Soledad Orellana*
Una tarde de verano con nuestro equipo de fútbol llamado Boca Unidos llegamos a la semifinal en un torneo barrial. No lo podíamos creer: estar ahí tan cerquita de la final. Fue un gran progreso como equipo.
Yo jugaba en la defensa. Al empezar el partido llevábamos las de perder ya que el otro equipo tenía una defensa muy buena y las delanteras, ni hablar. Encima, cuando iban aproximadamente 15 minutos del primer tiempo, se lesionó nuestra arquera. Se torció el tobillo y no podía mantenerse en pie. No quedaba otra que cambiarla. Y ahí se nos complicó porque nadie quiere ir al arco. Además, en el banco sólo teníamos delanteras y era jodido mandarlas al arco a ellas.
Junté coraje y dije: “Bueno, voy yo”. En ese momento, cambié mi camiseta, que era la número 2 por la 1, esa que nadie quería ponerse. Estábamos peleando la semifinal, así que había que jugársela. El partido sigue conmigo toda llena de miedo. Me pasaban miles de cosas por la cabeza. ¿Y si me hacen un gol? Acabaría con la ilusión de mis compañeras y no quería eso.
Pero ya estaba ahí, con esa ilusión en mis manos. ¿Qué presión, no?
Terminó el primer tiempo 0-0. Cambio de arco y los nervios de punta. Todavía teníamos esa posibilidad que tanto soñamos como equipo. Minutos antes de terminar el partido, con el marcador aún igualado, la 9 del otro equipo se escapó y quedó mano a mano conmigo. En ese momento dije: “Me la juego”, y le salí al cruce. Esa jugadora me pasaba casi siempre haciéndome caño. Un garrón, pero bueno, estaba jugada y toda la presión la tenía yo en ese momento. Ella tira la pelota para pasarme haciéndome el famoso cañito. No sé de dónde salió mi reflejo, pero del coraje y la presión que tenía, esta vez no pudo hacerme el caño. ¡Y se lo terminé haciendo yo!
Recuerdo la cara de las chicas sorprendidas, todas quietas. Ni yo me la creía y dije: “Este es mi momento”. Seguí con la pelota, llegué hasta la mitad de la cancha y pateé al arco. No sabía si entraba la pelota o no. En pocos segundos mis compañeras gritaron gol. No podía creerlo. Lo hice yo. Sentí una felicidad inmensa, no tanto por haber hecho el gol, sino por haber visto la cara de felicidad de las chicas, de todo mi equipo. Todas estaban con la boca abierta casi sin entender, pero felices. Habíamos pasado a la final. Era nuestra primera final del torneo en nuestro barrio.
Valió la pena agarrar esa camiseta, esa responsabilidad y de cargarme el equipo al hombro. No nos interesaba ganar o perder, sólo queríamos jugar, correr detrás de esa pelota que tanta felicidad nos daba. Aquel día, con un gran trabajo en equipo, ganamos ese torneo, nuestro primer torneo de fútbol femenino. ¡Sí! Mujeres jugando al fútbol. ¡¡¡Ese deporte que nos hacía tan bien!!!
*Soledad vive cerca del Club Reflejos, en el Noroeste de la ciudad. Comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes que participan del programa Nueva Oportunidad, una política de capacitación y contención que alcanza a 17 mil chicos y chicas en situación de vulnerabilidad en Santa Fe. El objetivo es que quienes participan adquieran herramientas de inserción laboral y hábitos de convivencia social.
En los últimos meses periodistas de El Ciudadano enseñan sobre escritura y literatura a jóvenes vinculados al Nueva Oportunidad. Dos veces por semana se animan escribir. Hablan de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.