Por Miguel Passarini
En una primera imagen, pareciera revelarse que los despojos de un pasado de tragedias dan origen a algo nuevo. Hay allí una génesis y una metamorfosis: dos cuerpos emergen de un magma creado por muchos otros cuerpos, y también por algunas de sus partes. Parecen cuerpos replicados, uniformados, que jugarán en espejo esos lugares comunes de un mundo que los asfixia y luego se extingue.
Mientras esos cuerpos adquieren su forma “definitiva”, la metamorfosis se vuelve perturbadora. Se trata del comienzo de Doro Doro quarks, espectáculo que el último domingo pasó por la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, de la mano de las extraordinarias bailarinas y coreógrafas japonesas, radicadas en Alemania, Minako Seki y Yuko Kaseki, quienes brindaron en la ciudad un seminario de tres jornadas dedicado a bailarines y coreógrafos, para luego ofrecer una única función de su primer trabajo conjunto.
Entre el estupor y la osadía, pero siempre desde la sutileza, lo que propone Doro Doro quarks es, también, una mutación hacia adentro de la estética de la danza de vanguardia japonesa Butoh. Al parecer, poco queda aquí de los espasmódicos movimientos espectrales clásicos del género, y mucho de la estética vigente en Europa (sobre todo en Alemania) parece apropiarse de los pequeños pero maravillosos y plásticos cuerpos de estas dos “movers”, algo que, en principio, definiría la conjunción entre bailarina, narradora, poeta y actriz, entre otras vertientes del arte, que ambas parecieran transitar con su minucioso trabajo.
Pero más allá de todo, son cuerpos entrenados en esa estética de origen, y es así como reconstruyen en su mundo, en su propio lenguaje corporal, los orígenes de un “todo” que hoy las revela a partir de trabajar en escena movimientos que parecieran no pertenecer, dada su impronta, al mundo de los humanos, quizás porque ponen en práctica un concepto estético en el que la “disfunción” es elegida como una manera de creación.
En la propuesta, primer dueto de Minako Seki y Yuko Kaseki con música de Zam Johnson, prevalece el mensaje latente de un mundo en extinción, de seres cercanos pero incomunicados, problemática que está planteada desde la más pura conexión de lo coreográfico con el relato.
Tanto es así, que en los momentos más performáticos, incluido un monólogo a público, poco importa a la platea la distancia que puede imponer el lenguaje (dicho entre un japonés inevitable, un inglés forzado y un castellano monosilábico), porque lo que prevalece en la propuesta, que conjuga música, danza y poesía, es el lenguaje del cuerpo, lo que dicta el movimiento y la expresión, entendiendo al movimiento como génesis del relato.
Doro Doro quarks se monta sobre un espacio despojado, apoyado en una estudiada e inteligente puesta de luces, con el soporte de una música que lejos de disuadir, acompaña, pero donde el protagonismo absoluto de toda la propuesta de poco más de 50 minutos está en la plasticidad corporal de ambas performers, en la sensibilidad manifiesta para poner en escena aquello que, como arrebatos, transita la memoria, apelando en el imaginario del espectador a una infinidad de mundos que conviven entre lo que acontece en escena y lo que eso provoca en quien lo ve, donde poco tiene para hacer la razón y mucho el permanente diálogo con el inconsciente.
Hay en el trabajo un sentido personalísimo: una especie de “tiempo detenido” que va en absoluta concordancia con lo que Minako Seki define como “dancing between” (algo así como “danzando entremedio”), un tiempo que pone distancia del pasado pero que tampoco se deja seducir por completo por el presente, un tiempo casi irracional que se vuelve más que propicio para poner en marcha la inagotable máquina de la creación.