Gabriel Redolfi es arquitecto y publicista. Se considera un obsesivo del trabajo y un lector compulsivo. Repasó numerosas veces la biografía de Steve Jobs y hoy lee un relato sobre Tim Cook, el actual CEO de Apple. En 2002, junto con su ex socio, fundó MSR Constructora SA, la desarrolladora que comenzó como una contratista de obra y hoy celebra 20 años en el rubro. En diálogo con El Ciudadano Redolfi destacó la solvencia, fiabilidad y trayectoria de la empresa que logró instalarse como marca en la ciudad, y valoró el aporte de la construcción para la economía regional.
—¿Cuál es el balance de los últimos 20 años?
—Me parece mentira que hayan pasado 20 años desde la primera obra que hicimos con quien fue el cofundador de MSR. Iniciamos como contratistas de obra. El proyecto de la desarrolladora aún no existía, pero en poco tiempo nos dimos cuenta de las potencialidades que teníamos. Hicimos tres obras, la cuarta fue para nosotros y, a partir de ahí, empezamos a crecer. Siempre se mantuvo como un paradigma la generación de productos, planes y trabajo.
Hoy tenemos más de 80 personas en planta permanente, más de 500 operarios en la calle y, en total, empleamos a más de mil familias. Fue una continuidad, aunque hubo saltos interesantes como en 2008 con la circular 125 donde generamos el Plan Renta que fue algo revolucionario. En 2017 compré el 50 por ciento restante de la empresa, hice innovaciones de gestión y se notó ese salto cualitativo. En 2020 nos mudamos al edificio Baker, aunque aún me falta colgar los cuadros en mi oficina. Además, tenemos nuestro propio taller de herrería, aluminio, reparación de maquinaria y logística en calle Valparaíso, entre Santa Fe y Córdoba.
Es un laburo cotidiano. El mercado desarrollador es muy sólido y el desafío es la generación y perdurabilidad de una marca. Hoy MSR es reconocida en el mercado, se caracteriza por la fiabilidad, el cumplimiento y la trayectoria. Prometemos algo y lo cumplimos. Y si no se puede, como por ejemplo en la cuarentena estricta, el cliente va a tener su compensación. Estamos dedicados al servicio del cliente y supimos rodearnos de gente muy capaz y comprometida.
—¿Cómo fue iniciar un proyecto después de la crisis del 2001?
—Una de las pocas formas de retirar los depósitos del corralito era a través de la inversión inmobiliaria porque se entendía que era una obligación asumida. Muchas personas, por recursos de amparo o negociación con bancos, pudieron retirarlos de esa forma y se activó la construcción. Con el aumento del dólar, el costo de la construcción era muy bajo y los precios no se habían actualizado, lo que generó el desarrollo. A su vez, el aumento de commodities a nivel internacional provocó que los excedentes del campo se volcaran a la construcción inmobiliaria.
Reunimos inversores para obras propias con un terreno por canje, un proyecto de un colega y algunas inmobiliarias que empezaron a vender nuestros productos. Armamos la primera oficina en zona oeste y ahí se empezó a armar la empresa. Fue una buena época. Siempre digo que la suerte no existe, sino que existe el azar que son aquellas circunstancias ajenas a nosotros. Teníamos el conocimiento, la energía, las posibilidades y las aprovechamos.
Cuando el gobierno nacional restringió la compra de dólares pesificamos la lista de precios. En un mes vendimos el 10 por ciento del stock en pesos. La pérdida fue del 10 por ciento, pero teniendo en cuenta las ventas tuvimos un 1 por ciento de afectación del patrimonio y las obras pudieron seguir en marcha.
—Destacás el Plan Renta como algo revolucionario. ¿De qué se trata?
—Te permite comprar un departamento al precio de lista de contado en pozo. Del valor que pagaste, recibís el 6 por ciento anual, todos los meses, en la misma moneda en la que invertiste. Para el cliente es una buena rentabilidad de su capital y a nosotros nos permite comprar anticipadamente, de contado y con buenos precios, a los proveedores. Tenemos un tope de un 30 por ciento que podemos vender por Plan Renta. Cuando llega el vencimiento, el cliente recibe la llave. Se extingue la renta y sos dueño de tu departamento.
Esta empresa no tiene deudas más que con los clientes. Nunca hubo un descubierto en la empresa. Nunca se falló ni aun en la cuarentena más cerrada.
—¿Cómo los afectó esa primera etapa de la pandemia?
—Fue una etapa de reflexión y reprogramación muy importante. En enero (de 2020) le advertí a mi equipo que se venía la pandemia y empezamos a perfeccionar los sistemas para trabajar desde casa. Un mes antes de la cuarentena teníamos los sistemas operativos para hacer home office y 15 días antes enviamos al personal de riesgo a su casa. No estuvimos ni un día sin trabajar. El lunes (siguiente al decreto del Ejecutivo) empezamos a reprogramar las obras, pagos de renta, vigilancia de obras. Teníamos personal esencial en la calle y reuniones vía zoom todo el día. Nos vino bárbaro porque fue un obligado parate que nos hizo redimensionar lo que estábamos haciendo y reorganizar. Cuando abrió la actividad volvimos a trabajar y la obra arrancó a full.
Llegamos a reunirnos un domingo. No había feriado, ni fin de semana. Todos trabajamos con el mismo objetivo. Fue un momento muy duro pero las cosas suceden y depende de vos qué hacés con eso.
Incluso vendimos departamentos durante la cuarentena. Los clientes transferían una seña y cuando pudimos hicimos el boleto de compraventa. El 2018 tuvimos récord de ventas con 12.700 m2 exclusivos, en 2019 bajamos a 11.900, y en 2020, aun con cuarentena, vendimos casi 7 mil metros2. En 2021 vendimos 12.500 m2 y fue el segundo mejor año de la empresa en metros cuadrados vendidos.
—¿Cómo analizás el mercado de la construcción en la actualidad?
—Para el inversor es una oportunidad. El precio por metro cuadrado está bajo y no acompañó a la inflación. Hay inequidad entre los ingresos y el costo de un departamento, pero el valor de los departamentos terminados nunca fue reperfilado, nunca lo metieron en un corralito, es inalienable y propio. Invertir en construcción representa la permanencia, el futuro de mis hijos, una renta para cuando me jubile. A diferencia de un bono, la inversión inmobiliaria mueve el mercado: le da de comer al vecino, al corralón de la esquina, a quien trabaja en una obra.
Es movimiento para la economía: desde la ferretería que vendió el rollo de alambre hasta el quiosco de la esquina. Son fondos que circulan y generan un derrame en la economía de la región.
Además, las empresas somos locales y reinvertimos localmente. Estamos en Rosario, Granadero Baigorria, San Lorenzo, y San Francisco (Córdoba), donde empezamos a trabajar en 2006.
—¿Tienen algún tipo de incentivo estatal?
—Ninguno. No hay preventas, ni subsidios, ni créditos para empresas constructoras. Nos financiamos, producimos y aportamos al Estado solos.
Hace un tiempo llevamos una propuesta a un banco. Ellos vendían el departamento, le pagaban a la empresa por avance de obra y captaban un cliente. Pero nos pidieron el 80 por ciento vendido y para nosotros no tenía sentido.
No es culpa de los bancos. El sistema financiero es un quiosco de tarjetas de crédito. Son bancos de consumo, no de inversión. Te venden tarjetas, seguros, promociones. El banco de inversión hoy no existe en Argentina.
—¿Cuántas obras tienen en marcha en la actualidad?
—Tenemos 20 edificios en marcha en distintas etapas que representan cerca de 120 mil m2 en obra. Tenemos un muy estricto control financiero y hacemos balances generales de forma semestral. Cumplimos con todas las leyes laborales, y normas de higiene y seguridad. Somos muy prolijos. Sabemos que cuidar sale caro, pero más caro te sale no cuidar.
—¿Cómo te ves dentro de 20 años?
—Jubilado. Tengo 57 años, tres de mis hijos integran el directorio y trabajan en la empresa. En lo personal, me veo aflojando con cuestiones operativas y, si me acompaña la salud, siguiendo cuestiones estratégicas de la empresa. Soy demasiado obsesivo. Delego bien, aunque me costó aprender. La condición es que siempre me meto en el nivel que se me ocurra en cualquier momento.
Trabajamos en la permanencia futura de la empresa. Mi hija es abogada, dirige el departamento legal y es vicepresidenta del directorio, un hijo está por recibirse de arquitecto, trabaja en obras y también integra el directorio de la empresa, y otro hijo es periodista y trabaja en la comunicación de la empresa. El director general, Matías Antón, es externo a la familia. Después está la dirección operativa, planificación y económica financiera que trabajan en conjunto. El área de planificación hace el cronograma de obra, el área operativa lo aprueba y la financiera evalúa los fondos. El filtro final lo tiene el gerente general y el directorio.
—¿Cuáles son los próximos proyectos?
—Empezamos con obras en Puerto Norte, donde está por salir el permiso municipal, con lo que abrimos un nuevo horizonte de la empresa. También tenemos obras en la zona de Tribunales, Parque España, 27 de Febrero y Buenos Aires.