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«El niño que no sea abrazado por su tribu cuando sea adulto quemará la aldea para sentir su calor»

Como trabajadores sociales en nuestra intervención debemos tener una mirada sensible construyendo un vínculo cercano de contención y empatía con los jóvenes, acompañándolos en cada despertar de deseo y proyecto de futuro y garantizando el acceso a los derechos básicos

Por Valeria Suárez*

Cuando “lo social” se abre paso en territorios marcados por el aumento de la violencia generada por enfrentamientos entre bandas asociadas al narco menudeo, y se propone desde el Trabajo Social abordar a los jóvenes que se encuentran transitando su vida cotidiana en este contexto, es necesario repensar las acciones que se llevan adelante desde una mirada sensible que invite a las familias y la comunidad en su conjunto a “ser parte” de la construcción de un nuevo espacio marcado por los derechos. Ya que es desde la mirada y los sentires de los actores del territorio y en especial la mirada de los jóvenes desde donde debemos partir para comprender la realidad que los habita y transita.  

Llegar a estos territorios es encontrarnos con la ausencia del Estado y la instalación, el avance y la organización de bandas que, por un lado se adueñan del espacio público y un territorio específico para realizar sus actividades y negocios delictivos, y por otro garantizan a esa comunidad la “protección social” que el Estado no otorga. La disputa territorial es sentida por los jóvenes que se ven vulnerados en su derecho a transitar libremente y los imposibilita de participar en espacios sociales creados exclusivamente para ellos. Así nos toca el desafío de replantearnos nuestra intervención profesional ya no con las herramientas clásicas como es una derivación a un lugar puntal, sino habilitando y pensando la creación y el funcionamiento de nuevos espacios anclados en el barrio teniendo como horizonte preservar la vida de los jóvenes. Esta situación nos pone de frente con la necesidad de obtener recursos materiales y es en esta gestión que se nos presentan las instituciones estatales como opciones pero las mismas se encuentran sin o con escasos recursos económicos y con demoras en el tiempo para la obtención, sesgando de esta manera el vínculo que se pudo haber creado con los jóvenes. A esto se suma la subestimación en el fundamento planteado para la apertura de nuevos espacios como es la preservación de la vida.   

La violencia es internalizada desde muy temprana edad como forma de resolver los conflictos, el bombardeo de estereotipos construidos por la industria cinematográfica y musical donde “el más malo/fuerte se queda con la chica más linda” genera en los grupos demostraciones individuales de poder y así ven truncada la posibilidad de soñar con la existencia de un futuro mejor a la realidad que conocen. Es en este punto donde nuestra intervención profesional debe poner especial atención, el “vivir día a día” en palabras de ellos es “ hoy estoy, mañana no sé” ,  manifestando la ausencia del deseo por vivir y la inexistencia de proyectos y sueños a futuro. Construir y descubrir junto a ellos sus sueños implica comprender desde una mirada empática y sensible libre de prejuicios que por sobre su presente complejo y estigmatizante no dejan de ser jóvenes con derechos que deben ser restituidos.   

En este contexto las familias y las instituciones primarias de contacto con la comunidad se ven sobrepasadas y alojar a estos jóvenes “es un problema”, de esta forma la primera “red de contención” comienza a fallar y así, vulnerados en su infancia y pre adolescencia “caen” en las redes de bandas delictivas que los alojan y le dan un sentido de pertenencia, le dan un sentido a su vida. De esta manera comienzan a visibilizarse  los “jóvenes problemáticos” en la sociedad general y se inicia el camino de la estigmatización y re victimización del joven que será presentado por los medios de comunicación masiva como el mal que debe ser erradicado por medio de políticas represivas.  

La complejidad del escenario planteado hace que el trabajo profesional con ellos sea repensado y no estandarizado, teniendo que dejar de lado los prejuicios y moldes pre establecido por programas y políticas sociales que no alcanzan a cubrir las demandas que se requieren, así como también desarmar y desestructurar el discurso construido por los medios de comunicación. 

Como trabajadores sociales en nuestra intervención debemos tener una mirada sensible construyendo un vínculo cercano de contención y empatía con los jóvenes, acompañándolos en cada despertar de deseo y proyecto de futuro y garantizando el acceso a los derechos básicos. Esto implica poder acceder a la terminación de los estudios, el acercamiento a una institución de salud, la incorporación en circuitos de capacitación en oficio, etc. Darles un lugar de pertenencia donde puedan expresarse y “sentirse parte” (sin ser juzgados por su presente, su historia de vida o la de su familia) escuchar sus demandas no subestimando sus planteos y poner a su servicio las herramientas necesarias en el proceso de transformación donde se empoderen y puedan soñar que una realidad diferente para ellos es posible. 

 

*Lic en Trabajo Social

Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da circunscripción.

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