Juan Aguzzi
Estábamos todos un poco locos y desatados, algo había que hacer, porque había tanta quietud allá afuera, en las calles; amordazados muchos subsistían quedamente por temor al soplo, a la delación, a que alguien dijera “este protesta, llévenselo”. Nos llamábamos Cucaño por la genial asociación que hizo Guillermo Giampietro de un término utilizado en la novela Payasadas, de Kurt Vonnegut. André Breton y León Trotsky fueron nuestros mentores a través de su manifiesto donde reivindicaban al arte como revolucionario e independiente. Aprendíamos técnicas teatrales y ensayábamos puestas delirantes, nos ejercitábamos literariamente con ejercicios de cadáver exquisito, con lecturas en voz alta de Rimbaud, Baudelaire y Lautremont; el Teatro y su doble, de Artaud, nos incendió la cabeza, Helmostro Punk nos explicaba de qué iba la relación entre el actor y el espectador según Grotowski y nos fascinaban el Living Theatre, las teorías de Peter Brook y Meyerhold, todo en un remedo de praxis artística precaria pero altamente energética; nos transformábamos en personajes con un vitalismo que parecía surgir cuando estábamos juntos, en hermandad y craneábamos alguna acción sin que nos importara el resultado.
Armamos una revistita y en ella apareció El maldito Chocho, una exuberante tira de uno de los miembros del primer grupo Cucaño, el insigne Marinero Turco, un joven de larga melena y mirada vivaz, que no abandonaba casi nunca su remera a rayas blanca y azul, ni aun cuando el blanco se tornaba grisáceo. Pero lo que sobre todo sorprendía en Daniel Canale, el marino, como lo llamábamos, era su imaginación desbordante, que él tornaba gráfica en sus cuadritos disruptivos y delirantes y que captaba esa esencia de humor bizarro que nos afanábamos por sostener, un humor tal vez cercano a la tontería, pero que servía como antídoto ante cualquier peligro de asimilación burguesa.
El maldito Chocho fue entonces una de sus primeras historietas y recuerdo al Marinero cuando me dijo –fiel a su espíritu contestatario–, en el medio de una reunión editorial, que no aceptaba elogios, luego de que le haya señalado que sus dibujos remitían al historietista e ilustrador Robert Crumb. Un poco después, mientras fumábamos un pucho en el patiecito de la casa de Brown 1928 donde “habitaba” Cucaño, me dijo que de todas maneras él se sentía más tocado también por otros humoristas gráficos como Harvey Pekar y Gilbert Shelton, que en ese entonces yo no conocía. Con su juventud, el Marinero ya era un avezado consumidor de historietas y era capaz de dibujar una viñeta en segundos imitando a algunos de sus favoritos.
Un tiempo después el Marinero Turco partiría a Buenos Aires y allí se afincaría tejiendo todo tipo de relaciones en el universo de la historieta hasta comenzar a publicar en la legendaria revista Fierro y en algunos otros medios, tanto nacionales como de Brasil y México. Entre 1997 y 1998 editó el suplemento (o subtemento, como lo llamaban sus autores) Óxido de Fierro y sus trabajos aparecieron en el suplemento de Fierro titulado Picado Grueso. En esta última publicación aparecerían sus formidables dibujos en blanco y negro titulados Toros y Toreros, surgidos luego de que el Marinero se fascinara con las corridas de toro a las que asistió en España.
Se trataba de dibujos hechos a mano alzada y fueron como una puerta de entrada a la pintura, que también practicó asiduamente. Esos dibujos, que estaban acompañados de fragmentos de Muerte en la tarde, esa prodigiosa oda a la tauromaquia que escribió Ernest Hemingway, pusieron de relieve la destreza técnica del artista gráfico, que el Marinero iría profundizando cada vez más en una búsqueda constante que nunca abandonaría. La incógnita que potenciaría esos dibujos era encontrar una explicación para entender cómo la muerte surgía de un lugar de tanta belleza, color y festejo.
El Marinero también tocaba el saxo y le gustaba mucho el free jazz. En 1988 César Aira escribió un cuento llamado “Cecil Taylor”, inspirado en los difíciles comienzos de ese maestro del free jazz norteamericano. Fue publicado en algunas antologías y luego la editorial Mansalva lo relanzó en una edición especial con ilustraciones de El Marinero Turco. En la segunda etapa de la revista Fierro, en 2008, el dibujante e historietista rosarino publicó algunas páginas con textos del escritor español Javier Coma –especialista en comic, novela negra y jazz– desmitificando una falsa rivalidad entre Coleman Hawkins y Lester Young, que muchos daban por cierta.
A la sazón, Lester Young era uno de los músicos favoritos del Marinero, pero a Cecil Taylor no lo conocía demasiado y cuando comenzó a investigar y escucharlo para ilustrar el relato de Aira, quedó encantado con esa suerte de revolución que inicia el pianista a mediados de los 50 con el entonces incipiente free jazz. Cuando se presentó el libro, el Marinero apuntó: “Me encantó su historia y lo convencido que estaba de su música, a pesar de cagarse de hambre. Cuando lo escuché, me gustó más de lo que me hubiera imaginado”.
El Marinero también abordó temas como la Ley Seca y la magia –con Houdini a la cabeza– y seguía reivindicando aquellos dibujantes estadounidenses de los 50 y 60 como los mencionados más arriba. Cuando se estrenó Acha Acha Cucaracha. Cucaño ataca otra vez (2017), el documental de Mario Piazza que reconstruye la historia del colectivo artístico y político, el Marinero estuvo presente en algunas de las funciones que se vieron en distintos espacios de Rosario.
Trajo su saxo y junto al también ex Cucaño Carlos Ghioldi en teclados, improvisaron libremente una banda sonora al final de algunas de esas funciones. Tocaba como un poseído y su energía parecía intacta. Al final de una de esas pasadas del film en la zona sur hablamos del pasado, de jazz, cine y cómics y nada en ese momento hacía presagiar la muerte de Daniel Canale recientemente ocurrida. Carlos Ghioldi contó en un posteo que el Marinero le había confiado hace unos meses que tenía terminada una monumental historieta. Con él desaparece un estilo chispeante y disparatado que crecería hasta situarse a la par de los grandes del comic nacional.