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El monopolio del chisme

En la TV a la intimidad se la da por muerta cada dos por tres y se la vende como un bien deseable si quien la proclama es un personaje público. Y cuando está en juego la fama, la cosa se pone peligrosa. Escribe Leonel Giacometto.

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“Qué me haga un juicio y nos vemos todos en Tribunales”, dijo Jacobo Winograd la semana pasada, desde Mar del Plata, en Intrusos del espectáculo. Hablaba de Gerardo Sofovich y lo dijo en el programa de Jorge Rial. Estos personajes (que son personas) están unidos por una red bastante oscura de favores y contra favores de todo tipo que van desde lo económico a lo sexual y que siempre tienen guardadas historias y anécdotas que implican, ya no sólo tener familiares locos, divorciarse, cornearse, con-sumir drogas y prostitutas, sino comercializar, lavar y distribuir muchas cosas que, según ellos, de salir a la luz, aterrarían al público. La pregunta es por qué el público no está aterrado aún y sigue pagando.

Esos chismes, que disparan un mecanismo, son puestos en la palestra televisiva y se despliegan dando como resultado, siempre, peleas, cartas documentos, reconciliaciones, frustraciones, intentos de suicidio, teatro, amenazas de juicios, pleitos que terminan años después (en silencio a veces), llantos, risotadas, ironía, mordacidad y rating.

La televisión argentina es extorsiva y, arrancado el primer mes del 2010, Intrusos en el espectáculo, el programa de Jorge Rial, se adueñó de todo lo que no pudo durante el año pasado y se transformó en el, digamos, eje extorsivo de toda la televisión argentina (porteña). Sin Viviana Canosa (Los profesionales de siempre) y con programas de chimentos menores en el cable (Minuto a Minuto, por ejemplo, en el canal 26, conducido por Lía Salgado –sí, volvió– en reemplazo de Susana Roccasalvo – que ya había vuelto en el 2009–), sin otros programas al aire de gran producción, mucha gente, mucho poder y mucha plata, atrás y adelante (Showmatch, por ejemplo) Intrusos en el espectáculo ingresó al 2010 cumpliendo 10 años ininterrumpidos por América 2, con los ofuscados y medio resentidos panelistas de siempre (menos Marcelo Polino) y con dos conductores no sólo cubriendo el acontecer, digamos, teatral del verano oficial sino, también, siendo parte, arriba, abajo y adentro del escenario. Lo de teatral es un decir, chato, sobre pararse arriba de un escenario y abrir la boca con los reflectores encendidos. Jorge Rial anda dando vueltas entre su programa diario, la Costa Atlántica y San Luis (la nueva maquinita de hacer plata con público fácil) con El ángel y el demonio del espectáculo, una especie de talk-reality producido por Javier Faroni en el que la gente puede verlo y escucharlo a Rial mientras éste, según dicen, lava plata negra. Luis Ventura, la mano derecha (con cadenita suelta de oro) de Rial (en la tele, en la revista Paparazzi y en la página web de la misma revista), hace lo mismo que su jefe pero en Uruguay, y hace de él mismo en Alegría ortomolecular producido por Moria Casán y Luciano Garbellano, en Villa Carlos Paz, Córdoba. A esa ciudad cordobesa, precisamente, todavía no fue Rial con su espectáculo porque, parece, hubo una maniobra para que así fuera. Esta maniobra, según Jacobo Winograd y otros, parece que fue urdida y gestada por Gerardo Sofovich y fue el disparador veraniego de una nueva batalla de la guerra entre Jorge Rial y Gerardo Sofovich, un mercenario y un pirata, respectivamente, por donde se los mire. Lo de Jacobo es otra historia.

Gerardo Andrés Sofovich tiene casi 72 años y Jorge Ricardo Rial casi 50. Al primero le falta una pierna y el segundo repite y repite que tiene dos hijas adoptadas, Rocío y Morena (antes decía “del corazón” pero parece que la terapia le ayudó estos años con las palabras y las cosas –no con las personas–), a pesar que ya fueron varios los que develaron lo que para él, para Rial, era un secreto a guardar. Diego Maradona, a quien cada dos por tres le salta un hijo en alguna parte del mundo donde estuvo, fue uno de ellos y le dijo “huevo duro”. Lo que sí es un secreto es el por qué de una pierna menos en Sofovich. Pero hay versiones. Dos. Una habla de un tranvía que le pasó por encima siendo un nene de 10 u 11 años, y la otra de un balazo en esa pierna que ya no está, por deudas de juego (la versión incluye a su hermano como autor del disparo). A Sofovich, como a Susana Giménez y a varios más, le gusta mucho (repito: mucho) el juego, los casinos, apostar, la adrenalina de perder o ganar en un instante y tentar todo aquello donde el azar pueda derivar en soporte dinero (siempre). A Rial lo que le gusta es la plata, decirse “camaleón heroico”, y bregar por una especie de extraña moral que implica “no casarse con nadie” y tener, en lugar de algo llamado ideología, una impunidad verbal reaccionaria, fascista y delirante en su ser “veleta”. Un decir nacional, digamos.

Jorge Ricardo Rial se entrega a todo y a todos para después extorsionar (al aire y en privado) con develaciones y secretos íntimos que tarde o temprano serán expuestos, ya sea en tono mafioso o cualquier otro que venga al caso, mediante videos, fotos, escuchas, seguimientos, disfrazando mentiras de verdades o viceversa, aprietes, ofreciendo pruebas de embarazo en vivo, mensajes crípticos en primera persona a la persona objeto del chimento, etc. Eso dice Viviana Canosa que hace Rial, pero eso también hace Viviana Canosa con la gente del medio, lo que, dicho sea de paso, aclara un punto sobre la pelea entre Rial y Canosa: son lo mismo, los une la misma traición pero Canosa es mujer, cosa que Rial, machista como se dice, de barrio, de Munro más precisamente, no puede soportar. Sofovich tampoco y los ejemplos sobran.

Gerardo Sofovich es, dentro del mundo del espectáculo, para bien de algunos y para mal de otros, el creador de muchos programas de televisión (Operación Ja Ja, La peluquería de Don Mateo, La noche del Domingo, etc.), películas (La noche viene movida, Las muñecas que hacen ¡Pum!, La guerra de los sostenes, Los vampiros los prefieren gorditos, Los doctores las prefieren desnudas, entre otras) y obras de teatro (El champán las pone mimosas, Más pinas que las gallutas) que desde principios de la década del 60 del siglo pasado recaudaron y recaudan millones. Argentores (la Sociedad de Autores de la Argentina) le debe mucho (los tapizados, el personal de limpieza las 24 horas y el mármol de su paqueta sede, por ejemplo) y lo de millones no es un decir: salió del bolsillo del público (recuérdese) que paga, siempre, para ver lo que le gusta (recuérdese, también). Durante las presidencias de Carlos Saúl Menen fue interventor de Canal 7 (ex ATC), tuvo a su cargo el zoológico de Buenos Aires y hasta tuvo un diario (El Expreso), que duró poco pero, más allá y más acá de sus triquiñuelas políticas (no menores), Gerardo Sofovich (sobreseído por los cargos de corrupción en su contra), al principio junto a su difunto hermano Hugo, marcó y delineó las carreras artísticas (y no tanto) de muchas figuras y actores de toda la historia de la televisión argentina que aún hoy, siguen comiendo fácil: de, por ejemplo, Juan Carlos Altavista, Jorge Porcel, Juan Carlos Calabró y Alberto Olmedo, pasando por Moria Casán y Susana Giménez, hasta Luisa Albinoni, René Beltrán y Mariano Iúdica. En estos últimos cinco años fue el factótum de Nazarena Vélez y Florencia de la V (antes de la Vega) y supo tener de aliado mediático y comercial a Jorge Rial, que ya hacía unos años le había mordido la mano a su padre televisivo (Lucho Avilés, el pionero) y se había “cortado solo”. Pero algo pasó y comenzó una especie de guerra mediática (y comercial) entre Jorge Rial y Gerardo Sofovich que, de alguna manera, salpicó y salpica a muchos personajes y personas del medio televisivo. Sobre todo a las chicas de cuerpos lindos y dispuestos, que Rial y Sofovich suben y bajan como quieren desde la pantalla de lo mediático. Las razones, seamos claros, tienen una base netamente económica y se desprenden de lo que hoy por hoy rinde más en televisión (y de lo que estas dos personas son parte accionaria, digamos): los llamados telefónicos, los mensajes de texto, la timba de los espectadores que se dejan seducir por ganar premios que van desde una máquina de fotos a medio millón de dólares. Otro decir nacional.

Dicen que la intimidad, la vida privada, lo que sucede puertas adentro, es el más fundamental de los derechos. Pero a la intimidad la dan por muerta cada dos por tres y se la vende como un bien deseable y a conseguir, si quien la proclama es público. Público es famoso, acá, en la televisión. Y famoso es un decir, pero cuando la intimidad está en juego en la promoción de esa propia fama, se trate de quien se trate, la cosa se pone espesa, a veces, peligrosa. Pensar solamente y sin ir muy lejos en la coartada de Rodrigo “La Hiena” Barrios, que no se quedó a socorrer a la mujer embarazada que atropelló semanas atrás porque, adujo, “no quería más problemas con su imagen pública”. La imagen pública, entonces, la fama televisiva, la que aparece en la tele, de alguna manera ya no actúa en el mundo del espectáculo e, incontinente, comienza a develar su propio fracaso en la realidad misma. Y la tevé, se sabe, arrasa con la a veces delagada línea que divide las aguas entre espectáculo (siempre ficción) y realidad (a veces espectáculo). Lástima que sea la gente la que sigue pagando.-

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