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El oficio de hacerse querer o cómo ganar prestigio y ejercer el poder

Por Carlos Solero.- Los hechos que observamos en lo cotidiano nos muestra que hay quienes hacen de la seducción una estrategia.

¿El hacerse querer por los demás puede ser un oficio? A primera vista resulta extraño aceptarlo, pero, la realidad, los hechos que observamos en lo cotidiano, nos muestran que hay quienes hacen de la seducción con fines no amorosos una estrategia para logar sus objetivos.

Veamos algunos: dirigentes políticos y sindicales, líderes religiosos o aspirantes a serlo, los empresarios exitosos emblema del sistema capitalista triunfante en sus logros al costo del sufrimiento de miles trabajadores en todo el mundo.

Estos personajes siempre sonrientes fueron retratados de modo singular por María Elena Walsh en su poema-canción “Los ejecutivos”.

La canción de León Gieco Cantorcito de contramano es una clara síntesis de lo que deseamos expresar. Canta León: “Vamos, vamos cantorcito/ que andas de contramano/ a la gente le costó mucho para verte triunfar/ Y mientras vos cantabas yo sé que tu mente estaba en otro lado contando las entradas./ Devolvele al pueblo la canción que le sacaste ellos siempre están dispuestos a perdonarte. Quién te dijo que la gente se levanta alegre para ir a trabajar/ Lamento decirte pero estás equivocado./ La gente solo se ríe si le dicen la verdad / La verdad no debería ofender a nadie, el que no la acepta es porque mintiendo está.”

El príncipe de la informática Bill Gates, ícono del capitalismo neoliberal, ha montado un imperio de la producción industrial y la dominación a nivel global, y aparece en algunas revistas presentado como un filántropo. Bien sabemos que no lo es, y eso sí, hasta creó una fundación para favorecer a los niños hambreados del mundo, toda una paradoja. Es como la simulación mediática que hacen las empresas petroleras financiando campañas a favor del medio ambiente que destruyen a diario. Otro inefable exponente de estos comportamientos sociopáticos es el magnate mexicano Slim, creador de exitosas dietas, que lo transformaron en multimillonario. Slim aconseja a los pobres de su país aumentar su jornada de trabajo para lograr prosperidad, ese es el camino hacia la fortuna. Su propuesta es de un gran sarcasmo en un territorio con tanta concentración de riqueza en pocas manos y la opulencia más obscena contrastando con la miseria e indigencia extrema en vastas zonas.

Estas conductas están inspiradas en un libro que fue best seller en otras décadas el de Dale Carnegie “Como ganar amigos y triunfar en los negocios”. En los últimos años las técnicas del márketing se han expandido de modo tal que se puede preparar la venta de mercancías incluidas el arte, la política y las creencias religiosas. Se puede como dicen los jerarcas de las consultoras “fabricar un candidato a presidente, diputado, etc.”, sólo hay que saber las preferencias del público y para eso están las encuestas, los sondeos de opinión, etc.

En su libro Historia universal de la infamia, de mayo de 1935, el escritor argentino Jorge Luis Borges realiza entre otras la semblanza de personajes como El atroz redentor Lazarus Morell, un siniestro personaje que lucraba en Estados Unidos con los esclavos, a los que prometía la libertad a cambio de dinero y que luego los hacía matar por sus esbirros. Morell seducía a sus incautas víctimas con un discurso de redención y felicidad eterna.

Otro de los infames de las crónicas borgeanas es El impostor inverosímil Tom Castro. Cuenta Borges en su relato: “Tom Castro era el fantasma de Tichborne, pero un pobre fantasma habitado por el genio de Bogle. Cuando le dijeron que éste había muerto, se aniquiló. Siguió mintiendo, pero con escaso entusiasmo y con disparatadas contradicciones”, describe.

Era fácil prever el fin. El 27 de febrero de 1874, Arthur Orton (alías) Tom Castro fue condenado a catorce años de trabajos forzados. En la cárcel se hizo querer, era su oficio. Su comportamiento ejemplar le valió una rebaja de cuatro años. Cuando esa hospitalidad final lo dejó –la de la prisión– recorrió las aldeas y los centros del Reino Unido pronunciando pequeñas conferencias en las que declaraba su inocencia o afirmaba su culpa. Su modestia y su anhelo de agradar eran tan duraderos que muchas noches comenzó por una defensa y acabó en una confesión, siempre al servicio de las inclinaciones del público.

“Estamos mal pero vamos bien”

Esta parábola que exhibe Jorge Luis Borges en este relato es bien demostrativa de las conductas que a diario padecemos en las acciones y discursos de personajes de la política y la economía. Los líderes políticos lanzan sus palabras a fin de persuadirnos que “estamos mal pero vamos bien”, que “las reestructuraciones y los ajustes son indispensables para llegar al bienestar general”, que “la crisis y los precios están bajo control”, etc.

Los sacerdotes del nuevo milenio invitan a la meditación colectiva para alcanzar la “paz interior”, predican el ascetismo, pero viajan en jets privados y habitan hoteles cinco estrellas, viven en mansiones que por supuesto sostienen con su creencia sus fieles seguidores. Parece buen negocio el de predicar la autoayuda y vender las vías de la salvación individual.

Las únicas soluciones a la exclusión social y las miserias materiales y morales sólo puede provenir de la solidaridad social y el apoyo mutuo, sin mediación alguna de líderes providenciales, de profetas, tecnócratas ni redentores.

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