Cristina Fallarás dice que narra para salvarse. La escritura la salvó de las drogas y el alcohol en la década de los 90 y del miedo a ser madre. También la salvó cuando en 2008, embarazada de 8 meses, la despidieron del diario donde trabajaba como subdirectora y quedó en la calle. El año pasado quiso compartir la herramienta y después del fallo de La Manada en España lanzó en Twitter el hashtag Cuéntalo para que tres millones de mujeres en el mundo narraran las agresiones de las que fueron víctimas. La escritora y periodista española visitó Rosario para dar un taller a 16 periodistas de Latinoamérica en el marco del festival anfibio Pensamiento Contemporáneo y charló con El Ciudadano sobre su visión del trabajo y del movimiento feminista.
-¿Qué impresión le causó Rosario?
-Me fascina. He vivido 30 años en Barcelona y Rosario me la recuerda mucho porque el río tiene una presencia como la que tiene el mar allá. En Rosario se mezcla lo tradicional con lo nuevo.
-Fue una desahuciada ¿Cómo la cambió esa experiencia?
-Una de las bases de los desahucios es la culpa ¿qué he hecho para que me pase esto? He trabajado toda mi vida y de repente me ha tocado que me echen de un periódico. Estaba embarazada y me llegó una orden judicial de desalojo. Se me cayó al suelo todo lo que creí que era. Tenía una carrera, un puñado de libros escritos y había trabajado en una docena de medios. Pero no podía mantener el techo y el alimento de mis hijos. Diez años después pienso que de eso no se sale. No he conseguido superar el vértigo de saber que puedo volver a ser una bestia en la selva.
-¿Cómo influyó eso en su labor como periodista?
-Me marcó radicalmente porque ahora trabajo en todo lo que me ofrecen. Trabajo aproximadamente 16 horas al día y dejé de escribir porque no tengo tiempo. Me generó una frustración porque no soy periodista sino que trabajo de periodista. Me preocupa que las periodistas hayamos perdido la conciencia de ser trabajadoras. Y eso implica trabajar a jornada completa. Cuando te quedas sin empleo el ocio se convierte en una imbecilidad. Tenemos poca vida para dedicarle al ocio.
-¿Qué le gustaría escribir en este momento?
-La última novela que escribí “Honrarás a tu padre y a tu madre” es una especie de auto ficción donde hablo de mí misma y la anterior eran otras dos rupturas en la narrativa. Cualquier cosa que narre hoy no tendría nada que ver con la novela clásica. Mi prosa ha crecido y se ha convertido en otra construcción ni de ficción ni de no ficción. Me encantaría tener el tiempo para sentarme y darle 300 páginas a esto cuando lo máximo que le puedo dar es 30.
-¿Cómo le afectó la mirada de los demás ante el desahucio?
-Es terrible porque los demás desaparecen. Al principio te miran como si fueras rara porque nadie quiere admitir que si tú puedes estar desahuciada esos también podrían. Cuando lo admiten desaparecen y te quedas sola con tus dos hijos. Jamás los culpé. Me dio la sensación que les daba pudor que yo viera que ellos me veían, y desaparecieron.
-¿Cómo salió de esa situación?
-Una periodista me ofreció una cabaña donde viví más de un año con mis hijos. Salí narrando lo sucedido porque permite crear mecanismos de identificación. Al contarlo me empezaron a llamar de programas de televisión para participar en informativos sobre la pobreza y el desahucio. A partir de ahí empecé a trabajar en todas las televisiones del país.
-Va a participar en una charla sobre trabajo. ¿Cómo es en la actualidad?
-Creo que el trabajo como lo concebíamos desapareció. Todos los avances de principio del siglo XX desaparecieron en 3 años. Hoy nadie aspira a una jornada laboral de 8 horas, ni a vacaciones pagas, ni a horas extras. Ya no concebimos el trabajo como algo paralelo a la vida y tampoco le exigimos que nos permita vivir. O somos trabajo o somos pobreza.
-¿Y cómo cambiar eso?
-La base del cambio es la comunicación. La mayor revolución de la historia de la humanidad es la imprenta que permite extender el conocimiento. Después está la tecnológica, con la que modificamos inconscientemente la realidad.
-Fue la impulsora del Cuéntalo. ¿Cómo surge esa iniciativa?
-Contarlo en primera persona es imprescindible porque crea mecanismos de identificación. Si cuento que soy pobre y tú también lo eres podemos unirnos y luchar contra ellos. Pensé lo mismo con la manada. Los medios de comunicación nos han hurtado la narración del dolor. Debemos crearla. Llamé a las mujeres a contar los maltratos que vivieron y en 10 días participaron tres millones. Fue impensado. Es evidente que no queríamos esconderlo y que estábamos clamando por contarlo.
-¿Por qué en Twitter?
-Las redes suponen un nuevo sistema de comunicación. Los medios tradicionales nos ofrecen la ilusión de que podemos consumirlo todo pero sólo publican quienes tienen dinero. En las redes sociales aparece la posibilidad de publicar algo desde la comunicación de masas sin invertir capital- que siempre fue de los hombres-. No esperaba tal repercusión pero fue un acto de activismo. Ahora estamos analizando los twitts para darles un uso común.
-¿Cuál es el potencial del colectivo de mujeres?
-El primer potencial es la respuesta masculina violenta en contra. El segundo es la transformación social que, por ahora, es impostada porque los políticos lo hacen como mecanismo de campaña. Aún no hemos logrado que maten a menos mujeres. En España la ultraderecha colocó 24 diputados basándose en discursos contra las mujeres. Si bajamos la guardia y no pensamos al feminismo como una forma de construir sociedad y como un derecho humano desaparecerá violentamente.
-¿Qué opina del movimiento feminista en Argentina?
Es el más potente del planeta. Está ligado al psicoanálisis y a una población culta que supo superar con narrativas íntimas y colectivas el dolor personal, social y político de las dictaduras. Argentina también es uno de los países más machistas. En España no me acosan por la calle como lo hacen acá.
-¿Cuál es la diferencia con el movimiento en España?
-La edad. En Argentina es más maduro y hay mujeres de todas las edades. Es un movimiento continuo e histórico donde la evolución fue constante. Sin embargo no se logró dar un paso contra la violencia.
-¿Qué falta para avanzar en ese sentido?
-Ocupar los espacios de poder. Hay una tríada: dinero es violencia y violencia es espacio de poder. Siempre los ocuparon los machos. Nosotras podemos construir mecanismos horizontales pero no sé si mi hija los verá. Nos oponemos a toda la historia de la humanidad y es una idiotez pensar que la echaremos abajo en un siglo.
-¿Cuándo empezó a considerarte feminista?
-Siempre me sentí feminista. De pequeña era muy marimacho. De a poco fui desarrollando una brutal contrariedad frente a la injusticia. Recibí una educación cristiana católica que no podía comprender por lo machista que era. El mazazo en la cabeza más bestial fue cuando me quedé embarazada de mi hijo Lucas. De repente me pregunté cómo educar a un hombre para que no sea un hombre. Luego cuando tuve a mi hija Pepa me rompí. No sabía cómo enfrentar como madre los horrores que yo había vivido como mujer y las agresiones diarias, constantes y habituales que recibimos.
-¿Cómo vive la crianza de su hijo y su hija?
-Con un terror sexualizado. El terror ligado a la guerra y a la represión o lo policial es externo. Sin embargo la sexualización del horror y del miedo es interno y requiere un tipo de análisis que no puedo llevar al fondo porque no tiene fin.
-Dijo que narrar la salva. ¿De qué la salvó narrar?
-Me salvó de todo. El primer libro que escribí “No acaba la noche” me salvó de meterme en la frivolidad de la cocaína de los años 90 en Barcelona y del alcohol. “Así murió el poeta Guadalupe”, mi segundo libro, me explicó la mirada del otro y me permitió construir una identidad sin ella. “Las niñas perdidas” la terminé de escribir cuando supe que iba a tener una niña. Escribí el terror más terrible que me imaginaba para ella. El libro empezaba con dos niñas de 3 y 5 años violadas, descuartizadas, y filmadas en video. Después escribí “Últimos días en el puente del este” que es una madre con dos hijos en un futuro distópico donde la rodean los bárbaros y sabe que van a morir porque la sociedad los devora. “A la puta calle” lo escribí para explicarme cómo la sociedad me puede dejar en la calle siendo subdirectora de un periódico y habiendo trabajado toda mi vida. “Honrar a tu padre y a tu madre” lo hice para explicar por qué mi familia era de extrema derecha y tenía un abuelo desaparecido que había sido fusilado en la Guerra Civil por ser de izquierda. En el Cuéntalo esas herramientas narrativas que había usado las lance a las mujeres para decirles: agárrate esto y cuéntale porque así te salvas, porque si tú lo cuentas y otra lo cuenta los mecanismos de identificación hacen que podamos tener conciencia de grupo y nos enfrentamos a un grupo opuesto.