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El Movimiento Estudiantil Organizado: un actor fundamental

Setiembre es otro mes clave en lo que va de 2019 para conmemorar la gesta conocida como El Rosariazo, en la que por primera vez la conjunción de fuerzas entre trabajadores y estudiantes pone al poder instituido –la dictadura de (Juan Carlos) Onganía en ese momento– contra la pared. Las mayores movilizaciones y acciones tienen lugar durante mayo y setiembre de 1969 y convoca a la mayor parte de los gremios locales, quienes respondían a la combativa CGT de los Argentinos, y en cuanto al movimiento estudiantil, la pertenencia palpable era a la Federación Universitaria Argentina, dos estamentos que habían puesto a funcionar vasos comunicantes permanentes permitiendo niveles de organización y movilización inéditos –incluso con la virulencia necesaria para paliar los intentos de sabotaje de las fuerzas represivas–, dando lugar a un hito en la historia del movimiento obrero organizado y del movimiento estudiantil, que sería ejemplo de las luchas venideras. Muchos fueron los actores de esos acontecimientos y buena parte, al paso del tiempo, pudo contar esa experiencia de acuerdo a su memoria de los hechos. La trama fue rica en acciones decisivas para arrinconar a la dictadura que vio que se tornaba imposible frenar el movimiento popular que tomaba las calles y aseguraba zonas libres de fuerzas represivas, y el rescate de las imágenes y la narración de esos hechos compusieron un gran fresco de expresiones que contribuyen, a medida que siguen sumándose voces, a la comprensión más cabal de los hechos. El hoy ingeniero Aldo Mangiaterra fue uno de los protagonistas del Rosariazo; su testimonio, sobre todo, permite dilucidar el lugar que ocupó el movimiento estudiantil organizado y deja en claro que no se trató de unas decenas de estudiantes que decidieron manifestarse sino de estudiantes organizados en una Federación que los contenía y que las decisiones surgieron de acaloradas asambleas donde todos y cada uno expresaban sus pareceres. A continuación se reproducen fragmentos de una entrevista hecha a Mangiaterra para la producción documental titulada Los Rosariazos, del realizador Charly López.

Salto cualitativo en la lucha

“…cuando fue la caída del gobierno de (Arturo) Illía, y se instauró la dictadura encabezada por Onganía, hubo un sector sindical, el de (Augusto Timoteo) Vandor al frente de la UOM, que contribuyó a establecer lo que algunos llamaron “la expectativa esperanzada”, o algo por el estilo. Al principio no era fácil la resistencia. Hay un nombre muy simbólico, particularmente para el movimiento estudiantil, que es (Santiago) Pampillón, el estudiante cordobés que murió en las primeras acciones de resistencia. Ahí se fue acumulando un desarrollo que, como suele suceder en las luchas populares, estalló, en algún momento que nadie podía predecir ni cuándo ni cómo iba a suceder. Eso me hace acordar a una reunión en el hall de la Facultad de Ingeniería el 18 de diciembre de 2001, en ese momento yo era docente de la Facultad. Era una reunión de docentes y alumnos, y cundía cierto desánimo expresado en la frase “no pasa nada”. Al otro día, 19 de diciembre, todo estalló. Lo que esto tiene de común con otras épocas es que se acumula, y en un momento se produce un salto cualitativo en la lucha, que despliega una fuerza de una significación que se transforma en histórica. En el proceso previo a lo del 69, está, por ejemplo, lo del 68, la CGT de los Argentinos. No se puede entender lo del 69, el Rosariazo, el Cordobazo, sin ver sobre todo lo del año 68”.

Uno más de los miles en la calle

Con un preciso ejercicio de memoria, Mangiaterra continúa: “En aquel momento yo integraba la Junta Ejecutiva de la FUA (Federación Universitaria Argentina). Más de una vez he comentado que, a veces, en el relato del Rosariazo, del Cordobazo suele decirse: «la confluencia del movimiento obrero y los estudiantes». Ahí se comete un pequeño error, porque deberían decir la confluencia del movimiento obrero y el movimiento estudiantil. No era sólo el movimiento obrero organizado, sino también el movimiento estudiantil organizado. Entre la CGT de los Argentinos y la FUA había vasos comunicantes permanentes. Recuerdo cuando al acto que se quiso hacer en la CGT, el 1º de mayo del 68, vino (Julio) Guillán, que era dirigente de los Telefónicos, en nombre de la CGT de los Argentinos. La policía nos rodeó y tuvimos que terminar saliendo por los techos. Eso fue en mayo y no fue una cosa tan organizada, fue más bien un estallido. Ahí había sí una acumulación previa de acuerdos, de organización, de discusión entre el movimiento obrero y el movimiento estudiantil, pero la expresión más concreta de actividad conjunta fue lo del Rosariazo en setiembre. Si quiero ser inmodesto puedo decir: “Soy de los organizadores”, éramos muchos, eran los que estaban en el movimiento obrero, en la CGT, en una enorme cantidad de sindicatos los que estaban en los centros de estudiantes, los que estaban en la federación estudiantil. Es decir, fui uno más de ese conjunto de gente y uno más de los miles que salimos a la calle”.

Sindicatos y Centros de Estudiantes

En relación a cómo ocurrían las asambleas en las que participaban obreros y estudiantes y qué dirigentes interactuaban en ellas, Mangiaterra señala: “No eran asambleas conjuntas. Las asambleas eran, en el orden estudiantil, de los Centros de Estudiantes o directamente de facultad. Incluso no eran de toda la universidad sino de cada facultad. Y las asambleas del movimiento obrero, en aquellos casos en que las había, fueron importantes. Por ejemplo, hubo asambleas muy numerosas de los ferroviarios. De la CGT local había dos personas que eran los que encabezaban, (Héctor) Quagliaro y (Mario) Aguirre, de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), fueron los nombres más representativos. Del orden nacional, recuerdo el nombre de Guillan de Telefónicos, y de (Raimundo) Ongaro”. Mangiaterra insiste en que setiembre fue el mes del verdadero Rosariazo, al menos en lo que a organización efectiva se refiere. “Ahí ya estábamos en una etapa de crecimiento y auge de la resistencia luego de las luchas de mayo en Rosario y del Cordobazo. Estábamos en una etapa en la que la dictadura de Onganía no podía sostener el control rígido, impidiendo prácticamente toda actividad política de carácter público que había implantado al principio. La actividad sindical había ganado un papel de primer orden y el movimiento estudiantil estaba en pleno desarrollo, entonces se estableció una jornada de lucha para el 16 de Setiembre que venía precedida de luchas de los ferroviarios. Eso sí fue organizado en conjunto. En ese entonces todavía no había sido creada la UNR, pertenecíamos a la Universidad del Litoral, conjuntamente con Santa Fe y Paraná y la organización estudiantil era la Federación Universitaria del Litoral, la FUL. Varios representantes de los Centros de Estudiantes y de otras organizaciones nos reunimos con representantes del movimiento obrero para organizar la jornada del día siguiente. Se estableció una organización de la movilización que agrupaba a ciertos sindicatos y ciertos centros de estudiantes según las ubicaciones”.

“Recuerdo particularmente que Medicina, Bioquímica, todo lo que está en el área que es ahora Salud, se juntaría con ferroviarios en el cruce Alberdi. Ese era el lugar de concentración, además ahí estaba el local de la Unión Ferroviaria. Ingeniería y ATE (que tenía gran parte de sus trabajadores en el puerto), en la esquina de Necochea y 27 de Febrero. Esos dos lugares fueron los más importantes. En el cruce Alberdi se incendió algún trole o colectivo, que fue en repudio al intento de sabotear la movilización. Y al hecho también de que parte de los empresarios del transporte, como del propio sindicato, no se hubieran adherido. Fue un escarmiento. Es falsa la imagen de que lo característico del Rosariazo fue la quema de trolebuses u ómnibus, esos fueron tres o cuatro casos. La prensa buscó poner en primer plano el vandalismo, la destrucción o cosas por el estilo para esconder la represión. Pero la quema no fue lo fundamental, fue una parte de una anécdota de un grado de virulencia muy significativo, pero no otra cosa. Las concentraciones eran a las 10 de la mañana. Con esa técnica del movimiento popular, sobre todo del movimiento obrero, que no es el paro por 24 horas, sino el corte de actividades a partir de cierto horario para movilizarse desde los lugares de trabajo. En la esquina de Necochea y 27 de Febrero estábamos los de ingeniería y ahí comenzó el intento de avanzar para concentrarnos en la CGT. Apenas se intentó marchar hubo represión. No existían cuestiones que ahora pueden estar más organizadas de autoprotección para los gases lacrimógenos, lo que había era un intento de enfrentar a la represión con lo que se podía o se encontraba. Armar una fogata para disipar el efecto de los gases lacrimógenos y utilizar piedras para repeler el ataque, pero sin una capacidad real de aguantar por lo que, apenas se producía ese ataque, había desbandada. Y en una secuencia, como si hubiera una coreografía organizada, esa desbandada tendía a reconcentrarse dos o tres cuadras más allá, pero siempre tendiendo hacia el centro. Y luego un nuevo enfrentamiento, nueva desbandada y nueva concentración. Y así sistemáticamente avanzando hasta que llegamos a la Plaza Sarmiento y ahí cambió todo el panorama, porque la policía había desaparecido. Habían recibido la orden de replegarse porque estaban siendo desbordados, habían perdido el dominio de la ciudad. Creo que fue una orden inteligente porque si no lo hacían seguramente hubiéramos llegado hasta la jefatura de policía”.

Ciudad liberada, control sin policías

Mangiaterra describe entonces qué pasó después: “A partir de ahí se produjo una situación anómala, distinta, que yo le llamo “una ciudad liberada”. Es cierto que en aquel momento no había ciertos componentes de la cuestión delictiva que hoy existen, pero nunca hubo más seguridad en Rosario que cuando la policía estaba fuera del control de la ciudad. Nunca hubo más seguridad que cuando no había control policial. Se creó una situación que se extendió a toda la ciudad, donde la mayoría de la población, de un modo u otro, perdió el miedo y se transformó en protagonista armando barricadas en todos los barrios. Barricadas que tenían una significación más política que combativa, porque no eran barricadas para enfrentar, eran barricadas para mostrar que ese barrio tenía la suya y que ahí el paso de la represión estaba vedado. Había una barra de muchachos que se juntaban en cada esquina y armaban su propia barricada. La imagen que a mí me quedó es la de dos días de una ciudad liberada y de fiesta. Una fiesta que se terminó rápido. Ahí intervinieron, ya que no volvió la policía, las tropas militares con Galtieri a la cabeza y retomaron el control de la ciudad. Pero esas son experiencias que dan noción de fuerza, de posibilidad, en la memoria de los pueblos, un activo que reaparece cada tanto. El Rosariazo fue uno de los casos en los que se produce una cosa de ese tipo”.

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