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El «Maldigo» de Liliana Herrero

Maldecir, o decir mal.  Cantar mal porque es necesario. Liliana Herrero editó su CD número 14, con producción de Lisandro Aristimuño y un repertorio que va de Atahualpa a Miguel Abuelo, pasando por Fernando Cabrera, Juan Falú, Violeta Parra y Dorival Caymmi.

Fotografía de Nora Lezano.
Fotografía de Nora Lezano.

 

Por Sergio Arboleya / Télam

Liliana Herrero, una de las artistas argentinas que mayor empeño pone en forzar los límites y las convenciones, concreta con Maldigo, el más reciente documento de su inquietante obra musical, un nuevo y gigantesco gesto de testimonio y libertad.
Apasionada por la lengua y sus recursos, la intérprete no vacila en fundar una duda acerca de lo que decimos y callamos, y desde el título mismo del disco siembra una polémica, una provocación o, mejor aún, una invitación para discutir aquello que hondamente nos atraviesa.
Y la propuesta del nombre de la placa es apenas el primero de los múltiples convites que forman parte de un discurso colmado de cosas que deben ser dichas aunque no exista la palabra capaz de contenerlas.

Sobre ese torbellino de ideas, de dolores, de urgencias, de celebraciones, de necesidad de tornar el grito en canto (o el canto en grito que no es lo mismo pero es igual), Herrero construye un universo de citas y reflexiones que se arropan con unas melodías siempre originales (por novedosas, por lo profundo del origen que las dispara) para terminar conformando un registro imprescindible.
Después de tres décadas batallando y de haber alcanzado una posición de reconocimiento en la escena musical local, a ella no la conformó estar a la altura de las circunstancias y también, a contrapelo de un tiempo político fundado en lo binario y su reduccionismo brutal, abre la boca, el alma, la cabeza, para regalar otro trabajo conmovedor.
Rodeada de aliados y de compañeros a la hora del cancionero y de su hechura, Liliana asume el compromiso de ponerse a contar con el canto aquello que la sacude, eso que incomoda, lo que no entra en ningún molde.
Dueña de una capacidad vocal e interpretativa absolutamente única, coloca ese don en el ojo de una tormenta donde no hay lugar para el preciosismo banal, donde la belleza es un todo surcado de malas palabras, de lo no dicho, de lo nunca escuchado, de ese susurro capaz de levantar polvareda.
El recorrido de una intensidad que se comparte, contó con la producción artística (compartida) de Lisandro Aristimuño, el aporte de su ingeniero de cabecera Sebastián Perkal y un descomunal trabajo de su vital e intrépida banda integrada por Pedro Rossi en guitarras, Ariel Naón en bajo y contrabajo, Mario Gusso en percusión y Martín Pantyrer en vientos.
Más allá del orden de la lista definitiva de temas, Maldigo reconoce algunos tópicos que bien pueden servir para agrupar y presentar el repertorio, como el influjo de Violeta Parra en los magníficos “Run run se fue pa’l norte” y “Casamiento de negros”, con llamativos y fascinantes toques de cello de Leila Cherro y de marimba de Mauricio Bernal, joven misionero también presente en la desgarradora El Mar, del brasileño Dorival Caymmi.
También irrumpe un eco del pasado que se actualiza desde una modernidad atemporal a la hora de recuperar una postal de río en “Garzas viajeras” (de Aníbal Sampayo), de tutearse con “La Diablera” (de Antonio Nella Castro e Hilda Herrera) y de hallar al “Pastor de nubes” (de Manuel J. Castilla y Fernando Portal), con la dulcísima voz de Raly Barrionuevo y el bombo en manos de Diego Arnedo.
Atenta a aquello que suena y sirve a azuzar su universo, apuesta a abrir con “Bagualín” (magnífica canción cuyana de Fernando Barrientos) que se inaugura con el susurro lamento “por eso afónica…”, recorte ínfimo y vital de “Eva Perón en la hoguera”, del siempre presente Leónidas Lamborghini.
Además, cruza el Plata para reencontrar a su admirado Fernando Cabrera con “La garra del corazón”, se destierra en “Marte” (de Tomás Aristimuño con arreglo de Guillermo Klein) y potencia el retrato postal acerca de “El Salitral” (de Carlos Marrodán).
Esa misma desolación llega a un extremo contenido y por demás explícito en “Milonga para la muerte” (de Juan Falú y Hamlet Lima Quintana) que cierra el recorrido con la voz solamente apoyada en las siete cuerdas de la guitarra de Rossi.
Pero las dos piezas fundamento de Maldigo son “Oye niño”, de Miguel Abuelo, al que el arreglo de Naón le halló un eco bagualero y furioso a la vez, y “Trabajo quiero trabajo”, otro manifiesto esencial de Atahualpa Yupanqui que resuena como advertencia, como pesar, como protesta.
El concepto integral de Maldigo, que tendrá su estreno nacional este viernes 13, desde las 21, en Teatro Bar de La Plata, y el 11 de octubre será formalmente lanzado en el Coliseo porteño, suma la dirección de arte y fotos de Nora Lezano y la locación y las imágenes de Marcos Crapa en un ruinoso y abandonado matadero en Malagueño, Córdoba.

En primera persona  negradisco

Con producción artística de Liliana Herrero y Lisandro Aristimuño, la grabación y mezcla de Maldigo estuvo a cargo de Sebastián Perkal. En palabras de su autora, “Maldigo señala una quebradura interna que tiene toda lengua porque ninguna lengua puede decirlo todo. El habla es silencio y mudez, sobre todo cuando queremos pensar los hilos de nuestras vidas y las músicas que escuchamos y hacemos. Ahí, el habla se resquebraja, se extravía y se abisma. Es un grito de disconformidad que está en el interior de todos los cantos. Al exponerse con sus heridas, el canto es el territorio mismo. Por eso, este disco transita caminos que van desde Atahualpa Yupanqui a Miguel Abuelo y Juan Falú, entre otros; cruza fronteras e invoca a Fernando Cabrera, Violeta Parra y Aníbal Sampayo. Una vez más, es el esfuerzo por pensar las tragedias y los gozos de Argentina y América latina”.

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