Cuando arrecia el negacionismo sobre la dictadura, mientras descienden desde los catafalcos los defensores del odio y del olvido, Matías Máximo enciende una llamarada en el corazón de la resistencia translesbomaricona y alumbra los rostros que se perdieron en las páginas oficiales del Nunca Más, el informe que produjo la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) durante el gobierno de Raúl Alfonsín, publicado por primera vez en 1984.
“Si lo leemos con las herramientas que tenemos hoy a 40 años del retorno de la democracia, ese texto podría tener otras páginas”, explica el autor de El Nunca Más de las Locas (Ed. Marea). El libro recoge historias desaparecidas, pero no es una mera cronología de acontecimientos narrados de forma lineal. Y desborda también al período de facto, porque la acechanza a travestis, lesbianas y putos no empezó con el golpe ni se acabó con el retorno de la democracia.
“Uno si quiere puede hacer el recorte específico 1976 – 1983, pero también podemos hacer otro recorte y pensar que a mediados de los 50’ entran en vigencia los códigos contravencionales y los edictos, que eran las herramientas que tenía la policía para generar una persecución sistemática y específica por la orientación sexual o por la identidad de género”, explica Matías. En la ciudad de Buenos Aires estuvieron vigentes hasta 1998, y en Santa Fe el Senado provincial los derogó recién en el año 2010.
“El Nunca Más es un documento histórico, con sus aciertos y sus errores, y reescribirlo ahora no tendría demasiado sentido. Creo que tenemos que ir hacia otros Nunca Más”, expresa el periodista, convencido de la importancia de crear nuevas tramas históricas: “Llevándolo a la perspectiva LGBT, hay una carencia en el informe de la Conadep: no son mencionados en ningún lugar los casos que hoy están llegando a los juicios por crímenes de lesa humanidad”, asegura.
En esta línea, el capítulo 2 recoge la historia de Valeria del Mar Ramírez, secuestrada en el Pozo de Banfield, uno de los centros clandestinos que funcionó durante los años de plomo, y la primera persona trans aceptada como querellante en la causa que investiga las torturas y desapariciones en aquel sitio. Con el tiempo amplió su declaración cuando los delitos sexuales cometidos por los militares fueron considerados de lesa humanidad en el año 2010.
El relato funge como ejemplo de los casos que no fueron registrados por la oficialidad en las investigaciones posteriores, y abre una puerta para indagar en los motivos de las detenciones y desapariciones a personas de la diversidad sexual. ¿Se los llevaban por su orientación sexual o por su identidad de género? La pregunta se repite y la respuesta no es unívoca, pero la evidencia testimonial que aporta el libro revela que ser disidente de la norma heterosexual significaba ser depositaries de una saña particular en el momento de las torturas.
Además, las prácticas represivas hacia la comunidad LGTBI perpetradas por la policía y el plan sistemático de persecución ejecutado por los militares encuentra límites borrosos en torno al código moral que compartían las fuerzas de seguridad y un amplio sector de la sociedad civil. “Los límites entre comisaría y centro clandestino solían estar difusos, tanto en el Pozo como en muchos de los espacios donde se articulaba el plan contra la «lucha subversiva»”, escribe Matías en el relato de Julieta González La Trachyn, también detenida y torturada en Banfield.
De ahí que El Nunca Más de las Locas se permite navegar entre las aguas de una “tierra prometida” creada por un grupo de locas en el Delta del Tigre para escapar de los rígidos controles que ejercía el Estado, pasando por la conformación del Frente de Liberación Homosexual y su participación en el retorno de Perón a la Argentina, hasta los momentos previos al golpe con la constitución de la Tripe A. “Este libro tuvo el aporte de muchísimos espacios que están trabajando en el tema, y creo que todos coinciden en que los rastros de la violencia no empezaron ni terminaron con la última dictadura”, destaca el investigador.
En cuanto a la cantidad de desaparecides por motivos de género, quedó establecido en el saber militante que fueron 400 personas. La cifra divulgada por Carlos Jáuregui en su libro “La homosexualidad en Argentina” procede de una información suministrada por el rabino Marshall Meyer, integrante de la Conadep, al propio activista en el año 1987. “Si vemos la biografía de Jauregui se puede entender que ese número era una forma de hacer política de visibilidad. Yo personalmente pienso que fueron muchísimos más”, señala Matías y aclara que no hay controversia con quienes sostienen ese número.
Sobre «las locas», ese gran paraguas identitario que agrupa a un amplio sector de las disidencias, la pluma de Néstor Perlongher encabeza la nómina de razones que eligió el escritor para nombrar a este Nunca Más con un fragmento del ensayo “El Sexo de las Locas”, publicado originalmente en la revista El Porteño en 1984: “Se habla de una sexualidad loca como una fuga de la normalidad, que la desafía y que la subvierte”, apunta. También el término remite a «las locas de la plaza», la forma en que fueron nombradas madres y abuelas al empezar sus rondas, y finalmente a la locura como una patología asignada históricamente a la comunidad LGTBI.
“Muchas veces al abordar este tema desde la bibliografía que fue producida por la heteronorma, hay una mirada bastante solemne de la dictadura. Y en El Nunca Más de las Locas se rescatan historias que tienen que ver con el deseo y la resistencia entendida no solo como organizaciones armadas, sino como grupos que se encontraban para la gestión del placer”, subraya el autor sobre el espíritu de la investigación. Así también Marta Dillon nos propone desde el prólogo entenderlo “como una celebración de la memoria, las luchas, las resistencias y las alianzas” en tanto impulso vital que se impone estrepitoso sobre las páginas urgentes de una historia en permanente construcción.