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El miedo a Lula, el miedo al pueblo

Su libertad representa la esperanza de millones de brasileños y brasileñas de que ese mundo más justo y equitativo que prometían las democracias en América latina sea posible.

Por Gustavo Gamboa

Duele e indigna lo que se vive en Brasil en los últimos tiempos. La figura política de mayor popularidad de su historia, responsable de un gobierno que se atrevió a sacar de la pobreza a más de 35 millones de brasileños, irá preso por un delito que no existió. No hay pruebas en su contra, hasta los propios magistrados que lo juzgaron lo admiten, nada que justifique la condena. Se lo acusa de enriquecimiento ilícito por un departamento de tres ambientes que no le pertenece, en el que nunca estuvo y que ya fue rematado. ¿Cuál es el verdadero delito que debe pagar el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva? Sin duda, haber desafiado a la derecha conservadora, y a sus aliados más cercanos, y transformado la realidad y el futuro de los sectores más vulnerables como nunca nadie antes siquiera imaginó.

No sólo es culpable de eso, sino también de haber logrado un desarrollo y crecimiento económico que fue celebrado por el mundo, al mismo tiempo que aseguraba la distribución de la riqueza y la movilidad social de las clases más postergadas de su país.

La decisión del Supremo Tribunal Federal de rechazar el habeas corpus presentado por la defensa del líder del Partido de los Trabajadores y la orden de detención expedida en forma inmediata por el juez, no sorprenden a nadie, teniendo en cuenta la línea de actuación que ha seguido la Justicia hasta ahora. Constituye parte del bloque opositor, conformado por los sectores más concentrados de la economía, los grandes medios de comunicación y los grupos políticos afines, que impulsó, casi dos años atrás, el impeachment contra Dilma Rouseff. Una vez más, a través de un juicio político carente de fundamentos, donde sí abundaron los comentarios misóginos y las expresiones fachistas de los senadores, se concretó la destitución de la sucesora de Lula.

Este golpe de Estado parlamentario, fogoneado en gran medida por quien hoy es el actual presidente, el encargado de desandar las conquistas sociales conseguidas durante las últimas décadas, fue el primer gran mazazo dado a la continuidad del proyecto progresista que osó inclinar la balanza a favor de los que menos tienen.

La restauración conservadora, que avanza a paso firme en América latina, necesita encarcelar al dirigente popular que lidera las encuestas para las próximas elecciones presidenciales. La amenaza explícita que significa la figura de Lula para el proyecto de la derecha neoliberal hace que sus integrantes no duden en abandonar toda ficción democrática y agiten el fantasma de un levantamiento armado para mantener el poder en sus manos, como dejó en claro el comandante en jefe del Ejército.

Las fuerzas de la izquierda progresista debemos unirnos y luchar contra este intento de proscripción del líder del PT. Su libertad representa la esperanza de millones de brasileños y brasileñas de que ese mundo más justo y equitativo que prometían las democracias en América latina sea posible.

Defender su libertad y su derecho a participar de los comicios como candidato es un modo de defender la representación de las mayorías silenciosas y olvidadas del continente frente al discurso hegemónico de las minorías.

Secretario general del Partido Solidaridad e Igualdad

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