“Hasta ahora, digo: yacaré, perfecto; iguana, en marcha, y ñandú, todavía falta”, sintetizó Alejandro Arriera, director general de Manejo de Flora y Fauna de la provincia. Es que el veterinario, que hace dos décadas creó el “Proyecto Yacaré” que permitió recuperar la población en territorio santafesino del autóctono yacaré overo –que a finales de la década de 1980 era considerado extinto por la comunidad científica mundial– fue por más: “Incubando Esperanzas” se llama el programa puesto en marcha hace menos de un lustro, y avanza sobre la recuperación de otras dos especies: se trata de animales que otrora abundaban en la provincia y que hoy, aunque ninguno está en riesgo de extinción, lo cierto es que prácticamente se ignora qué edades pueden alcanzar, ya que sobreviven huyendo del ser humano y pocos llegan a viejos. El lagarto overo o iguana overa, el mayor reptil que habita en tierras santafesinas a excepción del yacaré es uno; y el ñandú, la mayor ave del país, es el otro. Ahora ambos tienen cerca de 300 peones rurales que antes los mataban, protegiéndolos.
“Obviamente el programa Incubando Esperanzas parte del Proyecto Yacaré: se inicia como para tratar de ofrecer diferentes alternativas a los pobladores rurales”. Arriera se refiere así a la mecánica que se aplica ininterrumpidamente desde hace 21 años con el yacaré overo, y que permitió que una especie que estuvo a un tris de desaparecer, se recuperara a niveles que incluso permitieron su aprovechamiento comercial autorizado. El proceso consiste, en resumidas cuentas, en el “rancheo”, que es la captura de huevos de nidos naturales para su incubación artificial y concluye con el posterior cuidado y alimentación de las crías hasta su liberación. En el caso del yacaré overo, esta fue total en la primera década y parcial cuando las poblaciones se consolidaron tras la suelta de miles de ejemplares jóvenes y sanos.
La lógica del proyecto consistió –y así sigue– en pagar a los peones rurales que el programa capacitó por cada huevo que recolectan, una tarea que puntualmente se hace cuando las hembras adultas forman sus nidos. “Está claro el éxito del Proyecto Yacaré: hay muchos que se benefician, hay gente para la que antes la fauna y el ecosistema resultaban una complicación, y ahora se ha transformado en un recurso. Pero también nos encontramos con que los pobladores locales recibían los beneficios únicamente durante los meses de enero y primera quincena de febrero –y en algunos casos también para Navidad y Año Nuevo– pero el resto del año, nada”, explica el veterinario.
Guardafaunas
Con los eternos enemigos del yacaré devenidos en sus protectores, Arriera cuenta que el equipo comenzó a pensar en otras especies que pudieran ser eje de un esquema similar, ampliando la “ventana de tiempo” y reportándoles beneficios económicos a los “gauchos”, como él los llama. “Sobre la misma base biológica y sociológica comenzamos a buscar, y así es como se incorpora en primera instancia la iguana, el lagarto overo”.
Tupinambis teguixin es el nombre científico, del lagarto overo, al que también se llama tegú o mato de agua. Es un reptil que puede alcanzar el metro y medio de largo y que tiene su página web: www.iguanaovera.com.ar, mantenida por el educador José Worcel en base a un libro de la colección Fauna Argentina, de Centro Editor de América Latina. Se trata, según ilustra Arriera, de una especie con una situación muy diferente a la del yacaré: “Tiene una explotación legal, sostenida, sustentable, y hace como cincuenta años que la Argentina tiene un cupo de exportación de pieles muy alto”.
Arriera dice que incluso en el año 1990 la Argentina llegó a exportar tres millones de cueros de iguana, lo cual, claro está, no parece muy “sustentable”. Pero de igual modo cuenta que es “superabundante” y que hoy el país vende al exterior entre 350 y 400 pieles por año.
¿Y cuál es el objeto de integrarlo al programa, entonces? Arriera cuenta que la idea no es ni el cuero ni la grasa ni la carne, sino venderla como “mascota”.
“Teníamos que tener una estrategia totalmente diferente: no vamos a recolectar huevos, incubarlos, criarlos, darles alimento balanceado, tenerlos dos o tres años en el criadero y después sacrificarlos para competir contra un perro y un palo, que es la «tecnología» que usa el cazador”, explica el funcionario.
Y se sincera: “Independientemente de los reparos éticos que uno pueda tener –y a mí, particularmente, el negocio de las mascotas silvestres no me gustaba ni me gusta– lo tomamos como una herramienta para contrarrestar los efectos negativos de ese negocio: en Rosario, en Buenos Aires y en muchas parte del país, además de la pitón bola, las víboras exóticas, lo que se vende es la iguana verde centroamericana”.
Allí el veterinario ingresa en un tema no menor: el de las mascotas “snob”, que de una excentricidad pueden derivar en especies invasoras. “¿Qué es lo que propusimos nosotros? Que en lugar de comprar una iguana verde de Centroamérica, que después se le pueden escapar o –como ocurre en muchos casos– que se cansan del animal y lo sueltan –con el riesgo de que se adapten y se produzca una invasión biológica– compren una iguana overa. Y si se le escapa, la iguana está en su casa”, sostiene.
Arriera explica que habitantes de distintas provincias ya tienen bastantes “invasiones” como para querer más. “Ya ha ocurrido en muchos casos: con las ardillitas de pecho rojo y con los visones en el sur”, enumera. Como otro ejemplo pone a la Isla de la Juventud, en Cuba, “donde hay una población que se estima en 30 mil ejemplares de caimán crocodilus, que es el caimán común de Venezuela, y está haciendo desastres”.
También cita que precisamente la iguana verde centroamericana ya es un serio problema para los estadounidenses de La Florida. Y finalmente sorprende con una presencia inesperada: yacarés negros argentinos en la primera potencia mundial. “Un gracioso se los tiró en los Everglades, y en estos momentos están teniendo problemas con esa especie”, afirma citando el parque nacional que está en la misma península.
Huevos de fin de año
“Lo que decidimos fue aprovechar una cuestión biológica de la iguana: las posturas se producen entre octubre y noviembre, y entonces le estamos dando dos meses más a los gauchos para que junten esos huevos”, sostiene Arriera. Así, como “extra” los pobladores rurales que ingresan al plan y reciben capacitación cuentan con que cuatro meses al año les dan los huevos de reptiles: diciembre y enero los yacarés, octubre y noviembre los lagartos.
“Y el otro elemento que creemos positivo para la conservación es que al pagar por los huevos, los cazadores no matan los animales antes de la temporada de postura, cosa que sí ocurría antes”, dice Arriera. El veterinario explica que si bien la temporada de caza comercial de la iguana arranca oficialmente en enero, “cuando comenzaban los calorcitos” muchos cazadores ya salían: sencillamente mataban, guardaban los cueros, y los comercializaban cuando llegaba la época permitida. “Con «Incubando Esperanzas» logramos que no cacen, y permitimos que los animales se reproduzcan en la naturaleza”, remarca el veterinario. “Ya no cazan las iguanas de las que nosotros nos llevamos los huevos, pero tampoco las otras, porque no saben cuándo van a poner ni cuáles son los huevos que nos vamos a llevar. Es decir, actuó como un fuerte incentivo para que los pobladores locales cacen solamente dentro del período habilitado, y no en cualquier momento”, agrega.
Arriera también destaca que al ser el objetivo del programa una mascota en lugar del un animal criado por el cuero y la carne “tiene mucho menor costo porque una vez que nace, ya se puede ofrecer”.
Y además cuenta que cada iguana se entrega con su propio “carné”, que además de informar sobre su alimentación, cuidado y otras cosas que “no tienen que ver con el tema de la conservación y la ley pero sí con la ética y el buen trato a los animales”, es prácticamente un documento único de identidad: “Es un folleto de cartón donde hay una foto del vientre del animal: el patrón de manchas es único e irrepetible”, dice.
“No es fácil de hacer –reconoce–, pero en lugar de hacerle una marca, insertarle un microchip o algo que afecte físicamente al animal (como marcas que impliquen heridas) sacamos una foto del vientre y se le entrega al negocio que vende mascotas la iguana con su número de serie y la foto del vientre. Y si alguien quiere verificar que la iguana proviene de este programa y no es un animal cazado en la naturaleza, lo único que tiene que hacer es darla vuelta, mirar la panza y mirar la foto del carné”.
Con todo Arriera concluye que el tema de las iguanas está tan avanzado que ya están en condiciones de salir a ofrecerlas a todo el país. “Estamos esperando la habilitación federal que está por salir en estos días”, dice. El permiso es inminente: “Hay pocos o ningún argumentos para sostener que no se puedan vender 2 mil o 3 mil iguanitas de un programa de conservación cuando en Santa Fe se están cazando 80 mil”.
Aves de paso
Finalmente, el programa “Incubando Esperanzas” tomó una nueva especie: nada más y nada menos que el legendario ñandú, que otrora recorría en veloces y terrestres bandadas vastos territorios de la provincia y hoy son cada vez más extraños de ver en montes que ya no son y campos que son inmensas canchas color verde soja.
Pero con el ave, Arriera cuenta que falta bastante camino todavía. “Está en una etapa mucho, pero mucho más experimental. Y en volúmenes mucho menores. Hemos iniciado el programa hace tres años, pero nosotros estamos acostumbrados a trabajar con reptiles y el ñandú es una especie mucho más delicada”, dice el funcionario. Y cuenta que el cuello de botella se da “tanto en términos de incubación como de la crianza de los animales durante los primeros 20 días de vida”, cuando se produce una mortandad muy elevada de los llamados “charitos”, los pequeños pichones de la gran ave pampeana.
“Hay muchos criaderos cerrados y sabemos que tienen muchos problemas: el éxito de eclosión de los huevos es bajo, y la supervivencia de los charitos no es buena. Pero pasados los primeros veinte días ya podemos decir que hay éxito”, señala.
Arriera cuenta que el programa con el ñandú todavía sigue en etapa de “proyecto”. Y que todos los ñandúes que lograron sobrevivir fueron liberados del centro hacia el norte de la provincia, donde están menos expuestos.
De igual modo la intención es similar al Proyecto Yacaré: “Lo ideal sería que podamos iniciar hacerlo comercialmente también, porque nos permitiría completar un período de recolección de huevos: septiembre y octubre el ñandú, octubre y noviembre la iguana y diciembre, enero y parte de febrero el yacaré. Tendríamos cerrado un ciclo de seis meses para que los gauchos estén estimulados”.
Así con el yacaré overo recuperado, y el lagarto overo ofrecido como mascota –aunque nada tengan que ver con un perro o un gato, Arriera insiste que “se amansan”, y que hasta reciben bien una caricia– el ñandú espera un turno.
Su ciclo sorprendió a los responsables de Incubando Esperanzas: “Crecen rapidísimo, en 20 ó 30 días cambian el plumín por plumas y pueden llegar a tener al año de edad 20 kilos de peso, habiendo nacido con 150 gramos”, dice Arriera. Y agrega que su madurez –y con ella su capacidad de reproducirse– llega a los tres años, una garantía de supervivencia si el proyecto avanza a la siguiente fase.
“Hay poblaciones silvestres en Santa Fe –refiere Arriera–. Sobreviven, pero dependen mucho de la buena voluntad de los dueños de los campos, y de la voluntad de los gauchos. Justamente una forma de contrarrestar a aquellos que todavía los cazan o los dañan sería poder lanzar en toda su extensión este programa: el pago de los huevos sería un muy buen estímulo para que no los persigan más”.