La noche del 30 de mayo de 1981 en un departamento del barrio porteño de Belgrano se escribió una de las páginas más recordadas de la historia criminal argentina: el parricidio de los Schoklender. Pese a que la Justicia concluyó su investigación y condenó a Sergio y a Pablo por el asesinato de sus padres, Mauricio Schoklender y Cristina Silva, el doble crimen nunca terminó por ser dilucidado, en parte por las diferentes versiones que dio el mayor de los hermanos y el silencio sepulcral sobre el caso.
En el cuarto piso del edificio de Tres de Febrero 1480, de 230 metros cuadrados, el matrimonio fue asesinado, con una barra de hierro y una soga como elementos: primero la madre, señalada como alcohólica y ninfómana y quien habría intentado en reiteradas ocasiones tener relaciones sexuales con el menor de sus hijos varones, y después el padre, ingeniero de la multinacional Pittsburgh & Cardiff Coal Co. y acusado de tener vínculos con traficantes de armas.
Los hermanos escaparon en taxi a Mar del Plata al ver frustrada la posibilidad de volar a Brasil desde Buenos Aires, por lo que el plan B era tomar un avión privado desde la ciudad costera hasta Uruguay para lugar cruzar la frontera con la nación carioca. Pero todo lo previsto se volvió a caer cuando el dueño de la aeronave les informó que obligatoriamente debían hacer trámites ante la Aduana: Sergio quiso escapar a caballo, pero fue detenido; mientras que Pablo se fue en tren hasta Tucumán, donde también fue atrapado.
La versión «oficial», asentada en la Justicia y contada por ellos en algunas entrevistas periodísticas, da cuenta de que el clima en el seno de la familia Schoklender era una olla a presión que terminó por explotar esa noche. «Extraño pocas cosas de esa vida. Yo cambié mucho y mi vida cambió mucho. Yo crecí en un mundo de mucho egoísmo, mucho individualismo, mucha ambición. En algún punto fue gente muy enferma, de muchos problemas», señaló Sergio sobre sus padres al ser entrevistado en 1995 por Mirtha Legrand en su programa, poco tiempo después de obtener la libertad condicional gracias a la denominada ley del 2×1.
En el expediente judicial se relata que los dos hermanos atacaron a sus padres, envolvieron los cuerpos en sábanas y los metieron en un Dodge Polara, que luego estacionaron y abandonaron en Coronel Díaz entre Pacheco de Melo y Peña, frente al Parque Las Heras: un grupo de niños observó un hilo de sangre que brotaba del baúl del auto y dieron aviso a sus padres, quienes advirtieron a la Comisaría 21. La confesión de Sergio tras ser detenido fue una de las pruebas.
Sin embargo, en su libro «Infierno y Resurrección», el mayor de los hermanos Schoklender afirmó que fue víctima de «torturas» y que los efectivos de la Policía Federal le exigían que diera información sobre «esos negocios» que su padre tenía «con el almirante». Esos «negocios» sería el tráfico de armas, actividad que el ingeniero Schoklender habría encubierto pagando sobornos a altos mandos de las Fuerzas Armadas de la Argentina y de Brasil: el parricidio fue en 1981, es decir durante la última dictadura militar.
Dos años después de su confesión respecto a la autoría material del doble crimen, Sergio cambió su declaración y afirmó que sus padres fueron asesinados por asesinos profesionales financiados por traficantes de armas, cuyo negocio encubría pagando sobornos. El mayor de los Schoklender nunca le puso nombre al «almirante» en cuestión, pero siempre se sospechó que se trataba de Emilio Eduardo Massera, quien entre marzo de 1976 y septiembre de 1978 integró la Junta Militar junto a Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti.
Una versión sobre la que se asienta esa sospecha da cuenta de una supuesta reunión entre Mauricio Schoklender y Massera en 1978, en la que el marino habría sondeado la posibilidad de encargarle al astillero alemán ThyssenKrupp -con el ingeniero como intermediario- cinco fragatas misilísticas, negociación que no llegó a buen puerto. «Me acusaron junto a mi hermano Pablo de haber asesinado a nuestros padres. Nos detuvieron a mediados de 1981. Eran los tiempos de la dictadura militar, antes de la Guerra con Inglaterra por las Islas Malvinas, cuando todavía no pensábamos en la democracia. Después de una batalla judicial de más de siete años, fui sentenciado a cumplir una pena de prisión perpetua. A pesar de ellos, me propuse luchar por demostrar nuestra inocencia», escribió Sergio Schoklender en su libro, publicado en 1995 y donde cuenta la historia a partir de la fuga a Mar del Plata, el intento de volar a Uruguay para luego cruzar a Brasil y de cómo se frustraron los planes.
En aquella recordada entrevista con la diva de los almuerzos, el impulsor del Centro Universitario de Devoto evitó ahondar en el crimen de sus padres: «Para toda la sociedad, las respuestas sobre mi culpabilidad o inocencia y sobre los motivos que pudiera haber habido o no son los que están en el expediente judicial y los que la Justicia reconoció y aceptó. Acá hay un fallo judicial que de alguna manera describe la versión oficial y la versión que la sociedad debería aceptar».
«Cuando quiera aclarar algo más o hacer algún otro comentario sobre esto, tengo que ser muy cuidadoso», añadió. Ante las evasivas, salió a escena la insistencia de la «Chiqui», quien preguntó si algún día se sabría la verdad sobre el caso, ante lo cual Sergio Schoklender respondió: «Siempre y cuando se cumplan dos premisas: no lastimar a nadie inútilmente a esta altura de mi vida y poder probar lo que digo».
Por su parte, Pablo fue absuelto por la jueza Martha Lopardo en 1985: días después, fue a visitar la tumba de sus padres en el Cementerio de la Chacarita, acompañado por el padre Sergio Cordero, y se quebró al ser consultado sobre su hermano, que estaba detenido. Un año después la Cámara de Apelaciones modificó la situación judicial del menor de los varones Schoklender y lo condenó a perpetua, aunque el joven ya se había dado a la fuga. Recién el 14 de mayo de 1994 Interpol logró dar con Pablo, quien residía en Bolivia con una identidad falsa: Jorge Velásquez. Bajo ese nombre había emitido un cheque sin fondos y fue detenido, lo que activó las alertas internacionales.
A diferencia de su hermano mayor, prefirió mantenerse alejado de la escena pública, aunque se refirió al vínculo con su madre en una entrevista con la revista 7 Días, puntualmente al acoso: “Eso me tiene mal, es desagradable y chocante. Es ahí cuando se te cruzan todos los cables y no entendés más nada. Todos los valores se te van por la borda. Sentí desesperación, la amenaza estaba, aunque fueron unos episodios aislados. Sólo una vez vino en camisón y borracha a mi cuarto, abrió la cama, se metió y apretó su cuerpo contra el mío. Mamá no fue mi madre, fui su amigo, su confidente. Siempre contaba que su padrastro la violaba cuando tenía ocho años. Vivía con la idea fija del sexo, tenía una vagina en la cabeza».
Las contradicciones, encubrimientos y cambios en las declaraciones quedaron en evidencia en el expediente y no hicieron más que sumarle misterio a un caso que conmocionó a un país y que todavía concita la atención pública.