Por Silvina Tamous y Juan Aguzzi
Cuando ocurrió el robo millonario del Banco Nación de Santa Fe, y se puso el ojo en el hombre sindicado como autor del hecho, mucha gente comenzó a hacer especulaciones acerca de cómo podía haber planeado semejante golpe. Mario Fendrich, subtesorero de esa sucursal, acaparó la atención de medio país y despertó mucha más admiración que encono, sobre todo cuando se tejió una serie de hipótesis a partir de los relatos que circularon, porque llevarse un botín de tres millones de pesos de la época no era algo de todos los días.
Un tipo de café
Según se supo, Fendrich era un tipo de café, aquel que llueva o haya un sol radiante hace su pasada por el bar acostumbrado y se sienta en una mesa a la que están sentados tipos como él. No pocas veces, el subtesorero parecía quejarse, de modo asordinado primero, absorbente después, de su lugar en el mundo, es decir, de que alguien que contaba dinero de a montones tuviera que conformarse con sólo verlo pasar. Se decía también que cada vez que regresaba de su trabajo resistía todo lo que más podía sin lavarse las manos, porque “amaba” el olor de los billetes. Una compañera de trabajo declaró después del robo que lo había visto hacer correr los billetes fajados ante su nariz, como puede hacer alguien con las páginas de un libro, para deleitarse con su perfume.
Hay indicios de que era en la mesa de café donde soñaba en voz alta con que, aficionado a la pesca como era, le hubiera gustado viajar a las costas del sur de Nueva Zelanda para pescar pargos, esos peces hermosos que alcanzaban los 25 kilos de peso; también que creía que su esposa quería sacárselo de encima porque tenía un amante pero que él todavía la amaba y que estaba dispuesto a ofrecerle dinero a ese hombre para que dejara de verla.
Uno, dos, tres, los cafés se sucedían dando más ánimo a Mario para interpretar cada cosa que contaba. Lo afirmaron casi todos sus amigos una vez que fueron entrevistados luego del robo. Era un hombre vehemente y parecía internalizar cada frase, pero al mismo tiempo daba la impresión de estar reproduciendo un personaje luego de permanecer varias horas en la bóveda del banco, algo que hacía por su función y que evidentemente lo sofocaba.
En aquella época al menos -año 94-, los subtesoreros hacían verificaciones de partidas de dinero en el interior de la bóveda, por lo que debía saber cuánto dinero exacto había cada día. Entonces se posesionaba y ante ese auditorio de escuchas -algunos eran amigos muy cercanos- había dicho que no hubiera sido difícil excavar un túnel para entrar a la bóveda, que lo había visto en una película pero que, claro, no era algo que estuviera a su alcance, que no era para él.
Socios del silencio
La trama de teorías siguió creciendo a la par de su desaparición inmediata el día después del 23 de septiembre de 1994, cuando Fendrich se esfumó de su casa en la capital provincial santafesina, de la sede bancaria y de los lugares que frecuentaba. También en el café, sus amigos le escucharon decir que conocía todos los mecanismos del banco, sus puntos débiles, y que había hecho un cronograma con horarios y personal afectado a distintos lugares de la entidad bancaria. Que él hacía todo eso por diversión, porque quería llegar al final de su carrera bancaria sin una mancha en su legajo.
Pero, en algunas de las hipótesis sostenidas a la hora de su reciente muerte por la fiscal del caso en el momento de ocurrido, GriseldaTessio, se asegura que Fendrich “tuvo socios” y que muy probablemente fueron algunos de esos amigos del café, y que fue en ese mismo ámbito donde se gestó el plan que terminaría con él cargando una saca con 3.200.000 pesos (cuando la cotización era 1 a 1) y 187 mil dólares. El café, la infusión, culminaba a veces con unas copas de coñac o whisky y en una oportunidad, Fendrich aseguró que estaba en sus manos solucionar los problemas económicos a sus amigos. Y que tal alocución fue cerrada con un fuerte aplauso.
“Estoy convencida de que hubo socios, él los desinculpó porque era el eslabón más débil del grupo de amigos, y lo hizo porque estaba en el lugar indicado en el momento indicado, era el que podía hacer eso. Lo convencieron de hacerlo”, dijo Tessio tras la muerte de Fendrich en Cuba. El llamado “robo del siglo” en Argentina podría haber sido planeado en una mesa de café entonces, a partir de alguien, que creído de sus propias posibilidades de llevarlo a cabo, decidió ir confiando algunas de sus certezas para lograr el “consentimiento” de aquellos que lo escuchaban, nada menos que sus amigos íntimos, que lo habrían incitado a cometerlo.
Si bien popularmente se creyó que Fendrich planeó el robo de forma individual, el back con el que se encontró la prensa después y que fue tomando estado público junto a especies diversas que fueron la comidilla a los postres de las cenas familiares, el hecho pudo haber surgido justamente entre cafés, coñacs, y afiebradas observaciones sobre cómo llevar a cabo un gran robo. Aficionado a las películas de Hitchcock, a Fendrich le gustaba citar algunos pasajes de Marnie la ladrona, en la que una mujer aprovechaba su trabajo de intachable secretaria para robar. Decía que cualquiera se deprime de ver tanto dinero ajeno y que Marnie hacía lo que debía. Durante el tiempo que pasó en la clandestinidad antes de su entregarse, se decía que contaba con la ayuda de esos amigos del café.
Fendrich: el hombre que dejó de contar plata de otros y se hizo rico
El célebre ex tesorero del Banco Nación de Santa Fe murió este miércoles en Cuba a causa de un ACV. Pasó a la historia por cometer un tipo de delito que suele generar el beneplácito del público.
El viernes 23 de septiembre de 1994, un oscuro tesorero del Banco Nación de Santa Fe decidió dejar de contar el dinero de otros y hacerse rico. Mario César Fendrich sacó la plata de la bóveda del tesoro. Y además programó para que recién se abriera el día 27. Le daba tiempo para escapar. Lo único que dejó en el lugar fue una nota detallando la cantidad exacta que se había llevado 3.187.000 pesos. Había dejado otros 2 millones, no le interesó llevarse todo. Y huyó con su joven amante. A su mujer sólo le dijo que se iba a pescar. Fendrich murió este miércoles en Cuba, por una ACV. Pero pasó a la historia por cometer ese tipo de crímenes que suelen generar el beneplácito del público. Como aquel narrado en la vieja película francesa Rififí, donde un grupo de ladrones roban una joyería utilizando un paraguas para contener los escombros, todo aquel golpe donde hay ingenio y no se dispara una sola bala genera muchos aplausos.
Cómo es el momento en que un hombre decide arriesgarse, robar y fugar. Qué hay en la cabeza de un tesorero como Mario Fendrich. Su historia inspiró la película Tesoro Mío, un capítulo en el utilitario Sin Condena y otro en Botines Botines.
Sólo algunos meses fue rico. Se entregó el 9 de enero de 1995 y dijo que una banda lo había secuestrado y lo había obligado a sacar la plata. Igual lo condenaron a 8 años de prisión por el delito de peculado. Estuvo preso cuatro años, nueve meses y 20 días. Y después siguió viviendo en Santa Fe, pero nunca demostró al menos tener dinero.Pasó por distintos negocios. En la mayoría le fue mal. Apenas salió de la cárcel trabajó en una parrilla, luego en una fábrica de artesanías de yeso, incluso se vieron fotos en los diarios reparando paredes. Su último negocio fue un local de quiniela, donde solía escribir con tiza en pizarrón los millones que se sorteaban a diario. Su historia después del robo fue la de un santafesino que iba a la cancha a ver a Colón, a pescar al río, y vivía con su mujer y su hijo pequeño en una casa de la capital santafesina.
Qué pasó con el dinero es un secreto que el sub tesorero se llevó a la tumba. Fendrich llegó al Guinnes por ser el autor del robo individual más grande de la historia. Pero quizás su extremo silencio durante años fue lo que más llamó la atención. La historia que se llevó a la tumba y que nadie contó.