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El mundo libre, abierto y plural: contradicciones de una narrativa para pocos

El modelo de fronteras abiertas para mercancías y cerradas para personas propuesto por los defensores de la libertad a ultranza, colisiona con la realidad y genera un caos permanente en las políticas migratorias

Por Elisa Bearzotti

Semanas atrás, en esta crónica mencionamos a “la nave de los locos”, esas embarcaciones que comenzaron a circular durante el Renacimiento para albergar a los “anormales” de la época (“extraño barco ebrio que navega por los ríos tranquilos de Renania y los canales flamencos”, dice Michel Foucault en su célebre “Historia de la locura en la época clásica”). La mención venía a cuento de  la “Bibby Stockholm”, la barcaza acondicionada por el gobierno británico con el objetivo de albergar solicitantes de asilo que llegan a sus costas, a través del Canal de la Mancha. Es decir, que las autoridades decidieron aplicar el mismo criterio “normalizador” de la Edad Media resultando evidente, hoy como ayer, su futilidad. Pero ahora podemos afirmar que la estrategia no resultó, no por hallarse fuera de época ni por expresar criterios no compatibles con la evolución humana, sino simplemente a causa de una bacteria. Parece ser que las muestras ambientales del sistema de agua del precario alojamiento mostraron niveles de bacterias Legionella -causantes de una forma grave de pulmonía- “que requieren más investigación”, según un portavoz del Ministerio del Interior británico, lo que motivó el desalojo de las 39 personas que habitaban el lugar. Lo cierto es que el gobierno británico no cesa en el denodado esfuerzo de acomodar la realidad a su peculiar mirada y ahora se encuentra pergeñando una propuesta superadora: la colocación de localizadores electrónicos con GPS para todos los que lleguen a sus costas de manera ilegal. Según el periódico Times, el propósito de esta medida sería evitar que los inmigrantes desaparezcan ya que, de acuerdo a la controvertida Ley de Inmigración Ilegal puesta en vigencia en 2022 (otro repudiable legado de Boris Johnson), todo aquel que ingrese al Reino Unido de forma no oficial debe ser deportado, con prohibición de reingreso y sin opción de solicitar ciudadanía británica. El país elegido fue Ruanda (que aceptó el “encargo” a cambio de varios millones de euros) aunque por el momento, gracias a la tarea de las organizaciones de Derechos Humanos, nunca logró implementarse. “Es tratar a las personas como objetos y no como seres humanos en busca de seguridad”, expresó Enver Solomon, director del Consejo para los Refugiados, en relación a las medidas propuestas. Sin embargo, para algunos políticos, dueños de una amplitud de miras que colisiona con el sentimiento y la vida de las personas, las críticas son irrelevantes.

En el mismo ítem “antiderechos” podemos ubicar al caricaturesco Donald Trump quien, a pesar de los varios juicios en su contra (la próxima semana deberá responder por el asalto al Capitolio) pretende volver a ocupar el sillón presidencial, lo cual significaría otro claro retroceso en las políticas migratorias del país del Norte. Y es que en nuestra región, la “tierra prometida” sigue siendo Estados Unidos, y más allá de la larga lista de elementos disuasivos -leyes cada vez más duras; dificultad para conseguir visas; muros de ladrillos, chapas y metal; huracanes y tormentas tropicales- la gente sigue llegando igual. La mayoría debe hacer un largo y peligroso camino, sólo tolerado en virtud de la esperanza que promete. Por ejemplo, de acuerdo con datos del departamento de Migración de Panamá, publicados por la agencia de noticias AFP, en lo que va del 2023 ingresaron a ese país más de 307.000 migrantes que se dirigen hacia Estados Unidos y que pasaron la selva del Darién desde Colombia, una cifra superior a la de todo 2022. Y a esta larga fila de desahuciados se suman los costarricenses, nicaragüenses, hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y mexicanos que intentan huir de sus miserias, y se lanzan al camino en busca de un sueño. La buena noticia es que a partir de la administración de Joe Biden, los vínculos con los mandatarios de los países centroamericanos se estrecharon un poco más. Esta semana por ejemplo, el presidente norteamericano se reunió con su par de Costa Rica, Rodrigo Chavez, para acercar posiciones. Los funcionarios mantuvieron un encuentro en la Casa Blanca y al término de la charla, Chaves informó que acordaron reforzar el trabajo en común “mientras se resuelven las causas estructurales que siguen motivando el desplazamiento masivo” de miles de personas hacia el norte del continente. El presidente costarricense aseguró que existen “causas fuertes y legítimas” que obligan a las personas a salir de sus países en búsqueda del bienestar, por lo que “es necesario comprender esas motivaciones y atenderlas”.

Claro que no todos los extranjeros son mal mirados por las autoridades, porque mientras los visitantes provenientes de costas africanas resultan un dolor de cabeza para el gobierno británico (y para los europeos en general), la cosa cambia cuando se trata de chinos, los nuevos dueños del planeta. Por eso esta semana el ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, James Cleverly, viajó a las tierras del viejo imperio con el objetivo de “promover y proteger los intereses británicos, promocionar el comercio y plantear reclamos en temas como el cambio climático y el respeto por los derechos humanos”, según dijeron fuentes oficiales. ¿Es que acaso los derechos humanos cambian de color cuando se tiene enfrente a alguien más poderoso? ¿Qué vara elegirá el gobierno británico para tratar con los chinos? ¿La que utiliza con quienes llegan a su tierra sin otro bien más que su propia vida, o la que pretende para sí mismo y sus aliados internacionales en virtud de insertarse en el nuevo orden internacional? También Estados Unidos decidió jugar sus cartas y promovió cordiales conversaciones con el gigante asiático. Por eso en estos días la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, se entrevistó con varios funcionarios del régimen de Xi Jinping, dando como resultado la concreción de un grupo de trabajo para “buscar soluciones a cuestiones comerciales y de inversiones”, de acuerdo al reporte del Departamento de Comercio estadounidense.

Es decir, que este mundo hiperconectado de hoy, con sistemas de comunicación súper eficientes, y pletórico de imágenes que estimulan el conocimiento e invitan al turismo, no se pone colorado ante el doble discurso. La apertura total de fronteras resulta incuestionable cuando se pretende estimular el comercio e incentivar la circulación de mercancías, pero no ocurre lo mismo cuando se trata del movimiento de personas. Resulta demasiado hipócrita la narrativa de estos tiempos que incita a la construcción de un mundo abierto, amplio, plural y multilingüe… siempre y cuando sea para pocos. Una contradicción que le va costando la vida a muchos, aunque por el momento los políticos siguen sin enterarse.

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