En Argentina, desde la aparición definitiva durante el siglo pasado de una capa social que aglutinó lo que se da por llamar clase media, parece haber existido un cierto consenso colectivo respecto de que un hijo médico, o una persona que ha estudiado medicina, he elegido una carrera que goza de cierto prestigio social, que le asegurará un trabajo bien remunerado y una condición económica acomodada. Esa imagen fue cristalizada en la frase “M’hijo el Dotor”, extraída del título de una obra teatral escrita a principios del siglo pasado por Florencio Sánchez.
Esta construcción simbólica, que ha flotado históricamente en el inconsciente colectivo como aspiración de movilidad social y lugar a llegar, es usualmente contrastada con la de un maestro, que tiene que trabajar en más de un establecimiento educativo para poder llegar a fin de mes. Hoy, más de 100 años después de la creación de aquella obra del dramaturgo uruguayo, esa imagen parece empezar a desdibujarse.
Al menos así lo refleja puntualmente en el área de la pediatría una encuesta nacional realizada a mil médicos de todo el país por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y Unicef entre julio y agosto de 2011, y difundida hace algunos días. La misma arrojó como resultado que 7 de cada 10 pediatras trabaja en dos, tres o más lugares (hospitales públicos, clínicas privadas o consultorios) con cargas horarias que promedian las 47 horas semanales, y que en 2 de cada 10 alcanzan o exceden las 60 horas.
Los médicos declararon, además, un promedio de seis horas de descanso diario. Las entrevistas también revelaron, por otra parte, una fuerte asimetría entre los puestos jerárquicos ocupados por hombres y mujeres en detrimento de las últimas, quienes además perciben menores remuneraciones.
Si bien en la encuesta no hay datos de la Región Litoral, a la cual pertenece nuestra provincia junto con Entre Ríos, Carlos Badías, presidente de la Sociedad de Pediatría de Rosario, afirmó en declaraciones a El Ciudadano: “No hay duda de que reflejan fielmente todas las vicisitudes que tiene el ejercicio profesional y en particular la pediatría, todos los cambios que ha habido en los últimos años”.
Un dato para tener en cuenta es que el padrón de socios de la SPR es de mil en la ciudad, de un total de 16 mil asociados a la SAP en todo el país, con una fuerte presencia femenina: más del 70 por ciento de los socios hoy son médicas pediatras. Badías explicó el fenómeno: “Históricamente la medicina fue de los varones y hoy los hombres no eligen pediatría como especialidad. De hecho, ya no eligen medicina. Lo cierto es que estudiar medicina ya no es reaseguro de nada, se terminó ese cuento de ‘mi hijo el Doctor’ que estudia, se recibe y tiene el éxito, el prestigio y el buen pasar asegurados”, indicó.
Exceso de trabajo y sueldos bajos
No obstante, según el presidente de la entidad que nuclea a los pediatras rosarinos, las causas de la situación actual se remontan a procesos de larga data. “El trabajo del médico clínico en nuestro país siempre ha sido menos reconocido que las especialidades. En las últimas décadas hubo un corrimiento de la atención clínica para adultos a ser especialista, buscando el salvaguardo de alguna práctica secundaria a la atención médica propia, es decir la consulta médica, que es lo más significativo de la medicina. Eso ha hecho que también en pediatría muchos busquen la sub-especialidad para tener un reaseguro de un mejor pasar, o por lo menos salvarse”, agregó.
Para Badías, esto tiene que ver con una percepción social que tiene como correlato un impacto negativo sobre las remuneraciones. “El ejercicio de ser elegido por los papás para acompañar el crecimiento y desarrollo de sus hijos, algo tan importante para nosotros los pediatras, no está valorizado, y a eso le sumamos todas las vicisitudes que refleja la encuesta, excesiva carga horaria, múltiples lugares de trabajo, etcétera. La clínica médica, del adulto y del niño, está muy desvalorizada, el médico de familia ha perdido ese lugar en lo que respecta al reconocimiento de la sociedad, pero también de los prestadores o de las entidades que manejan el sistema de salud, que se refleja económicamente”, afirmó.
El rol del médico
Algunas voces académicas argumentan que esta transformación del rol del médico ha tenido un aspecto positivo, como la conformación de equipos de salud interdisciplinarios que incorporan trabajadores sociales, psicólogos, y otro tipo de profesionales que integran un equipo y no tienen al médico como un profesional que trabaja aislado. Pero para Badías, este mismo desarrollo ha redundado, al mismo tiempo, en un proceso de percepción por parte del paciente que pone al especialista en el lugar de dueño de la llave final de la solución de sus problemas: “Esto hace que hoy la gente ante un simple síntoma no consulte a su médico de cabecera y concurra directamente al especialista, encareciendo las prestaciones en salud”, señaló.
“En Argentina se gasta muchísimo dinero en salud, tanto en lo que respecta a las prestaciones médicas y estudios complementarios, como en medicación, pero indudablemente no se mejoran los índices de morbilidad y mortalidad a lo largo de toda la vida de la gente. Se malgasta en desmedro de quienes debieran hacer el seguimiento y los primeros en ser consultados, que son los médicos de cabecera en niños, adolescentes y adultos: los médicos clínicos y pediatras”, remarcó.
Sin embargo, para el médico pediatra el proceso tiene una raíz claramente económica: “Todo ese corrimiento desde hace 20 años cuando se reformaron las obras sociales, hicieron que los especialistas tomaran el mando, y ni que hablar de los estudios de alta complejidad, que son los que mandan en los mayores costos”.
Maestros y pediatras
Por contrario a la imagen mencionada al principio del artículo, parecería que las condiciones de trabajo de los pediatras podrían equipararse ahora a la situación histórica de los maestros, que tienen que trabajar en muchos lugares para poder llegar a fin de mes, rutina laboral que implica desplazarse constantemente de un lugar hacia otro. La lectura de Badías así lo indica: “Tanto a maestros como pediatras, que se especializan en niños, les resulta muy difícil tener un monitoreo controlado, un seguimiento cuando por día se ven 50 pacientes. Además de tener la atención dispersa, se corre de un lugar a otro no sólo dentro de la propia ciudad, sino también hacia ciudades aledañas, como les ha pasado a muchos que se han subespecializado para poder sobrevivir”.
Las consecuencias de la excesiva carga horaria sobre la salud psíquica del profesional, son para el médico pediatra, graves. “Se ha instalado una situación que se llama el burnout, que es el síndrome del gran quemado, que cada vez se ve a edades más tempranas”, indicó.
“Es ese apasionamiento del médico por ejercer la medicina, el compromiso por sentirse bien atendiendo pacientes, todo esto a pesar que lo que dice la encuesta es que los pediatras todavía siguen teniendo un alto acatamiento de satisfacción por el sólo hecho de ejercer la pediatría, que les produce placer. Todo esto, teniendo en cuenta que una persona que trabaja más de 50 o 60 horas semanales a alguien se las saca: a los hijos, a la familia, o a sus propios placeres como puede ser la actividad física, recreativa, o de enriquecimiento personal”, concluyó.