la bolsa, verdaderas piezas de colección, dignas de un artista o también de un cirujano. Las sandalias franciscanas estaban las dos iguales, con menos tiras obviamente. Había hecho algunos injertos rescatando el par.
Y lo mismo pasó con la zapatilla que había recuperado su lengüeta sin ninguna cicatriz. Todo lo que había llevado quedó utilizable, reparado o modificado con absoluta prolijidad, como si nunca hubiese sufrido el daño de la potente dentadura de mi ovejero. ¡Y gasté mucho menos de lo que suponía!
Volví a mi casa maravillada y sorprendida, recordando un cuento de mi niñez. Era la historia de un zapatero muy honesto y trabajador. Fue tan bueno que tres duendes decidieron ayudarlo y por las noches mientras dormía creaban piezas únicas en su taller.
Como mi perro vivió más de 10 años y fue destrozón hasta sus últimos días volví muchas veces a Camilo Aldao entre Viamonte y Ocampo buscando la magia de Don Pancho. Pero nunca, nunca vi duendes en su casa, ni nadie reportó a alguna criatura fantástica de ese estilo perdida por Villa Urquiza después de su retiro.
En verdad, nadie sabe a ciencia cierta si los duendes existen.
Pero sí, todos saben que había un zapatero en el barrio que hacía maravillas y honraba el oficio como nadie. Se llamaba Francisco o Pancho o el Gringo Scuderi. Y tuve el placer de conocerlo.
Un taller para conocernos
*Miriam Racca de Radio Aire Libre participó del taller de comunicación dictado por la Cooperativa de Trabajo La Cigarra. La capacitación surgió tras la firma de un convenio con el programa Santa Fe Más, que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia y llega a más de 26 mil jóvenes para brindarles herramientas para la inserción en el mundo del trabajo.
El desafío fue grande y se llevó a cabo en dos talleres de un encuentro semanal cada uno que tuvieron a personas de todas las edades, quienes fueron seleccionadas por haber transitado capacitaciones relacionadas a la comunicación y el periodismo en las organizaciones sociales de las que dependen.
Fueron tres meses por donde pasaron alumnas y alumnos de Radio Aire Libre, la Asociación Vecinal La Florida, La Poderosa, Radio Qom, el Centro Cultural Oveja Negra y el Centro Cultural La Gloriosa. Desde La Cigarra y con las periodistas del diario El Ciudadano, Silvina Tamous como coordinadora junto a Carina Ortiz y Negui Delbianco de talleristas, se pensó en brindar un acercamiento al periodismo y la comunicación institucional para que pudieran aplicarlo en cada una de las instituciones por las que transitan y se sienten parte.
Parece poco tiempo, pero cuando hay ganas todo se puede y logramos esa reciprocidad de conocimientos que nos da sabiduría. Como trabajo final hicieron textos que hablan de ellos y ellas, de sus miedos, de sus progresos, de su mirada de sus organizaciones y de sus barrios. Sus trabajos nos llenan de orgullo y por eso, los vamos a ir publicando tanto en la edición impresa como en la web del diario El Ciudadano. Esperamos que los disfruten.
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