Por: Mariano Hamilton/ NA
Ya sabemos que el fútbol se nutre de la épica. Muchas veces se sigue aquella máxima horrenda del periodismo que dice “nunca dejes que la verdad te arruine una buena historia”. Esa sentencia se puede usar para hacer mucho daño, pero también en cuestiones más banales, como por ejemplo darle una pátina de heroísmo al primer triunfo de Argentina ante los ingleses, que sucedió el 14 de mayo de 1953, en la cancha de River.
El asunto es que la Selección Nacional enfrentaba a Inglaterra, que por primera vez se dignaba a llegar hasta nuestro país para jugar un amistoso (en realidad iban a ser dos, pero el segundo se canceló después de empezado por un temporal que inundó la cancha de River). Inglaterra, de esa forma, le devolvió gentilezas a la Argentina, que había viajado en 1951 para jugar en Wembley aquel famoso partido en el que el arquero Miguel Rugilo se ganó el apodo de El León de Wembley pese a la derrota por 1-0.
La cosa es que Argentina recibía a Inglaterra, a los inventores del fútbol, y para ese partido el entrenador Guillermo Stábile formó el equipo con toda la delantera de Independiente: Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz. El equipo de Argentina lo completaron: Musimessi; Dellacha y García Pérez; Lombardo, Mouriño y Gutiérrez. Para los ingleses jugaban: Ditchburn; Garret y Eckersley; Wright, Barrass y Barlow; Berry, Bentley, Taylor, R. Froggatt y J. Froggatt.
A los 40 minutos Taylor enmudeció a las casi 90 mil personas que poblaban la cancha de River hasta en los pasillos. Pero un minuto después, Grillo consiguió el empate en el que todos consideraron un gol imposible, porque se decía que había sido convertido desde la línea de fondo y que la pelota había tomado una curva que no se correspondía con las leyes de la física.
El mismo Grillo lo contaba así: “Estábamos cerca del final del primer tiempo y los ingleses nos ganaban 1 a 0, con un gol de Taylor. Vino un avance nuestro y, de pronto, los delanteros que éramos los cinco de Independiente, nos vinimos tocando. Recibí la pelota, burlé a un rival y a otro y a otro más. Fueron tres o cuatro, aunque yo siempre digo uno menos. Me encontré que la cancha se me acababa, miré hacia el arco y reparé que el arquero inglés, pensando que yo iba a tirar un centro, se había adelantado unos pasos con la intención de cortarlo. Vi el hueco y tiré entre él y el primer palo, medio chanfleado. Entró y todavía me parece estar viendo la cara de asombro del arquero. Ni yo podía creerlo.”
El mito creció además porque el fílmico del gol tardó casi un mes en pasarse en los cines y las revistas deportivas se ocuparon de llevar a ese gol hasta convertirlo en una de las tantas maravillas del mundo.
Decía Félix Daniel Fracara en El Gráfico: “Al término de una magistral acción individual, Ernesto Grillo ha rematado desde un ángulo sumamente difícil para batir a Ditchburn con un tiro a media altura. La maniobra de Grillo fue hábilmente finalizada porque primero amagó patear consiguiendo que el arquero se descolocara y luego pateó. El gol de Grillo, dechado de habilidad y visión, fue lo mejor de ese periodo y, por lo tanto, del partido».
Decía Iván Sandler en El Gráfico: “Taylor, de cabeza, adelantó a la visita. Pero allí apareció la jugada que fue gol, y el gol que fue leyenda. Grillo, el Pelado de abundante cabellera, recibió de Lacasia, dejó en el camino a Wright y Barlow y enfiló hacia el arco. Barras se le tiró al piso, pero su esfuerzo fue inútil. El argentino estaba en una posición incómoda, un ángulo muy cerrado. El arquero Ditchburn pecó de ingenuo y se adelantó un paso para cortar el centro. Pero Grillo, picardía en estado puro, remató al hueco que había entre el número uno inglés y el palo. Nadie lo creía. Nacía el gol imposible».
Decía en 1958 la Historia del fútbol argentino, en su Tomo III, página 520, publicada por Editorial Eiffel: “Fue Inglaterra la que abrió el score. En un contraataque a fondo, exigió córner a nuestra defensa. J. Froggatt sirvió el tiro de esquina. Titubearon Dellacha y Musimessi y Taylor aprovechó para conectar un certero cabezazo que envió el esférico a la red. Había injusticia evidente por la conquista, para la que hasta entonces no hicieran mérito los británicos. La multitud quedó tan en silencio, que los aplausos, en vez de romperlo, lo hicieron más notable aún. ¿Es que en definitiva era cierta nomás la mentada eficacia del sistema? ¿Es que realmente el virtuosismo resultaba estéril frente a la planificación rígida?
Sólo un minuto después duró el interrogante. Sólo un minuto tardó en llegar la respuesta. El estilo criollo, que deja al hombre la más amplia libertad de iniciativa, que no lo aprisiona en planes diagramados con anticipación y para siempre, tuvo en el hombre la solución que hasta ese momento no había podido conseguir el conjunto. Solución que llegó por la ruta imprevisible, inesperada, casi ilógica y hasta absurda, destructora de todo calculismo, pero llena de genio y audacia.
Grillo fue ese hombre. Recibió un pase largo de Cecconato, y avanzó resueltamente; eludió en su marcha a dos contrarios y entró al área rival cerca de la línea del córner. Tres compañeros de Grillo corrían hacia la valla inglesa siguiendo la jugada de aquel: Cecconato, Micheli y Cruz. Cualquiera de los tres estaba en condiciones de recibir el pase y shotear con éxito. Barrass se recostó sobre valla y Dichtburn, el arquero, se colocó algo adelantado de modo de poder interceptar el pase o el centro corto que la lógica racional indicaba era lo que debía hacer Grillo, a quien Garret perseguía desesperadamente.
El pase al medio o el centro corto: eso era lo que aguardaban Barrass, Dichtburn y la multitud toda. Pero no fue lo que hizo Grillo, sino que shoteó y la pelota pasó por el espacio que había entre al arquero y el poste, para ir a cuadricularse en los piolines. Por ese mismo espacio entró Grillo a la historia del fútbol.
Su gol fue una obra maestra que dejó asombrados a los ingleses –jugadores y periodistas– y por segundos encandiló al estadio, que de inmediato explotó en atronadora ovación saludando la estupenda obra golística que acababa de presenciar. No era solamente la conquista del empate para nuestros colores lo que sacudía de entusiasmo jubiloso a la multitud, sino también el golazo por sí mismo, uno de esos golazos que alegran a nuestros hinchas, verdaderos catadores del arte futbolero. Aquellos dos goles fueron como los sellos distintivos de las dos escuelas que estaban frente a frente. Preciso y frío el inglés. Audaz, ingenioso y ardiente el argentino.”
¿Qué fue lo que pasó en verdad? El gol de Grillo no fue un golazo ni mucho menos. Fue una buena definición y nada más. No hubo un amague que engañó al arquero ya que Grillo venía lanzado, a la carrera. Tampoco era imposible imaginar que pateara al arco. Es más, Dichtburn se arrojó bastante antes del remate de Grillo, lo que facilitó la definición.
La cuestión es que el mito se alimentó tanto pero tanto que el 14 de mayo, por ese gol y por ser el día del primer triunfo ante Inglaterra, los creadores del fútbol; se convino que sería el Día del futbolista. Aún hoy lo es. Porque la exageración muchas veces rinde sus frutos. Ah… El partido terminó con un triunfo 3-1 de Argentina con un gol de Micheli a los 12 del segundo tiempo y otro gol de Grillo a los 33. Pero de esos dos goles no se acuerda nadie.