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El milagro de una obra maestra

El 10 de mayo de 1508, el artista italiano Miguel Ángel firmó el contrato para pintar el cielo raso abovedado de la Capilla Sixtina.

El célebre escritor francés Victor Hugo escribió una vez que “la obra maestra es una variedad del milagro”. Quizá sea esa la frase más indicada para recordar que por estos días se cumplen 508 años del día en el que el artista renacentista italiano Miguel Ángel Buonarroti comenzó a pintar los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina en Roma.

Situada en el palacio del Vaticano, la Capilla Sixtina fue mandada a construir por el papa y mecenas Sixto IV en 1473. Desde ese año y hasta 1483 fue decorada con escenas de Moisés, Jesús y los Papas y fue terminada en 1484 cuando Miguel Ángel tenía tan sólo 9 años de edad.

La bóveda solamente se decoró con un cielo azul y estrellas doradas, obra de Pier Matteo d’Amelia. En su decoración trabajaron algunos de los más prestigiosos artistas del renacimiento italiano.

Sandro Botticelli fue llamado en 1481 para realizar los frescos titulados Las pruebas de Moisés, El castigo de los rebeldes y La tentación de Cristo.

Domenico Ghirlandaio pintó entre 1481 y 1482 la Vocación de San Pedro y de San Andrés. En 1481 Perugino recibió el encargo de realizar una serie de frescos, entre los que se encuentra la mejor obra de su primera época: Cristo entregando las llaves a San Pedro. En 1482, Cosimo Rosselli viajó a Roma en compañía de su discípulo, Piero di Cosimo, para trabajar en la Capilla Sixtina. Pinturicchio también intervino en la decoración de la estancia papal como ayudante de Perugino.

Miguel Ángel entra en escena

Sin embargo, a comienzos de 1505 el papa Julio II (Giuliano della Rovere) llamó a Miguel Ángel para que le hiciera un majestuoso mausoleo en la basílica vaticana y, más tarde, para que redecorara la bóveda de la Capilla Sixtina.

El encargo inicial consistía en pintar a los 12 apóstoles de Jesús. Pero Miguel Ángel consideró que eso era “pobre” y le pidió al Papa que lo dejara idear un proyecto mucho más ambicioso.

Mientras tanto, las rupturas y reconciliaciones entre Julio II, llamado el Papa guerrero, y Miguel Ángel eran escandalosas y el proyecto se fue demorando.

Después de algún tiempo, Julio II (papa desde 1503 a 1513) accedió a la petición y Miguel Ángel ideó una colosal composición que parece imposible haya sido pintada por una sola persona.

El artista pensó una grandiosa estructura arquitectónica pintada, elaborando esculturas de potentes musculaturas en dos dimensiones, inspirada en la forma real de la bóveda.

Al tema bíblico general de la bóveda, Miguel Ángel interpuso una interpretación neoplatónica del Génesis, dando forma a la interpretación de las imágenes que se iban a convertir en el símbolo mismo del arte del Renacimiento.

El punto de partida

Finalmente, el miércoles 10 de mayo de 1508, Miguel Ángel firmó el contrato para pintar el cielo raso abovedado de la Capilla Sixtina y de inmediato puso manos a la obra.

Con enorme pasión, tendido de espaldas sobre el andamio más alto, trabajando de la mañana hasta la noche, mientras gotas de pintura caían sobre su rostro, Miguel Ángel plasmó su genial creación, una de las obras pictóricas más complejas y una de las más bellas de toda la historia del arte.

A poco de comenzar su titánico trabajo, Miguel Ángel despidió a sus ayudantes florentinos y se encerró en la Capilla Sixtina sin dejar que nadie entrara en ella, para trabajar en soledad, a pesar de las dificultades, las violentas discusiones con el Papa debido a su mal carácter, su crónica insatisfacción, las reducidas pagas y las demandas constantes de dinero de su familia.

Enojado, solitario y tenaz

“Sigo aquí disgustado y no muy sano, con gran trabajo, sin gobierno y sin dinero”, escribió Buonarroti a su padre.

Tras un solitario y tenaz trabajo, cuatro años más tarde Miguel Ángel concluyó su obra, que fue presentada al público el domingo 31 de octubre de 1512.

La visión que se tiene de esta obra genial es la de un universo plástico de dimensiones sobrehumanas que tratan de la etapa fundacional del mundo, con imágenes de una sobrecogedora belleza.

La protohistoria judeocristiana de la humanidad quedó así plasmada para gloria universal de la Iglesia, en momentos de grandes convulsiones políticas y religiosas. Escenas del Génesis, figuras de profetas y sibilas y recreaciones del pecado original y de los castigos conviven con los ignudi –figuras decorativas desnudas–, en los que el artista proyectó sus propias obsesiones estéticas y pasionales, plasmando de este modo ese desgarro interior de su “corazón de azufre y carne de estopa”, como decía de sí; el corazón de “un hombre pecador”, de pecado mortal e inevitable”. No en vano, el artista de la “terribilità”, ese arrebato que guió sus pasos, buscó casi con desesperación atrapar el movimiento, capturar el instante con el trazo de su pincel mientras, tendido de espaldas en el andamio, pintó los maravillosos frescos de la Capilla Sixtina.

Una maravilla que, 508 años después, sigue cautivando con su extraordinaria belleza.

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