A dos meses de iniciado el gobierno de Donald Trump, el que formalizó la era de gobernantes ricos y arrogantes, ya presenta varios problemas. Wall Street no levanta cabeza y la semana pasada tuvo otro martes negro, y el líder norteamericano no deja de provocar malentendidos con otros mandatarios.
En estos días se supo que uno de sus hijos ya está quebrando la premisa de su padre “compre norteamericano, contrate norteamericano”, porque salió a buscar trabajadores inmigrantes para su viñedo. A propósito de las declaraciones xenófobas del representante de Estados Unidos y de la necesidad de contar con trabajadores ilegales, el historiador especializado en el pasado de Estados Unidos Pablo Pozzi analiza, en la entrevista que sigue, el trasfondo de su discurso y afirma que, más que racista, se trata de una cuestión de clase. Al mismo tiempo, revisa el marco internacional y los problemas que terminan con la huida de personas desde el Sur al país del norte.
—¿Por qué se llega a este grado de racismo en el que algunos políticos y empresarios de Estados Unidos no tienen empacho en hacer ciertas declaraciones?
—Son alarmantes porque se hace público algo que era subterráneo en una campaña política. El tema racismo siempre es parte del discurso político norteamericano. Basta recordar a Woodrow Wilson en 1916, o George Wallace, o Ross Perot, o a tantos otros. Trump ataca a los inmigrantes, Perot a los asiáticos y Wilson a los negros. Hay muchísimo racismo en la política norteamericana; basta recordar la campaña en contra de la primera elección de Barack Obama. En eso no es novedad. Lo que sí es novedad es que sea tan abierta, explícita y central. Y también que tanta gente la comparta y no la sienta como “racista”. Como dijo un periodista de derecha, David Frum, en el periódico The Atlantic: “¿Por qué es ofensivo tomar en cuenta los intereses de la ciudadanía antes que los de los inmigrantes ilegales?”. Por otro lado, lo de Trump es una cuestión más clasista que racista, es contra la clase trabajadora. Él no critica a los empresarios mexicanos que lucran con el Nafta (el acuerdo de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México) o a los banqueros texanos que lavan el dinero de los narcos, sino a los pobres campesinos mexicanos que, desplazados por los narcos y por la crisis generada por el Nafta, buscan trabajo en Estados Unidos. Tampoco critica a los empresarios norteamericanos que incrementan sus ganancias utilizando mano de obra “ilegal” y pagándole salarios por debajo del mínimo legal. La crítica siempre es a los trabajadores y a los pobres. Una posible explicación es que por un lado la crisis, para los de abajo, nunca mejoró desde 2008 y de hecho hace tres décadas que vienen perdiendo terreno velozmente. Por otro, desde el gobierno de Ronald Reagan en adelante, además de las políticas neoliberales, hay un fuerte corrimiento a la derecha del espectro político hasta el punto que se habla de la “fascistización” de Estados Unidos. Es una vieja hipótesis académica de que Estados Unidos es una sociedad (y una cultura) donde las crisis generan incrementos en la xenofobia.
—¿Qué diferencias existen en ese sentido entre el actual presidente y Hillary Clinton?
—Trump parece representar sectores “mercadointernistas” preocupados por el curso nacional e internacional que tomó el complejo militar industrial. En ese sentido es un crítico del establishment y canaliza las frustraciones populares en contra de los sectores dominantes. Hillary, por su parte, es y ha sido el mascarón de proa de Wall Street y del complejo militar industrial. ¿Cuál es mejor? Ninguno de los dos. Uno nos trae el racismo desembozado y un nativismo peligrosísimo. La otra nos trajo desde los neonazis en Ucrania, pasando por el desastre de Libia y la guerra de Siria, y ni hablar de los golpes parlamentarios de Honduras, Paraguay y Brasil, hasta la desestabilización de Venezuela.
—¿Cómo ve la situación de violencia que vive México en relación al narcotráfico y los jóvenes asesinados de Ayotzinapa?
—México tiene un incremento en la violencia contra el pueblo desde hace ya medio siglo. En aquel entonces era contra grupos campesinos y obreros que reclamaban derechos. Luego contra grupos guerrilleros surgidos de la represión de 1968. Pero en ese entonces era la lucha del Estado en defensa de los poderosos contra movimientos populares que los desafiaban. El Estado en México colapsó a nivel nacional, y se mantiene apenas en zonas como el Distrito Federal, o Monterrey. En otras zonas las insurgencias se han convertido en un doble poder, sean estas el Ejército Zapatista (EZLN) en Chiapas, el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (Erpi) en Guerrero, las autodefensas de Michoacán, o los narcos en el norte. Esto significa que hay durísimas disputas por control de zonas puntuales. Por ejemplo, en Michoacán la disputa es entre narcos como Los Templarios, La Familia, contra el Ejército, contra paramilitares, contra las autodefensas campesinas. ¿Tiene arreglo? Poco probable. Demasiados hacen su agosto con esta situación. La pregunta es si estamos camino a una nueva Revolución Mexicana, cien años después de la primera.
—En México se encargó al Ejército enfrentar al narcotráfico. ¿Cómo ve esa estrategia para la Argentina?
—Esa estrategia, implementada hace ya dos décadas, fue un fracaso y llevó a que se incrementara la corrupción en las Fuerzas Armadas mexicanas. Eso se dio hasta el punto de que Los Zetas se originan en las fuerzas especiales del ejército. El tema es que a los narcos no se los puede combatir con violencia, o por lo menos no sólo con eso. En un contexto donde buena parte de la población no tiene trabajo ni futuro, donde no hay justicia y el rico es impune, es lógico que miles y miles de personas se vuelquen a esto. La estrategia contra el narco no es ni legalizar, ni reprimir, sino modificar el sistema capitalista que lo engendra combinando alienación (cuyo remedio es drogarse) con ganancias obscenas.
—¿La violencia es exclusiva de México o Estados Unidos la comparte?
—Por supuesto que no es exclusiva de México. Y esto en dos sentidos. El primero es que los incrementos de muertes violentas en América latina y en Estados Unidos fueron astronómicos en los últimos 20 años. Detroit sigue siendo la capital mundial del asesinato, y Los Ángeles de los asesinatos con tortura. Asimismo, basta ver la cantidad de negros (y nadie cuenta latinos y asiáticos) muertos cotidianamente por la policía de gatillo fácil. Ni hablar de que tienen ciudades ocupadas militarmente; aunque se llamen Swat (grupos especiales de la policía), eso es también violencia. Estados Unidos comparte y gesta. ¿Dónde se produce y vende la mayor cantidad de armas en el mundo? Todas esas armas espectaculares que vemos en las películas sobre narcos son fabricadas en Estados Unidos. Y una vez que los narcos hicieron miles de millones de dólares vendiendo “raviolitos”, ¿qué hacen con la montaña de billetes? Porque un container de billetes es papel a menos que lo conviertas en un asiento contable. ¿Y cómo se hace eso? Nada de Suiza o de Bahamas, el negocio siempre termina en bancos de Texas y de Florida, aunque empiece en Panamá. Porque el narco quiere “ahorrar” en dólares, no en pesos argentinos o mexicanos. Al mismo tiempo, la economía norteamericana depende de una balanza de pagos favorable. Y esto se consigue vía los pagos de las deudas externas, el saqueo de diversos países (en un momento Europa del Este, ahora Oriente Medio), y por supuesto de las remesas de dinero del narcotráfico. Estados Unidos no sólo comparte sino que gesta la violencia y los narcos, y estos son imprescindibles para su economía.