Néstor Berlanda es psiquiatra, docente de la cátedra Psiquiatría Adultos y de la carrera de posgrado en psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Fue subdirector del Centro Regional de Salud Mental Agudo Ávila entre 2001 y 2003, donde actualmente trabaja. Es investigador en etnopsiquiatría, estados ampliados de conciencia, culturas precolombinas, y aplicación potencial de plantas sagradas en psicoterapia. Presidente de la Fundación Mesa Verde (Rosario), es autor de numerosos libros y uno de los profesionales que se interesó, a fines de la década del 70, por el caso de Juan Oscar Pérez, el gaucho de origen guaraní que aseguró haber tenido un encuentro cercano con extraterrestres cuando tenía 12 años. Esa historia generó un arduo estudio por parte de un equipo de profesionales.
Después de casi 40 años, la experiencia contada por Pérez cautivó a investigadores de los fenómenos ovni y también al cineasta argentino Alan Stivelman, quien llevó la experiencia del “Gaucho guaraní” al cine en la película documental Testigo de otro mundo, estrenada a fines de 2018.
Berlanda fue uno de los expositores del IV Congreso del Ovni que se llevó a cabo en Victoria, Entre Ríos, del 10 al 13 de mayo pasado, y que entrevistó El Ciudadano durante el encuentro.
Su acercamiento con el caso “Juan Oscar Pérez” no escapa de una de las ramas que parece interesarle al médico: “La etnopsiquiatría, una disciplina afín a la psiquiatría y a la antropología surgida a mediados del siglo XX en Inglaterra, que enfoca su estudio en los trastornos psiquiátricos en función del contexto cultural de una población, ya que cada grupo o etnia desarrolla sus problemáticas en relación a sus conocimientos, idiosincrasia, costumbres y en sus maneras de entender el bien y el mal”, según lo define el estudio Salud Mental Psicología de lo Anormal.
— ¿Cómo llega un psiquiatra a exponer en un congreso de esta índole?
— Empecé investigando el tema ovni desde muy chico. A los 16 años estaba entrevistando gente que hoy puedo decir que eran psicóticos o parafrénicos. Me empecé a encontrar con relatos del tipo fantástico o misterioso que me llamaron mucho la atención. Eso me llevó a trabajar con el mayor misterio de todos, que es la mente humana. Fue quizás lo que me llevó a dedicarme a esta profesión.
— Esas investigaciones que empezó de adolescente y el reconocer hoy que muchas personas con las que se encontró en ese momento eran psicóticos o parafrénicos, ¿le ayudó en su profesión?
— Obviamente. Es una cuestión muy concreta: cuántas personas terminan internadas porque hay un discurso que para nuestra cultura es delirante pero lo que es delirante es el discurso, no la persona. No es un delirante un psicótico sino que hay un discurso que no encaja en nuestra cultura. Llevado a un extremo, entonces, hay millones de personas en el mundo que todos los domingos creen que el vino se transforma en sangre y el pan se transforma en cuerpo. Seríamos delirantes todos. Son sistemas de creencias. El punto está en poder dilucidar cuándo hay una enfermedad que va a arruinar la vida de una persona y cuándo es una experiencia extraña que lo moviliza, le cambia la vida y que sale de los parámetros comunes. Eso no quiere decir que esté loco si sigue manteniendo su vida normal, habitual y no tiene problemas con la realidad.
— ¿Creé en los fenómenos extraterrestres?
— Yo no adhiero a la hipótesis extraterrestre. Lo que sí, con el grupo de trabajo con el que estuvimos en su momento, el grupo Sifo de Rosario, allá por la década del 90 y que estaba integrado en su mayoría por gente relacionada con la salud mental, entre los que había médicos y antropólogos, llegamos a la conclusión de que había un fenómeno que se venía manifestando desde hacía siglos y que tenía que ver con encuentros extraordinarios que tenía la gente con vírgenes, hadas, gnomos, con espíritus… y que no es algo que la gente no está inventando, soñando o imaginando.
— ¿Se puede comparar con los mensajes de la Virgen de San Nicolás, por dar un ejemplo?
— Sí. De hecho investigué ese fenómeno y entrevisté a Gladis Motta (la mujer que recibía los mensajes de la Virgen de San Nicolás). El tema es que hay fenómenos que para nuestra cultura se pueden ver como algo loco, extraño o psicótico, cuando uno busca dentro de los pueblos originarios, lo que uno encuentra que es absolutamente normal para ellos. Que el mundo de lo natural y sobrenatural conviven, que los sueños tienen el mismo peso en la realidad que en la misma realidad. Que incluso hay una concepción en los pueblos originarios, si se quiere parecida al budismo por el tema de que el mundo es una ilusión, y que hay otra cosa. Es decir, hay un sustento desde el punto de vista de la historia en otras culturas que puede dar cuenta de este tipo de fenómenos, quizás como una manifestación mucho más profunda de nuestra psiquis, tal vez como una energía, como una conciencia que algunos dicen que tiene el planeta tierra… en fin, no sé cuál es el origen. Pero sí que para nuestra cultura nos resultan extraños pero para los pueblos originarios no.
— ¿En qué reside esa diferencia?
— Ahí hay una grieta, ya que está tan de moda esta palabra, entre la cultura occidental y lo que son nuestros pueblos originarios. Pero puede ser saldada o puede haber un puente si nosotros, como profesionales o científicos, investigamos y vemos estas cuestiones para poder incorporarlos y saber qué efectos puede producir en una persona un «encuentro extraordinario», como en el caso de Juan. Esas cosas están y muchas veces la ciencia decide no investigarlas casi por cuestiones de comodidad, de no comprometerse.
— ¿Por qué cree que no se investiga?
— Hay un hecho muy concreto. Los antropólogos que investigan distintos tipos de culturas se encuentran muy habitualmente con fenómenos extraños, por ejemplo cuando hay fenómenos de posesión, cosas que no se pueden explicar dentro de la ciencia ordinaria y que, por temor a la Academia, a que la Ciencia los juzgue de mala manera, lo citan como una nota al pie o como un comentario perdido, pero no se atreven a hablar abiertamente de lo que vivieron ellos y que no tiene una explicación. Hay un miedo tremendo de nuestra ciencia occidental de meterse en estos temas, pero si uno lo hace con seriedad se puede hacer.
— ¿Se han manifestado organismos científicos o de investigación con respecto a estos temas?
— La Organización Mundial de la Salud define la posición que se tiene ante la medicina tradicional indígena, que no sólo tiene que ver con plantas animales sino también con cuestiones de índole espiritual. La OMS la reconoce y dice que tiene «una posición de entusiasmo no crítico y escepticismo no informado». Es decir: «No estoy informado, no sé de qué se trata pero no creo en nada». Ante esas dos posturas creo que la única manera de que se pueda tender un puente es con información e investigación.
— ¿Cómo conviven el trabajo de psiquiatra y el tipo de investigaciones que desarrolla?
— Es una pregunta que me hacen siempre. La verdad que no he tenido problemas. He estado ocupando lugares importantes dentro de lo que es la comunidad académica, formé parte de la Comisión de la Asociación de Psiquiatras Argentinos. Hoy estoy en el tribunal de ética. El tema es manejarse con seriedad. Si viene un paciente al consultorio y me pongo a bailarle alrededor y a cantarle cantos chamánicos y, obviamente, que mi reputación no va a estar buena.
El caso de Juan Oscar Pérez
— ¿De qué manera influyó el caso Pérez en su carrera como médico e investigador?
— Al caso lo conocí en 1979. Lo que me cambió un poco fue la película y todo lo que vino después, que no estaba en los planes. Desde el punto de vista del caso en sí, lo único que hizo fue reafirmar lo que uno pensaba: que hay cosas que son extrañas, que forman parte de una misma cosa y que no necesariamente por más que haya visto lo que puede ser una nave, cuando aparece mezclado con sueños premonitorios o experiencias cercanas a la muerte nos lleva a que hay otra cosa mucho más amplia, que era común para los pueblos originarios y a nosotros nos llama la atención.
— ¿Y cómo influyó en la vida de Pérez?
— En un punto reafirma lo que uno pensaba respecto de estos temas. Y, desde otro punto de vista, la tremenda satisfacción de haberlo reincorporado a la vida de relación a Juan, que eso tiene que ver con sentir un éxito en todos los que participamos de ese proceso, desde el primer investigador hasta el último productor para la película. El haberle devuelto la posibilidad de seguridad, de crear vínculos, de volver a encontrarse con su familia, y eso no tiene precio.
— En un momento de la disertación usted dijo que Juan hasta sufrió bullying…
— Ciento por ciento. Es más, en la primera presentación de la película, que se hizo en Venado Tuerto, estaba la mayoría de los familiares de él. Son muchos los Pérez, distribuidos en distintos pueblos y localidades y cuando terminó la película todos sus familiares: tíos, primos y demás, con lágrimas en los ojos los vinieron a abrazar, diciéndole: «No sabíamos lo que te pasaba ni lo que vos pasaste y viviste durante todos estos años». Definitivamente eso sanó la relación entre miembros de una familia de una forma no habitual.
— ¿A qué se refiere con «un proceso no habitual»?
— Porque fue con un proceso de escucha, con una película que generó que haya mucha gente que escuchara. En definitiva, el punto central de la más profunda de todas las angustias que todos tenemos y es la de sentirnos muy solos. A veces algunos lo expresan más que otros y en otros casos lo vivencian más que otros y cuando uno puede curar en parte esa soledad se produce el proceso de sanación.
Juan Oscar Pérez: la historia del gaucho que vio un ovni y se hizo película