Mientras que para algunos la pandemia exacerbó al otro como amenaza porque la otredad ya no se define sólo por los límites culturales y políticos frente a la posibilidad de contagio, hay también quienes ven en la propagación del virus la identificación con un colectivo social, aunque en el medio hay muchos más matices que escapan a la crisis sanitaria, según reflexionan el politólogo, filósofo e investigador Eduardo Rinesi, el docente de filosofía Diego Singer y la socióloga y también investigadora Natalia Romé sobre el impacto de esos discursos en las relaciones sociales.
La pandemia revela común la fragilidad de vidas individuales y colectivas
“El otro –introduce Rinesi– es un tema fundamental de la filosofía, la política y nuestras vidas cotidianas.
La pandemia exacerba la representación del otro como un posible peligro y eso se ve sobredeterminado por un conjunto de rasgos de una sociedad que es muy desigual, llena de prejuicios y que funciona de acuerdo a ideologías que reproducen y legitiman esos prejuicios.
Los otros, ahora, además, pueden portar la amenaza en su propio cuerpo».
Sin embargo, Rinesi ve algo más que pura amenaza: “No creo que sea un exceso de optimismo suponer que la pandemia facilite otro tipo de representación sobre el otro, no sólo como el portador de un peligro en la saliva, en el sudor, sino que es la posibilidad de representarnos al otro más radical: el que vive en el país más remoto de la tierra pero que hoy está encuarentenado igual que nosotros, tiene el mismo miedo y al descubrir su propia fragilidad se vuelve un semejante”.
El filósofo pone en el centro la idea de “fragilidad” porque “la pandemia nos revela la común fragilidad y precariedad de todas nuestras vidas individuales y colectivas.
Si somos capaces de pensar de un modo humanista eso puede permitirnos ver al otro como un ser igual a nosotros. En esta situación de emergencia pensar la humanidad como sujeto colectivo hecho de tipos y tipas tan distintos nos puede hacer sentir parte un gran sujeto colectivo».
La enfermedad como una maldición de la que es preciso alejarse
En opinión de Singer no hay una lógica propia de la pandemia “que lleva automáticamente a exacerbar las formas de segregación dominantes”; lo que ocurre, en todo caso, es que la crisis aparece como “una amenaza en un mundo cuyo reparto de lo peligroso ya tiene una historia cristalizada.
Tenemos que estar muy atentos, es decir, sensibles a cómo se articulan las demandas de cuidado con las de control, vigilancia y denuncia de lo amenazante.
No partimos, sin dudas, de un terreno neutral”. Y continúa: “Todo dependerá de la sensibilidad política que permita encauzar las transformaciones posibles.
A esto hay que sumar que casi toda enfermedad es, en nuestra sociedad que sueña con cuerpos jóvenes y prácticamente inmortales, una maldición de la que es preciso alejarse.
Por eso es necesario más que nunca revisar las relaciones naturalizadas entre salud y seguridad. Hay un otro ya presente en el deterioro del propio cuerpo con el que no sabemos cómo lidiar y eso desconcierta mucho”.
Abandonar la falsa dialéctica de la esperanza y la desesperación
Por su parte, Natalia Romé cree que los “discursos más reaccionarios y supremacistas y las retóricas ferozmente neoliberales que tienden a una posición negacionista, son vanguardistas en esta tendencia de «normalización del apocalipsis».
Son llamados a aceptar la crisis, que es nada menos que una crisis civilizatoria a escala global, como marco para una lucha desigual y violenta por la supervivencia del más apto”.
Para la profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, los debates en torno a la emergencia sanitaria se concentraron en el Estado “sea desde la preocupación por el poder biopolítico y las posibles retracciones de derechos en la consolidación de formas neohigienistas de control social, o en nombre de una renovada apuesta por las políticas públicas de cuidados y el control político del desarrollo económico”.
En su opinión, estos análisis se reducen a “un esquema pobre del problema político, que desconoce tanto las contradicciones que atraviesan a los espacios estatales y de tomas de decisión, como las que dan forma a lo social en sus estructura y pugnas.
Ese esquema es indicativo de preocupaciones reales pero a la vez es ineficaz y reaccionario, porque la dicotomía orden/libertad es consustancial al recrudecimiento de las narrativas totalitarias del neoliberalismo”.
Para Romé, “la historia de la democracia es la historia de lo que pasa entre el orden y la libertad; la política real es el juego de combinaciones y contaminaciones esas dos cuestiones”, de modo que “si volvemos a un esquema de pensamiento tan antipolítico corremos el riesgo de quedar atrapados en esa afectividad en la que sólo queda espacio para la normalización de la destrucción”.
En ese sentido, asegura que “el gran desafío político es abandonar la falsa dialéctica de la esperanza y la desesperación, en la que abrevan las formas de superstición contemporáneas, para formularse la pregunta por las alternativas históricas reales”.