El papa Benedicto XVI, que renunció a su pontificado, urgió a una “renovación” de la Iglesia al despedirse ayer de cientos de párrocos y seminaristas tras haber denunciado en la víspera con tono profético la hipocresía y las rivalidades que amenazan a la milenaria institución. Además, Joseph Ratzinger prometió permanecer cerca, aunque permanezca “oculto al mundo”, tras dejar su pontificado el 28 de febrero.
“Tenemos que trabajar para que se realice verdaderamente el Concilio Vaticano II y se renueve la Iglesia”, dijo a los religiosos en la sala Pablo VI del Vaticano.
Agotado, con ojeras y la voz ronca, el Papa, vestido con su tradicional sotana blanca, habló ante el clero de Roma de su pasado como teólogo y contó anécdotas relacionadas con el Concilio Vaticano II, en la década de los 60, en el que participó activamente, un evento considerado clave para la modernización de la Iglesia del siglo XX. Para el papa dimisionario, las reformas aprobadas entonces, su apertura al diálogo con el mundo, “no se han realizado”.
El primer jefe de la Iglesia en siete siglos que renuncia a su cargo considera que la visión actual que dan los medios de comunicación de la Iglesia, tan política, “ha creado muchos problemas, ha sido una calamidad”, reconoció.
“Aun si me retiro estaré siempre cerca a todos ustedes y ustedes estarán conmigo aun si desaparezco del mundo”, dijo el papa.
El Papa Ratzinger, como suele ser llamado por la prensa, entró apoyándose en un bastón, mientras los aplausos se mezclaban con el canto “Tu sei Petrus” (Tu eres Pedro).
La víspera, sus palabras de condena a la Iglesia, a la que llamó a superar “hipocresías”, “rivalidades” y “divisiones”, fueron interpretadas como una referencia a las luchas internas por el poder y a las intrigas dentro del Vaticano que marcaron sus casi ocho años de pontificado. Para muchos observadores y vaticanistas, esos escándalos jugaron un papel fundamental en la decisión de anunciar el lunes su intención de dejar de ser Papa.
Benedicto XVI participó en las labores de preparación del Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965 como “perito” del cardenal alemán Joseph Frings y que pedía profundos cambios dentro de la Iglesia. El brillante teólogo, de 85 años, que fue por casi un cuarto de siglo el firme defensor de la doctrina durante el pontificado de Juan Pablo II, reiteró su apoyo a “una renovación de la Iglesia dentro de la continuidad”, en contra de toda ruptura, como exigían los movimientos de base y la teología de la liberación en América latina, a los que ha combatido siempre.